Hinde Pomeraniec es Licenciada en Letras, periodista, editora y escritora, con una amplia trayectoria en la prensa gráfica, radio y televisión, así como en la docencia universitaria. Ha publicado los libros: Katrina, el imperio al desnudo, Rusos. Postales de la era Putin, Blackie, la dama que hacía hablar al país, ¿Dónde queda el Primer Mundo? en coautoría con Raquel San Martín y Soy mi madre, soy mi hija, soy yo. Además, ha participado con artículos y crónicas en varios volúmenes colectivos y es autora de literatura infantil. Su último libro para niños es Lu, Lucy, Lucía (2019). En 2015 fue una de las organizadoras de #NiUnaMenos, la jornada de movilización masiva en contra de los femicidios en la Argentina. En 2017 recibió el Konex de Platino en la categoría “Periodismo Literario” y en 2019, el premio Hrant Dink al periodismo argentino por parte del Consejo Nacional Armenio.
Por Lala Toutonian.
—Vamos a charlar mucho sobre tu libro Rusos. Postales de la era Putin, por su relevancia en la actualidad, pero recuerdo que la primera versión de Rusos la presentaste acá en Eterna Cadencia, ¿cómo fue?
—Sí, este es un lugar muy querido para mí. Desde siempre. Como bien decís, la versión anterior de Rusos. Postales de Putín la presentamos acá. Fue en el año 2009. Juan Terranova había sacado una novela que se llama Los Amigos Soviéticos, e Isidoro Gilbert nos presentó a los dos. Así que todo lo que tiene que ver con Eterna Cadencia y con Filba me hace muy feliz.
—Además de recibirte ahí, fuiste docente en UBA, ¿qué recuerdos guardás de todo eso?
—Me recibí en UBA de Licenciada en Letras y dicté Teoría Literaria III en la cátedra de Nicolás Rosa. Hace poco estuve en Rosario y me tentaba ir de oyente a la cátedra de Humanidades de la Universidad de Rosario. Empecé a viajar a Rosario cuando iba a los Congresos de Literatura que organizaba la cátedra de Nicolás Rosa, que es de donde sale la novela de César Aira El Congreso de Literatura. Es por ese Congreso. De esa facultad surgieron las editoras que fundaron luego Beatriz Viterbo. También Alberto Giordano, que es un crítico literario y que ahora está haciendo una literatura muy interesante y tiene que ver con el giro autobiográfico. Alberto, además, es como el gran especialista en César Aira. Los rosarinos tienen eso: están Martín Prieto, como el gran especialista en Juan José Sáer y Alberto Giordano, como el gran especialista en Aira. Así que cuando fui a Rosario dije: ¡Me quedaría a estudiar acá! Me sorprendí mucho, porque me dijeron que en una de las maestrías hay Periodismo Cultural como una de las materias.
—¿Volverías a estudiar algo de literatura?
—Voy a ser totalmente franca, si volviera a estudiar algo no sería literatura. Hoy tengo ganas de estudiar artes visuales. En el medio de la pandemia, por ejemplo, mientras todavía estaba editando para Infobae, hablé con Andrea Giunta y le pedí que me dejara participar como oyente en sus clases. Ella es muy genial. Así que mientras editaba, escuchaba y tomaba notas de cosas de arte. Recientemente me inscribí para hacer un curso en la Universidad San Andrés, de Arte Norteamericano del Siglo XX, con tal mala suerte que me inscribí pero me avisaron que no se había logrado cubrir el cupo, y que por lo tanto se suspendía. Pero estoy muy atenta a todo lo que tenga que ver con el arte.
—Te enamoraste del arte.
—Estoy muy enamorada de que me cuenten cosas que tengan que ver con el arte. Estoy escribiendo una nota que va a salir en estos días, sobre dos muestras de Daniel García, que es un artista visual rosarino. Lo conocemos, por ejemplo, por las tapas de Beatriz Viterbo Editora. Está acá nomás, en Mar Dulce, exponiendo algo muy hermoso, que se llama Cuadros en una pared y en el Museo Castagnino de Rosario está exponiendo Trance y otras pinturas, que es una muestra de obra ya con formato más grande, y que tiene que ver mucho con la muerte de su esposa, la pandemia y el duelo. Todo eso a mí me resulta completamente fascinante. No sé si es que en el arte “veo” literatura de otro modo… Porque a veces me pasa que veo una serie y también “veo” literatura. Con el arte lo que me pasa es eso: Me siento impune. Siento que puedo escribir lo que se me ocurra y ¿Quién me va a decir algo? si yo no soy experta en arte (risas) Si escribo algo de literatura, me tengo que cuidar, por esa cosa de influencer, influyente o lo que sea. En arte, ¿quién va a venir a decirme algo?
—Está Hito Steyerl que publica Caja Negra, es una videoartista y crítica, cuyos libros te dan una perspectiva del arte completamente diferente, porque también entra en el tema más mercantil de la historia del arte.
—Gracias, porque me encanta leer de todo eso. Eso es lo que me gusta del arte. Es como meterme en un mundo que me emociona y que además me resulta accesible. Durante la pandemia, cuando empezó a estar todo tan mal y empezamos todos a sentirnos tan solos –porque incluso viviendo con otras personas, nos sentíamos todos muy solos– me acuerdo que en Infobae nos dijeron que además de las notas en las que íbamos a estar contando todo lo que estaba pasando… las notas de ciencia, sociedad y política, era necesario que pensáramos cosas para acompañar a la gente que estaba en su casa. Ahí surgió una sección que anduvo fabulosamente, que se llama La Belleza del Día y que todavía sigue, pero ahora la están haciendo solamente los lunes. En ese momento, durante dos años, la hacíamos todos los días. Teníamos que “Hacer la belleza” a diario, y eso era contar la historia de esa pintura, ese cuadro, ese pintor o ese artista. Escribir historias de vida y también todo lo que se iba vinculando con esa historia. Entré como en una fascinación. Así que sí, quiero estudiar arte.
—¿La Belleza del Día fue el disparador?
—Posiblemente, porque si bien yo edito arte hace muchos años –ya editaba arte en Clarín y después lo recuperé haciendo Cultura en Infobae–, al hacer esa página diaria sentí que era algo muy diferente. Éramos nosotros los que la construíamos, porque no teníamos críticos de arte, entonces íbamos por otro lado: leíamos a los que sabían y contábamos historias. Era muy interesante y me súper enganché. Sobre todo porque eso de acompañar a los otros a través de la belleza, es algo que uno mismo también empieza a necesitar. Entonces busco eso. Los documentales de arte, por ejemplo, que los hay de una belleza increíble. Hay uno de Edward Hopper, por ejemplo, que es buenísimo.
—Padecí el Síndrome de Stendhal cuando vi Caravaggio.
—(Pregunta al público) ¿Ustedes saben lo que es el Síndrome de Stendhal? Es cuando la belleza te inunda de tal manera que uno puede reaccionar un poco mal físicamente. Es como un golpazo que le pasó a Stendhal en Florencia y por eso se llama así. Es como estar abrumado por tanta belleza.
—Fuiste precursora en el país del movimiento #NiUnaMenos. Recuerdo una anécdota en la que estábamos ambas en una mesa de debate en la Comunidad Bet El, también había una rabina muy genia, y hablábamos de la necesidad de crear una palabra, que luego fue femicidios, y saltó un hombre del público y preguntó: ¿Y cuándo nos matan a los hombres cómo le decimos?. Y vos contestaste muy firme: “Armemos una mesa para hablar de la muerte de los hombre y charlamos, no hay ningún problema. Ahora estamos hablando de la muerte de las mujeres”.
—¡Claro que recuerdo eso! Es como cuando hablás del Genocidio Armenio y te dicen “¿Pero por qué no hablás del genocidio en Ruanda?”. Con mis amigas lo llamamos la exigencia del delivery de repudios. Repudiás algo y te saltan enseguida con ¿Y por qué no repudiás tal cosa? Pero, ¡repudialo vos si tan mal te pone!
—De tus libros, podemos decir que publicaste Katrina, el imperio al desnudo, Rusos. Postales de la era Putin, Blackie, la dama que hacía hablar al país…
—Blackie va a salir de nuevo. Va a tener algún cambio en el título, que lo estamos viendo, pero va a salir de nuevo. Porque “la dama” hoy yo no le pondría. Doce años después, le pondría tal vez “la mujer” que hacía hablar al país. Pero creo que como va a salir en el sello Gourmet Musical Ediciones, por toda la primera parte de Blackie con el negro spirituals, posiblemente se llame solamente Blackie y luego haya una bajada del negro spirituals. Estoy muy contenta porque tengo un editor que mira en detalle. Es la felicidad para mí. Que alguien haga un trabajo que hago e hice, y que lo haga con rigor y que me haga laburar me parece extraordinario. Que esté editando un libro que se publicó, que se leyó y que venga y me diga “Acá decís esto y me parece que se contradice…” Yo feliz. Te lo trabajo. Te lo reescribo. Leandro Donoso me parece un capo. Así que esperemos que salga en breve.
—Hablemos de Rusos.Postales de la era Putin, que fue escrito antes de la guerra con Ucrania y que trae a este personaje nuevamente a la actualidad. Me gustó mucho algo que dijiste en una nota que decís que es el Emperador al que nadie le dice que está desnudo.
—Tengo que decir que cuando se publicó este libro –que se publicó 10 años después del libro original–, se mantuvo todo lo que tenía que ver con el pasado, pero está totalmente actualizado y tiene incluso capítulos nuevos, así que es un libro ampliado. Me acuerdo que cuando apareció Putin, fue como un pionero en un modelo de liderazgo sin modales, como digo en el libro para tratar de ser elegante de algún modo. Luego apareció Donald Trump, que a nadie se le hubiera ocurrido que podía llegar a ser Presidente de Estados Unidos. Ya nos olvidamos un poco de todo eso, pero significó toda una sorpresa ver cómo iba avanzando hasta llegar a la Casa Blanca. En el caso de Jair Bolsonaro en Brasil, lo mismo: la brutalidad. Si ustedes recuerdan, antes del 24 de febrero cuando se inicia la guerra en Ucrania, Putin se había retirado bastante de todas esas exposiciones en donde parecía el rey de los groseros. Había dado notas a periodistas sobre temas que en otro momento hubieran sido inimaginables. Era rarísimo verlo en esas condiciones. Parecía que estaba dejando todo armado para su sucesión.
—¿Decís que parecía más moderado?
—Putin ya había pasado 20 años en el poder, ya estaba más seguro… y de repente va y ordena una invasión después de una pandemia… ¿Quién lo convención a Putin de que podía armar una guerra en donde todo se tratara simplemente de ir, terminar el trabajo y volver? ¿Quién lo convenció a Putin, de que Zelensky iba a agarrar el primer salvoconducto que le ofrecieran los americanos, o la OTAN o quién fuera, y se iba a ir? ¿Cómo no hubo nadie que le dijera: Mirá que este tipo está loco como vos? Porque Zelensky tiene una personalidad bastante excéntrica y además pelea contra el propio prejuicio de Putin con el cual comenzó la guerra, que decía “Vamos a terminar con estos ucranianos nazis y este presidente judío” una cosa totalmente demencial, porque los nazis ucranianos no tienen ni un representante en el Parlamento. ¿Quién lo convenció a Putin de que eso iba a terminar fácil y bien? Sobre todo teniendo en cuenta que los ucranianos, como buenos parientes de los rusos, en términos de nacionalismo son iguales a ellos y la iban a pelear, como lo estamos viendo. Porque sí, por supuesto, la OTAN y Occidente están ayudando, pero los ucranianos tienen la sangre en el ojo. Una invasión como la que estamos viendo no iba a terminar tan sencillamente. Es muy raro todo.
—¿Alguna hipótesis?
—Tengo una hipótesis que no he leído en otras partes, y es que creo que no se estudió demasiado el efecto que significó el rechazo a la vacuna rusa de COVID en todo el mundo. Si nos ponemos a pensar, más allá de si robaron o no la fórmula –que esa sería otra investigación completamente aparte– los rusos fueron los primeros en salir con la vacuna y estuvieron dispuestos a venderla al mundo, incluso antes de que tuvieran suficientes vacunas para la propia ciudadanía rusa, como pudimos comprobar acá en Argentina. Vimos también que los ciudadanos rusos son bien desconfiados y no querían vacunarse, pero lo cierto es que salieron con una vacuna que funcionó, que fue hecha en condiciones que desconocemos y que seguramente cuando la Organización Mundial de la Salud dice “No nos cumplieron con esto y lo otro” sea cierto, porque sí, el secretismo ruso es así y lo sabemos y conocemos. Pero el caso es que salieron con una vacuna antes que nadie, la tenían disponible, era buena, funcionaba y sin embargo se la metieron en el tujes. Discúlpenme, pero es así ¿Qué significaba poder salir con esa vacuna a todo el mundo? Pensemos que en los años de la guerra fría, la competencia científica era muy relevante y la ciencia rusa era muy importante. ¿Qué imagen quedó de los rusos en el mundo en los últimos años, después de la caída de la Unión Soviética?
—El desastre en Chernobyl…
—¡Claro! Chernoby es lo que quedó. El desastre científico es lo que quedó. Si la vacuna hubiera funcionado, en el sentido de que se hubiera vendido al mundo, le hubiera entrado plata a Rusia que la viene pasando mal con las sanciones ya desde lo de Crimea. Pero además, si funcionaba y se le abrían las puertas y la imagen científica de Rusia volvía a ser relevante, cambiaban bastante las condiciones de las cosas, pero eso no ocurrió. Los rusos nunca saldrían a victimizarse, porque los rusos no se victimizan. Nunca saldrían a decir “Nos pusieron sanciones”, ellos dicen “Bueno, vendemos más de lo nuestro”. Se mueren de hambre pero, como me dijo un diplomático en una frase que me gusta mucho y que está en el libro: “A un pueblo que soportó un asedio y un millón de muertos en San Petersburgo ¿Con qué lo vas a asustar? ¿Con un camembert? ¿Con una sanción de qué?”. Por eso creo que la furia, entre la decepción y la bronca por cómo el mundo ignoró a la vacuna rusa, pueden haber creado como un caldo de cultivo en Putin como para escuchar a cualquiera y salir a ver de qué manera podía hacer para dolerle a occidente.
—¿Y por qué Ucrania?
—Tal vez ir por el lado de Ucrania, porque en el 2004 no había hecho nada con la revolución naranja, porque no llegó y además porque en Ucrania sigue teniendo el este que es bastante pro-ruso, que ahora puede haber cambiado o no, ya que no sabemos cómo están pensando hoy ¿Pero irse hasta Kiev? Lo lógico era que se hubiera quedado justamente con el este ucraniano. Ahí no lo termino de entender.
—Teniendo en consideración tus antepasados, ¿influye eso en tu elección a la hora de la política internacional? Porque te vas siempre a Europa del Este.
—Sí, supongo que tiene que ver con los orígenes, porque uno siempre está de alguna manera buscando los orígenes ¿No? Pero también tiene que ver con la política en sí, porque mi papá fue comunista hasta que se murió.
—¿Vos militaste también en el comunismo?
—Sí, pero muy poquito. Para darle el gusto (risas) Rápidamente me fui para Franja Morada, tengo que ser honesta. Pero siempre me recibieron muy bien en el Partido Comunista, seguramente por el apellido. Mi viejo fue Presidente de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre y era un comunista convencido. En los meses de su enfermedad, él tenía dificultades para hablar y aun así teníamos discusiones, porque yo no podía creer que seguía apoyando a Putin. Fue tremendo, porque estaba en el sanatorio y aparecen en televisión las imágenes de Kiev, y él que no podía hablar, le dice con mucha dificultad a la enfermera: “Ahí nació mi mamá” y yo le decía: “Pero papá, están haciendo mierda la ciudad ¿A vos no te afecta?” y el me hacía el gesto de “Nah” (risas). Un necio severísimo.
—Es que hay todo un romanticismo alrededor del comunismo.
—Sí, puedo entender lo que le pasaba, pero en mi caso creo que, posiblemente por el trabajo que yo hago, siempre intenté correrme del dogmatismo. No quiere decir que no tenga ideas, pero lo que intento es que eso no me domine. Por eso empecé diciéndote que cuando se publicó este libro yo casi que decía “Pero mirá Putin”. La democracia en general está fisurada en este momento y está siendo cuestionada. En cuanto a los liderazgos, comparado con Trump y Bolsonaro, Putin parecía que sí había aprendido las reglas de la diplomacia internacional. La invasión a mí y a todos los que estamos en política internacional, nos corrió completamente de eje, porque no lo esperábamos. Naturalmente, para estar tantos años detrás de Putin, hay en mí una fascinación por el personaje, independientemente de que no crea que es una buena persona. Las veces que a mí me decían: “Es un criminal”, obviamente antes del 24 de febrero, yo les respondía: Hay pruebas de criminalidad en la segunda guerra de Chechenia y en dos eventos supuestamente antiterroristas que fueron la toma del Teatro Dubrovka y su recuperación, y la escuela de Beslán, tomado por un comando terrorista checheno y recuperado por las fuerzas de seguridad rusas. Y cuando digo “criminalidad”, es porque cuando fueron a recuperar el Teatro Dubrovka y la escuela de Beslán, sabían perfectamente que iba a haber daños colaterales, como por ejemplo 300 pibitos muertos. Eso es criminal. Ahora fíjate lo que es vivir de este lado del mundo: porque lo vimos, pero hay muchos que ni siquiera se acuerdan, porque a Rusia la tenemos lejos. Incluso para cierta izquierda y cierto progresismo. Porque lo curioso de Putin, es que por derecha y por izquierda se lo considera el heredero del comunismo. La derecha liberal Latinoamericana lo trata con distancia argumentando que si va a hacer negocios con Venezuela es porque es chavista. No, es pragmático. Rusia fue el primer país que reconoció a Jeanine Áñez en Bolivia, y las relaciones de Putin con Evo Morales eran espléndidas, y sin embargo Rusia la reconoció. Entonces también hay que mirar eso para decir: ¿Comunista? No, negocios.
—Cambiando radicalmente de tema, ¿es cierto que empezaste a leer y escribir a los 4 años?
—Fue por mi papá: estudié Letras, me recibí y soy Licenciada. Me costó mucho recibirme. No estaba en mis cálculos no hacerlo, pero me demoré bastante porque trabajaba 8 horas por día y después fui mamá. Mi última materia fue Literatura Argentina II con Beatriz Sarlo y tengo una foto en la que estoy con la panza del embarazo de mi hijo Agustín. Después cursé los seminarios pero siempre quedaba algo y la verdad es que me costó mucho. Entonces en un momento le dije a mi marido: “¿Vos sabés por qué yo terminé la carrera? Por mi papá”. Mi papá era médico y para él la universidad, la UBA, era muy importante ¿Cómo no iba yo a darle ese gusto? Y la verdad es que yo nunca lo había visto así. Fue anoche que me di cuenta cuando lo dije.
—Te recibiste para que tu papá se sintiera orgulloso.
—Sí, lo hice por mi papá. Para que estuviera orgulloso de que tuviera un título de la UBA. Y nunca me había dado cuenta de que era por eso hasta que lo hablé hace poco con mi marido. Si había algo que me llevaba a decirme todo el tiempo “Vos no lo podés dejar” era que yo no lo podía frustrar a él.
—Otra cosa que leí muy interesante sobre vos, es que querías ser cantante de music hall como Liza Minnelli. ¿Es cierto?
—(Risas) Eso fue porque en la revista Anfibia me pidieron que hiciera una pequeña bio y contara algo mío y Sonia Budassi me dijo que lo hiciera divertido, así que por eso lo conté. Igual ¿Quién de nuestra edad no quiso ser un poco como Liza Minnelli? Liza era completa. Era actriz, cantante, hacía musical. Era alucinante. No me daba el perfil físico, eso sí (más risas).
—¿Qué lee Hinde Pomeraniec?
—Los que escuchan Vidas Prestadas (su programa en Radio Nacional) lo saben (risas). ¿Leo policiales? A veces. ¿Terror? A veces. No soy tan lectora de género. Me pasa lo mismo con el cine. Puedo decir lo que estuve leyendo en estos días y que son las próximas recomendaciones que voy a hacer. Leí la nueva novela que publicó Chai Editora de Cynan Jones que se llama La Bahía y me encantó. Es muy corta y muy potente y tiene que ver con la historia –totalmente increíble– de un tipo en la costa de Gales, que agarra un kayak y se va con las cenizas del padre para arrojarlas y ni siquiera le avisó a su mujer que está embarazada. Todo esto lo vas reconstruyendo, porque el libro no tiene una narración cronológica. Hay un temporal y entonces es como que el kayak es su Moby Dick o El Viejo y el Mar, porque es una pelea por sobrevivir la que él tiene. Es maravillosa la novela, muy bien traducida por Matías Battistón. Después leí un libro que se llama Parir/partir, que es un conjunto de artículos que escribió Ana Longoni. Ella es una especialista en esto de unir política con arte, y trabajó en el Museo Reina Sofía en los últimos años. El libro lo sacó la editorial Tren en Movimiento y son ocho artículos que fueron publicándose en distintos sitios y que están muy bien. Lo que estoy leyendo son muchos textos en donde aparece la pandemia. En plena pandemia le preguntábamos a los escritores y nos decían: “No puedo escribir nada”, pero se ve que después se pusieron todos a escribir y entonces ahora empiezan a aparecer cosas, algunas muy buenas, como este libro de Ana Longoni. También estuve mirando que se acaba de publicar un nuevo libro de Reinaldo Ladagga y también tiene que ver con la pandemia, pero aún no lo leí. Lo publicó Galaxia Gutenberg y se llama Atlas del Eclipse. Entonces veo que aparecen muchas cosas vinculadas con lo real. Hay un género que me gusta mucho, que no sé bien cómo denominar, y que yo llamo el género Molloy. Por Sylvia, claro. Textos breves. Como postales. No creo que sea casual que en un momento en donde estamos con tantos problemas de tiempo, haya algo en donde nos vamos a cierta literatura que nos llena y nos hace sentir muy plenos, aun siendo un libro muy breve. Casi como si fuera poesía, por decirlo. Sylvia Molloy es eso. Leí el último libro de Cristina Iglesia, que es una de las grandes investigadoras de literatura del Siglo XIX, y que ya hace años que viene publicando libros como con postales de sus viajes. Éste se llama Parajes y lo publicó Editorial Nudista y está súper bien. También leí un libro que acaba de publicar Adriana Hidalgo, que se llama El fin de los Villavide y es de una escritora llamada Louise de Vilmorin. Está muy bien traducido por Eduardo Berti, que es un autor que me encanta. Es una historia rarísima, escrita como a comienzos del siglo XX, que tiene que ver con una pareja de gente grande de mucho dinero, que no tienen hijos, y que están llegando al final de sus vidas y entonces él comienza a pensar que no tiene sucesores, porque ellos son nobles. No quiero entrar en spoilers, pero podemos decir que toma una decisión rara en relación a quién va a ser su sucesor y que también aparece ahí como un enganche con una chica joven. La verdad es que lo devoré.
—Cuando contabas que en la pandemia los autores te decían que no podían escribir, confieso mi temor: que todos estuvieran escribiendo sobre el encierro y que se venía un aluvión de libros sobre eso, pero no ocurrió. Recién ahora está pasando esto que comentás.
—No ocurrió y recién ahora están saliendo buenas cosas. Me acuerdo que en ese momento Mariana Enriquez me dijo que algo así como: “Qué momento histórico para contar, no para vivir”. Algo así. Está apareciendo mucho ahora, pero en estos géneros híbridos. Eso me gusta. Se está reconfigurando la novela, porque, ¿qué es hoy una novela? De lo que se escribe hoy hay un montón de libros que uno puede decir que es una novela y no tiene nada que ver con los clásicos. Pero, así como te decía que no soy ultra lectora de género, sí soy lectora de escritura. Hay algo con la escritura, como dice siempre María Negroni, que cuando hay escritura, a mí me puede. No importa de qué género. Si hay escritura, me puede.
—¿No importa lo que cuenten pero que esté bien contado?
—Claro. Es como cuando dicen “Literatura del yo”. Si está bien contado, está bien y si no es tan malo como cualquier otra literatura. A veces hay historias que son tan extraordinarias, que uno dice qué bueno sería ver esto contado con un formato de novela. Bueno, pero pedile a Caparrós si no sos capaz (risas) No es necesario que todo el mundo escriba. Eso es importante. Podemos leer. Pero empieza a haber un momento en donde parece que hay más escritores que lectores.
—Ocurre mucho eso, Rodrigo Fresán me decía sobre la autoficción: “Si uno va a contar su vida, tienen que pasar dos cosas: que la vida sea realmente muy interesante, o que no tenga ningún interés pero seas Marcel Proust.”
—Totalmente. Cuando fue el fenómeno de Karl Ove Knausgård, no era sólo un hombre que te contaba cómo subía con dos cajas de cerveza una calle escarpada, porque para sostener eso en 15 páginas, o sostener en otras 20 la limpieza que hacen de la casa del padre cuando se muere, u otras 30 con el nacimiento de los chicos y cómo cambia a los bebés, tenés que saber algo. Tiene que ver con esto. No es Proust, pero hizo algo distinto.
—Cartarescu lo hace también con El Cuerpo, El Ala Izquierda o El Ala Derecha de la trilogía Cegador.
—O Emmanuel Carrère.
—¿Carrère fue el primero?
—Hay discusiones acerca de quién fue el primero. Es verdad que Emmanuel Carrère está con esto hace muchísimos años. Es verdad, también, que en lengua española Javier Cercas lo hizo durante mucho tiempo. El tema de la autoficción, la presencia del narrador en Cercas estaba incluso en Soldados de Salamina. A Cercas lo conozco y lo leí todo y me interesa mucho, porque cuando todo el mundo estaba entrando en la autoficción, Javier dijo: Chau, me voy de acá, yo soy un escritor que puede escribir de lo que sea, no solamente de lo que me pasa a mí, y puedo inventar personajes increíbles, y puedo hacer una saga y lo hace y lo hace bien. Cercas lo dice: acá no se trata de ficción, no ficción, policial o realismo, se trata de si es una buena o mala novela. Punto.
—Igual con la poesía. Le pregunté a Cartarescu: ¿Qué hacemos con los malos poetas? y me dijo “Los malos poetas son necesarios, porque así se notan los buenos poetas. Y otra cosa, los malos poetas no saben que son malos poetas, como los gatos no saben que son gatos”. ¿Vos leés poesía?
—Qué genial eso que dijo Cartarescu. Me pasa algo raro con la poesía, como con el arte: siento que no sé y cuando me pongo a leer, a veces me gusta leer y elijo y me doy cuenta que hay cosas que me gustan mucho más que otras. Como cuando miro una obra de arte y me gusta. Sin entenderlo necesariamente. Me gusta mucho leer poesía en voz alta. Por eso tenemos esa sección en el programa (Vidas Prestadas) porque es muy lindo cuando leen bien en voz alta.
—Todo empieza con la oralidad, los trovadores, y recién después llegamos a escribirlo.
—Sí, también algunos tuvimos padres que nos leyeron de chicos. Que nos inventaban historias. Maestros que nos leían. Yo tuve un profesor en el secundario que fue el que terminó de determinarme que estudiara Literatura. Siempre leí. Siempre fui muy lectora. Pero cuando dije: “Me quiero dedicar a esto” fue por ese profesor. Era actor también, y no sólo nos leía en voz alta, sino que también nos invitaba a sus funciones cuando actuaba. Las voces son lindas. Una de las cosas que más me gusta de hacer el programa es elegir los textos que voy a dar a leer. Las personas invitadas casi siempre prefieren que les elijas qué leer, entonces me fijo qué tengo entre clásicos y novedades y demás y elijo un texto especialmente. Lo pienso casi como una sección gráfica.
—Hablemos de Vidas Prestadas ¿Cómo es hacerlo?
—Vidas Prestadas somos Gustavo Kogan y yo. Mi productor y yo. Por supuesto que están los operadores técnicos y demás, pero los que hacemos el programa somos Gustavo y yo, con los invitados y los entrevistados. Como tengo una cabeza de editora, yo al programa lo pienso como un suplemento. Las distintas secciones. A veces yo no llegué a leer algo, pero de pronto si un invitado lee un fragmento de un libro que yo sé que va a ser bueno –porque conozco al autor y sé de qué va, y sé que va a ser completamente para recomendar–, eso también es publicitar un libro, aunque no sea yo la que lo esté diciendo. A veces se arman unos conjuntos interesantísimos, porque de pronto en la sección La Mesita de Luz alguien recomienda algo que justo tiene que ver con lo que yo estoy por recomendar o con algo que habló el entrevistado… Se arman esas cosas mágicas, que tienen que ver con la cofradía de los lectores y que es algo hermoso. Cuando estaba en la televisión yo quería cambios todo el tiempo, porque sentía que la televisión lo exigía. Pero en la radio me gusta lo clásico. Me gusta que haya pequeños cambios solamente. Entonces los hacemos cambiando las cortinas de las secciones, pero nunca del programa, porque es como el nombre, eso no cambia. En las cortinas sí, pero siempre dentro de un mismo estilo. Cambios mínimos. Ahora hay una sección que se llama Bienvenidos, porque me pasaba que yo no llegaba a leer completamente los libros, pero quería que fueran una especie de “libros que sí”, entonces los incluyo en Bienvenidos. O tenemos otra que se llama Te Regalo Un Libro, porque a veces hay que gente que uno sabe que lee mucho todo el tiempo y otra que es más especializada en alguna cosa, y esa sección me parecía buena. Estoy contando toda la cocina del programa. (Risas)
—Has entrevistado a tantísima gente y vas a seguir entrevistando a muchísimos más, dentro del espectro político, cultural y demás, ¿hay alguien que te haya encantado?
—Tuve la suerte de entrevistar a Susan Sontag. En persona y sin esperarlo. Estaba en un Congreso de Literatura en el Amazonas hablando con un editor alemán y quedamos en vernos cuando fuéramos a Río de Janeiro por tres días, porque quería practicar castellano. Fuimos a Río. Quedamos en vernos. Lo esperé como 25 minutos y cuando llega me dice en inglés: “Te pido mil disculpas, pero me encontré con la pesada de Susan Sontag que está parando en el hotel porque vino a presentar una novela”. Me quería morir; le pedí que me consiguiera una entrevista con ella y lo hizo. Así que sin dudas toda la situación con Susan Sontag es lo máximo. Otra muy importante para mí fue Margaret Atwood, a quien también entrevisté en persona. Después tengo otras dos entrevistas que me gustan muchísimo. También fueron mujeres, pero no fueron en persona. Una fue por teléfono con Svetlana Aleksiévich y además fue una nota bárbara. Que nos dure mucho, porque es espectacular esa mujer. La otra fue por escrito con la francesa Annie Ernaux. Muchas veces uno hace entrevistas por escrito cuando no habla el idioma, cuando no está presente o cuando no hay un intérprete, y yo acepto eso, aunque suelen ser entrevistas que los autores te contestan de compromiso, entonces no suelen ser entrevistas muy poderosas. Pero lo que hizo esta mujer fue algo alucinante, porque yo le mandé como15 o 18 preguntas y me contestó todas in extenso. Entonces fue muy emocionante, porque cuando una escritora tan importante, porque lo es, se tome ese trabajo… fue muy emocionante de verdad. Además acá justo se había republicado El Acontecimiento, que es una novela que tiene que ver con el aborto y que es su propia historia, de cuando no existía la Ley de Aborto en Francia. Ella estaba completamente al tanto de la pelea que estábamos teniendo las mujeres acá. Así que son todas mujeres y escritoras que son muy importantes para mí como lectora, entonces para mí entrevistarlas fue muy maravilloso.
—También entrevistaste a muchos presidentes.
—Las entrevistas a los presidentes siempre son muy interesantes, y tuve la suerte de entrevistar a Evo Morales y a Rafael Correa, pero hay una entrevista a un ex presidente que me resultó muy inteligente, reveladora de un montón de cosas que tenían que ver con las Ciencias Sociales y que fue la que le hice a Ricardo Lagos, el ex Presidente de Chile. Un tipo brillante y un gran lector. Cuando ves esos políticos intelectuales latinoamericanos muy lectores, muy ilustrados, es como decía en el tweet hoy Víctor Malumián: “Te puede ayudar a ver el mundo de otra manera”. Eso lo dijo Víctor, porque lanzaron esa campaña para que los políticos recomienden libros. Está muy bien esa iniciativa. Myriam Bregman es una de las políticas más lectoras de la Argentina, por ejemplo. Y no es que se compra libros y ya, es realmente una lectora extraordinaria y cuando habla también se nota. Con Lagos me pasó eso. Se le notaba lo lector.
—¿Y los escritores hombres?
—Le hice tres entrevistas a Juan José Saer. Me invitaron a entrevistarlo en la Feria del Libro y no quedó ningún registro de esas charlas. Me quiero matar. También entrevisté a César Aira dos veces, cuando César todavía daba entrevistas acá. Una de ellas fue en la Facultad de Filosofía y Letras. Lo entrevisté a Adolfo Bioy Casares dos veces. Una en la Feria del Libro y otra en la Facultad de Filosofía y Letras en donde hice un ciclo que hizo un poco de ruido, porque habían aparecido Guillermo Saccomano y Osvaldo Bayer a decir que el gordo Soriano había dicho que una vez había ido a la Facultad de Filosofía y Letras y que lo habían maltratado y que la cátedra de Sarlo esto y lo otro… ¡Y era todo mentira!. Lo sé porque yo estaba muy cercana a Beatriz Sarlo, pero además ese ciclo lo llevé yo al centro de estudiantes, y fueron Osvaldo Soriano, Enrique Fogwill, César Aira y Adolfo Bioy Casares. ¡Qué ciclo armé! (Risas) Cuando digo que lo mejor que hago es producir, es por eso. Lo entrevisté a Soriano también un par de veces. No me faltó nada, la verdad. Ricardo Piglia, Andrés Rivera, Abelardo Castillo… Son muchos años de hacer esto y tuve la fortuna de haber trabajado siempre en medios mainstream, muy importantes y de audiencias grandes. Eso te posibilita llegar a mucha gente, pero además que se te abran muchas puertas. Es así. Es una realidad. Es algo que les interesa también a quienes te tienen que dar la nota, entonces es algo que de alguna manera ayuda.
—También es un mérito enorme lograrlo, producirlo, gestionarlo. Creo que siempre es uno a partir de uno.
—Yo creo que eso que decís es fundamental y hay que pronunciarlo mucho, porque a veces me parece que los periodistas no terminan de registrar la importancia de la producción previa de cada material y cada nota. Es muy importante. Además, creo que también se perdió mucho la paciencia de insistir, insistir, insistir hasta que salga.