Nada sucede dos veces reúne de Pablo Perantuono (La Crujía) las principales piezas del trabajo periodístico del autor durante más de una década de oficio, de 2006 a 2022. Dieciséis entrevistas y perfiles de personajes icónicos, donde estrellas de rock, escritores, políticos y artistas dialogan, son observados por un ojo atento, paciente, que los devela únicos, auténticos, soberbios, poderosos, poéticos, sublimes, polémicos, luminosos e irreparablemente humanos. Desde una mítica entrevista al Indio Solari en Nueva York hasta un perfil clásico de Leonardo Favio. En estas páginas hay algo que se repite y, de modo inevitable, se reconoce: el uso de la palabra que hace el autor es del orden divino. La segunda parte de esta obra recopila una serie de crónicas que generan el efecto inmediato, letal, de dejarnos en silencio un buen rato. Saldremos heridos: un estilo propio, agudo y preciso, nos golpeará en la cara. Pero eso sí, y a modo de recompensa, el epílogo no tiene desperdicio, un 18 de diciembre también habremos ganado la copa del mundo. “Pablo es un interlocutor que puede sostener con aparente naturalidad una conversación sobre política, música, fútbol, libros o cine, y que logra que las palabras del otro brillen y se expandan cruzando las infinitas puertas que abre cuando pregunta”, dice Josefina Licitra en el prólogo. El invitado a presentar el libro fue Santiago Llach y esto fue lo que dijo.
Por Lala Toutonian
Primero quiero decir que agradezco a Pablo por haberme invitado a presentar este libro. Al final del libro hay una larga lista de agradecimientos a periodistas, escritores y editores, la mayoría de los cuales tienen mucho más nombre que yo, y por eso me sorprendió que me invitara. Me imagino que es un poco un homenaje a nuestra amistad, aunque Pablo es un poco como Roberto Carlos, no sé si un millón pero tiene muchos amigos. Así que quién sabe por qué Perantuono me habrá elegido.
Siempre es un desafío presentar un libro. En un sentido es un ritual, una especie de bautismo, y el lugar del presentador es el del cura, alguien que dice unas palabras de oficio. Pero también el presentador es el primero que dice algo, el que inaugura el sentido del recorrido del libro. En este caso, antes de las mías vienen las palabras de Josefina Licitra en el prólogo, que encara el asunto desde la mirada periodística, que siempre me pareció mucho más ágil e interesante que la literaria, que es la que me toca a mí. Lo que dice Josefina es que básicamente que Nada sucede dos veces es un libro contracultural, porque reivindica el viejo género de la entrevista, un género que se preocupa más por la voz del otro que por la propia, algo que en esta época que premia el narcisismo con likes parece no estar de moda. Nota al margen: los nacidos en los sesenta y setenta, los hijos del rock (un género omnipresente en el libro de Perantuono), quizás como todas las generaciones anteriores, pero todavía un poco más dado que nacimos en las décadas en las que se inventó la juventud, creímos que íbamos a ser jóvenes para siempre, y como eso no ocurrió no deja de pasmarnos estar un poco fuera de moda. De todas formas, la vida también nos enseñó que las urgencias juveniles pasan, y que algunas cosas, pocas, maceradas por el tiempo, quedan. Digo esto porque este libro de Perantuono, además de ser un libro que recopila entrevistas, perfiles y notas en medios culturales, es una novela. La ilustración de la tapa del libro es muy elocuente a ese respecto: un hombre cuyo jopo nos hace pensar que es el autor del libro nos mira detrás de unos anteojos negros en los cuales se refleja el paisaje de unas montañas (en un primer vistazo pensé que podía ser una montaña rusa, y que las nube eran los cochecitos). Es decir: alguien se esconde y mira el mundo, y lo que vemos nosotros, lectores, es el reflejo de lo que ve este personaje que se oculta. Hasta ahí, una convención del periodismo, y sobre todo del periodismo de entrevistas: lo que debe brillar es el entrevistado, y no el entrevistador. Es, en efecto, lo que pasa sin excepción en las entrevistas, donde Perantuono ejerce el arte de la observación y de la escucha. Pero antes, y después del prólogo de Josefina, hay una nota en la que Perantuono cuenta brevemente cuáles fueron las miserias y los misterios que lo empujaron al periodismo, cuál fue la mística, errada como toda mística juvenil pero dueña de una certeza que persiste, que está en el núcleo de su identidad y con la que, a esta altura de los acontecimientos. ya está reconciliado. Ese texto, y los que anteceden a cada entrevista, escritos para este libro, organizan el libro como una novela, y así se lee. Es una novela que cuenta dos historias: la historia lateral de los pantanos de la Argentina de los últimos treinta años, a través de algunos protagonistas, sobre todo artistas y periodistas, cuya selección nos habla de la otra historia, que se cuenta en sordina: la de aquel joven aspirante a periodista que escribió su historia escribiendo las de otros, observando allá afuera y no adentro de sí mismo, y que en el final nos sorprende con algunos textos sí dedicados a su vida personal, pero que también de alguna manera son perfiles, perfiles de la vida íntima, sobre todo el de Lucio, su hermana, tan querida y recordada.
Nada sucede dos veces tiene dos grandes virtudes: se lee en efecto como una novela, a uno le dan ganas de seguir leyendo. Y, virtud colateral, el efecto del libro no es el de un rejunte, sino que hay un hilo claro y un sentido. Estas notas y entrevistas escritas a lo largo de dos décadas son un rescate, pero también una nota sobre la actualidad: el tiempo que pasó desde que fueron publicadas las hace mucho más interesantes, las saca de las batallas del ahora y nos permite tomarnos un respiro y ampliar la perspectiva.
En todas las entrevistas, sin ser para nada aséptico pero tampoco lisonjero, Perantuono intenta comprender al entrevistado: la entrevista es un mecanismo de comprensión. No es un periodista que incomoda al entrevistador, pero logra colar las preguntas que lo hacen hablar de temas de los que en otras entrevistas no habla.
Esto también es personal, pero la selección de personajes interpela a los miembros de nuestra generación. Para muchos de nosotros, el rock, con todas sus contradicciones, fue un gran canal de expresión cultural. Tengo hijos que aman el rock de los setenta y ochenta, y por lo tanto siento que no está mal que un libro sea un testimonio generacional: este es un libro que mis hijos van a leer encantados, aunque no hayan leído hace cuatro décadas, como Perantuono y como yo, la Cerdos & Peces.
Santiago Llach
—Te voy a preguntar puntualmente por la nota a Enrique Symns, que nos dejó hace poco y como bien dijo Santiago, estamos generacionalmente formados por la Cerdos. ¿Qué te significó eso?
—Haciendo la nota, bueno, estuve en peligro varias veces. Y no cuento todo, obviamente, para que sea apta para todo público. Symns representa nuestra alimentación cultural. Era, en un punto, un faro. Por supuesto ciertos aspectos de la personalidad de Symns podían ser complicados. Todo estaba observado en él, las virtudes, los atributos y los defectos. Y eso mismo es lo que lo había hecho también: convertir y dar vuelta como una media parte de la cultura underground de la Argentina en los 80, que yo viví de refilón, pero que uno las espiaba a través de la Cerdos & Peces y a través de la leyenda que se fue forjando alrededor de todo ello. Y uno quería ir a visitar, quería conocer ese mito. Y estaba a un colectivo de distancia. Fui y lo busqué. Hasta diría que forjé una pequeña amistad, como son las amistades de él, que son episódicas. Él, ese hombre atormentado que tenía también tanta brillantez como oscuridad. Un personaje literario. Porque es un tipo que dejó un tendal de deudas o hizo daño, como también le hizo bien a otra gente, pero hizo daño y cuando hace daño un tipo como él, excesivo, es excesivo el daño. Y salió el perfil y hay gente que habla mal de él, sin embargo se la bancó porque es lo que hubiera hecho él, seguramente, porque sabe cuándo algo está bien hecho y no con mala leche sino con la ecuanimidad.
—Libros como este trazan un poco el mapa cultural que hemos vivido.
—El libro es una idea que venía fantaseando hace rato porque sabía que en los últimos quince años había una especie de corpus, algo que podía contar de algún modo nuestra cultura a través de esos personajes. Y por otro lado había una serie de textos personales o crónicas que valían la pena que estuvieran aunadas, compiladas en un libro, le daba otra fortaleza a eso que podía llamarse una obra. Apareció la oferta de La Crujía, no lo dudé y ahí nos pusimos a trabajar. Intenté ser más o menos equilibrado y ecuánime, que tuviera una heterogenidad, una riqueza y que no tuviera mayor presencia de gente venida del rock o de la literatura, sino que fuera variado. En la primera hay como una especie de exaltación de la vida, de la épica, son personajes bastante grandes, pero todos con sus claroscuros, con su gloria, pero también con sus pliegues más turbios. Y en la otra parte, lo que está en primer plano es cierto dolor o angustia, que también es parte de la vida, como un lado B si se quiere que es más personal.
—¿Te tocó alguna vez entrevistar a alguien que te incomodara?
—Nunca entrevisté a Miguel Etchecolatz, por ejemplo, ahí me hubiera costado. Casi toda la gente que está en el libro es gente que yo admiro, a veces por razones que no tienen que ver solamente con una especie de disfrute artístico. O de Palito Ortega, que rescato su peripecia vital, su trayectoria, el hecho de que es un ícono cultural para un montón de argentinos, era el ídolo de mi viejo; incluso también por esa cosa de dónde salió, dónde llegó, todo eso que sabemos. Gente que tiene una épica y yo quiero buscar eso y reflejarlo. Ponerlo en balance con el mundo y también mostrar su parte ordinaria, quiero decir, son personajes extraordinarios que se sientan en el living de su casa conmigo, y eso está bueno contarlo. Como cuando fui a lo de Calamaro, por ejemplo, que era muy reacio a recibirme pero cuando llego estaba con Juanjo Domínguez, uno de los más grandes guitarristas de la Argentina, murió hace no mucho, y estaba en la cocina de su casa con su hija Charo que tenía tres años, una belleza descomunal, Calamaro cortando zanahoria, Juanjo tocando la guitarra… son cosas que te dan la posibilidad de meterte en el living de la casa de esta gente, a la que entran pocos y después poder contarlo.
—¿Qué entrevistas entrarían en una segunda vuelta?
—Me gustó mucho una entrevista que le dice Adrián D’Árgelos, que no entró. Una que le dice a Juanse, que además es un momento de máxima exaltación religiosa de Juanse: llegué y me regaló una estampita.
—¿Y alguna que no hayas hecho?
—Varias. Me gustaría entrevistar a Cristina Fernández, a Marta Argerich, a Lucrecia Martel, Marcelo Bielsa… Son un montón, es interminable.
—¿A quién no entrevistarías?
—Me costaría mucho entrevistar a un genocida, seguro. Creo que de los pocos vivos que hay y que no estén presos, no, no los entrevistaría. No me interesa. Voy a ser un poco esotérico, pero uno se alimenta de la energía. Hay que generar algo, y, bueno, con alguien que tiene el alma muerta… la verdad que no. O lo que hizo Busqued, por ejemplo, entrevistar a un asesino serial. A pesar de que Magnetizado es un libro maravilloso. Ese lugar de tanta oscuridad… me cuesta entrar, me cuesta sentirme cómodo, me costaría relajarme.