―Verso: ¿chamuyo?
―El título es un poco una invitación a ponerse en el mood que propone el libro donde juego mucho con la palabra y por juego digo a veces irreverentemente que una puede interpretar verso de muchas maneras y una de ellas, por supuesto es chamuyo, y está pensado que sea de esa manera, es verso.
―Hace mucho tiempo que estás en la escena musical y leí en algún lado donde dijiste que tu universidad había sido el punk rock.
―Sí. Mis orígenes totales, si tuviera que ser un origen, una línea de tiempo de lo que para mí son los hitos que me llevaron a estar acá hoy, primero podría decir que es la influencia de mi abuela paterna, mi abuelita Tuca, María Ofelia Orsi, que me infringió el daño de la palabra, del lenguaje. De muy chica me presentó los mitos griegos y ahí descubrí que había un mundo de signos atrás de cada interés, de cada daño, de cada estigma del ser humano y de todo lo que nos rodea. Porque es muy triste pensar que el ser humano está solo, de todo lo que conforma el mundo pensado desde los humanos. Entonces hay algo ahí en las leyendas, en los cuentos y en el lenguaje que me quedó muy fuerte en el corazón. Después la música se ganó un lugar entre mis afectos desde muy chica y para mí no es el amor que aprendí sino el amor, hay muchos modos de amor. El amor que irrumpe violentamente y no necesita ser ni digerido, que solo se anuncia. Las primeras canciones que escuché de muy chica, que desde muy chica me hicieron entender que estaba ante la presencia de una fascinación todavía muy grande como para terminar de comprenderla pero con la suficiente edad como para saber que la estaba sintiendo. A los dos, tres años, “Canción de bañar la luna” de María Elena Walsh me atravesó el pecho con una flecha, después a los cinco años la canción “Moonlight Shadows” de Mike Oldfield la escuché en el Renault 9 de papá, la escuché en la radio y quedé completamente embelesada y fue un viaje escuchar esa canción, recordé el título de esa canción sin saber inglés, sin saber a qué se refería y sostuve durante años ese significante en mi mente hasta que pude ubicarlo a los nueve años en “Dreams” de The Cranberries, una canción completamente apasionada y ante las puertas de algo enorme de un templo mágico, místico, y ahí ya tenía muchas fichas puestas en algún lugar y entendí con mucha claridad que la música tenía algo para mí. Yo no sabía que tenía algo para la música pero la música tenía algo para mí. Y a todo eso le sumaría una necesidad de consumo de ciencias humanísticas que tuve desde siempre y de ciencias naturales también, entonces fui a un colegio técnico y estudié botánica muchos años, me parece muy importante dejarse influenciar por otras especies, convivir con gatos, muchos años también me parece una experiencia importante. Bueno, creo que con todo eso, el mundo vegetal, el mundo animal y las artes creo que la verdad medio que abarquen un poco todo.
―El libro trae a cuenta entonces esta vida tuya tanto musical. porque hemos descubierto algunas canciones acá, y el resto, estas poesías…
―Me queda grande lo de “poeta”. Cuando entré acá ahora a Eterna Cadencia, miré las obras completas de Diana Bellessi. No puedo compartir con nadie esa magnitud. Yo soy una charlatana, pero, bueno, editada, que se yo, tengo este privilegio. (Risas)
―Entonces, ¿son canciones que no existen?
―Generar una letra es algo que me lleva un laburo muy grande, hago como la búsqueda perfecta, me obsesiono. Justamente acá en la librería di un taller de letras de canciones. No importa como yo llegue a una letra, la gente ve algo que después se entrevera con una melodía, pero la letra dice ta ta ta ta, no importa, una vez que una lanza una palabra, la gente tiene derecho a interpretar lo que quiera. Para llegar a una letra quizá yo tuve que escribir versos y versos y versos y versos y tacharlos y tacharlos y tacharlos. Me la paso cazando ideas y cazando palabras, los márgenes de los libros, soy una subrayadora patológica. Subrayo; si no, no leí. Mi propuesta para editar un libro de poesía es nunca dejar vacía una hoja. Ahí sumé las ilustraciones.
―Hay canciones, poesías, imágenes que dibujaste, ¿qué más?
―Muchas de las cosas que hay acá son opiniones que discutí leyendo un libro o cosas que me quedaron pendientes. Esquirlas que me quedaron de una canción, la llevé para un lado, cambié de opinión, la llevé para otro lado, metido todo una tesis ahí que no pude desarrollar.
Y bueno, cosas que se me caen de las que no puedo sostener en mi mente y me agobian y las tengo que poner en papel. Y adiós. Esto me trajo mucha paz.
―Y hay muchas manos.
―Hay muchas manos. Manos, imposiciones, manos amantes también y la idea es como una especie de pequeño elogio a la mano durante todo el poemario, es un poemario de amor entre mujeres las manos por supuesto tienen un rol muy importante. Dije si vamos a elogiar las manos durante todo el libro le vamos a dar a la mano algo lindo para que sienta
para tocar por eso el libro tiene una textura que no se puede dejar de tocar.
―El libro está dividido en tres partes. Persona, Placer y Palabra.
―La editora Mercedes Güiraldes fue una guía increíble, una genia, caí en el mejor lugar, caí con Mercedes, un amor, o sea su guía fue como seguir tu corazón básicamente, fíjate que acá esto tiene una falta de ortografía, pero seguir tu corazón, o fíjate que acá el punto el no sé qué, pero seguí tu corazón. La verdad es que su edición fue súper, súper dulce “te propongo que busques”. Me pareció como que todo hablaba de mucho enamoramiento y mucho erotismo con la vida, hay mucho erotismo en todo el libro, pero un erotismo a veces muy ñoño, un enamoramiento muy inocente. Después hay una especie de enamoramiento one-on-one o one-on-two, pero con las personas y las novias. Hay mucho también de consumo de redes, de opinión sobre la pavada cotidiana, y mucha neurosis sobre el día a día y sobre lo que la palabra me hace, entonces no fue tan difícil. Hablo mucho sobre lo que me hace el lenguaje, la interacción con las personas y esto habla sobre todo este enamoramiento que me da la vida, Fui caprichosamente pasándolos de un lado al otro podría haber sido un continuo. También hay haikus, cosas que se leen como muy confesional, o sea es una poesía confesional de algún modo porque está en primera, hay cosas que se ven de tu vida o que se adivinan en todo caso o queremos creer que es de tu vida.
―¿Pero lo sentís por eso como confesión? ¿Te ves como expuesta y te gusta que se note
o preferís como, mmm, lo dibujo, lo verseo?
―Es un tono y hay una exposición muy grande, pero hay un cuidado, digo perfectamente mucho de lo que me reservo y después busco las palabras justas. Yo tengo mis propias fórmulas para que algo sea efectivo, por lo menos a mi parecer. Hay muchas de las cosas que digo que sí son confesionales y sí están en primera persona, pero podrían haber sido tweets. Entonces, en vez de tirarlo ahí y ofender a un montón de gente o ponerme en riesgo mi integridad, contentando a quizá la gente incorrecta o correcta. Si tengo un parecer al respecto, lo voy a hacer cuidadosamente y voy a hacer un libro. Entonces sí, vivimos en una época donde todo el mundo está opinando y mi opinión es que hay que opinar menos.
―¿Qué lee Paula Maffía?
―Ando entre literatura, ensayo y filosofía o ciencia. Ahora en la mochila tengo los escritos de Fedora Aberastury, un libro al que vuelvo una y otra vez, una educadora del cuerpo, de la mente, de la palabra, una loca espectacular, muy espectacular, vuelvo a leerla y a releerla permanentemente. En casa tengo… estaba con Sofoco de Fernando Noy, un librito divino de cuentos picantes,, una belleza. Spinoza… me gusta mucho la filosofía también. No puedo leer un solo libro a la vez, hoy por ejemplo dije que ganas de volver a leer una voz en inglés, femenina: a leer de vuelta los cuentos de Katherine Mansfield o volver a los diarios de Sylvia Plath que nunca los termino…
―¿Qué escuchas? Debe ser muy amplio tu repertorio.
―Sí, pero escucho pocas cosas de las que hay que escuchar. ¿Viste cuando algo se escucha en todos lados? Yo no consumo, no tengo tele, entonces ahí ya es un frente de menos en el que estoy completamente desparasitada, no me tengo que poner la pipeta en la tele. Entonces, ¿dónde pesco música? En las series, escucho mucha música vieja, de los 70s para atrás. Garage, punk rock, me gusta mucho la música instrumental contemporánea, la música clásica, la canción de cantautor/cantautora me gusta. La música tiene otro lenguaje, entra por otro lado. Hablo de la palabra, palabra, palabra, pero la música me mueve el cuerpo y me hace cosas en el cerebro, me estimula otras áreas, me genera otras endorfinas y me sumerge en un lugar muy emocional, me debato mucho en este binomio estúpido que es mente-cuerpo como si la mente no fuera parte del cuerpo. Y el cuerpo es esta mula tonta, lenta, pesada, y hago esa cosa cruel de dividirlo, y es como si en el cuerpo estuvieran las emociones y no estuvieran en la mente. Entonces a veces caigo en esa trampa con la que un poco tamizamos todo, y la música me salva de esa pavada de tener que darle significado a cada significante. Escucho música y me emociono: me encanta como entra por una puerta estrecha y sale por un gran jardín.