―Se te ve muy involucrada en tu papel de periodista siempre.
―Siempre quise ser periodista, desde pequeñita. Mi abuelo Fernando veía las noticias y me decía “Ahí te quiero ver”. El resto decía: “Cuando te cases…”. Y mi abuelo era el único que decía que iba a tener un trabajo. Entonces obviamente yo quería ser periodista. Con el tiempo empiezo a estudiar literatura y pienso que básicamente es lo que he hecho toda mi vida sin que nadie le llame carrera. Hacer una carrera que es leer y hablar de libros. Y luego, cuando era estudiante en la universidad, empecé a dar clases en un colegio. Fräu Ampuero. Mis alumnes tenían 14 años y yo tenía 18. Me trataban de usted y me decían Fräu. Yo tenía una cara como de gran autoridad pero estaba cagada encima porque tenía que estudiar todos los días antes de ir a dar clases. Y un día me entero que existe la Fundación Mempo Giardinelli, vuestro Mempo, y que tiene “Literatura argentina en la Argentina”. Una cosa preciosa, rara a morir: te llevaba al Chaco, a Resistencia, de donde es él. Y yo era una niña inocente, había salido del país, pero no había salido nunca sola del país. Y entonces me imaginaba que toda Argentina era Buenos Aires, en verdad. Y me fui a Chaco y descubrí que era como Guayaquil. Era 2001. Yo cada día tenía más plata, muy loco, porque tenía mis poquitos dólares. Compraba la comida: a la familia que me alojaba yo les iba con la compra del supermercado. Ellos me decían que no. Fue algo fuerte porque yo era muy joven, llena de ilusión por el mundo y la vida. Cuando naces en Guayaquil todo te resulta maravilloso. Si hubiera nacido en Manhattan, pues igual nada en la vida me hubiera parecido interesante. Y entonces Mempo, muy amigo de todo el mundo, hacía que todos ellos fueran a Chaco a darnos clases. Conocí a Angélica Gorodischer, que luego me llevó a Rosario a su casa, a Abelardo Castillo… Muy bello. Conocí a toda esta gente maravillosa, poetas y gente que habla de migración y de exilio.
―Un tema recurrente tanto en tu ficción como en la no ficción, es el de las migraciones.
―En España la extrema derecha está ascendiendo muy rápido y están pasando cosas realmente preocupantes. A los chiquillos que llegan al país menores de edad les llaman “mena”, que es una forma de deshumanizarles. Son menores de edad, son niños y niñas que cruzaron la frontera con Marruecos para buscar eso que tanto ven en la tele y ese sueño de Messi, tal vez, porque muchos llevan la camiseta del Barça. Los odian. Los odian. Odian a los niños africanos, a los niños marroquíes, a los niños latinos. Los estigmatizan, los convierten en un peligro como si fueran el enemigo, como hace el terror. Porque si le dices a la sociedad que han viajado sin sus padres a otro país y que lo único que les da cierta contención y cierto afecto son otros niños como ellos, probablemente esos padres dirían “Puta, es que podría ser mi hijo o mi hija”. Me rompe el corazón. Voy a cumplir veinte años viviendo allá, es un lugar muy importante en mi vida, No es poco como dice el tango que “veinte años no es nada”. Y estoy muy dolida.
―En Pelea de gallos hay mucha caca Las nenas se cagan, la gente se cae en un charco de caca… (Risas)
―¡Me da muchísima risa! Porque de hecho escribí un artículo que podría explicar esto, pero no me lo aceptó la revista, temas escatológicos no. Y yo hablaba de que conocí todos los baños del Ecuador, cosa que es verdad, y de todos los países en los que he vivido, y mi relación con… ¡Con la caca! Me da risa que me preguntes esto porque mis hermanos dicen que en mi epitafio va a ser una línea de Pelea de gallos: “Haré caca y volveré a amar y ser amada”. En la literatura se ha hablado poco del apretón.
―¿Qué es el apretón?
―El apretón, pues. no sé como se dice aquí. “Me dio un apretón”, son las ganas de ir. Los españoles tienen una palabra para eso, y hay que robar palabras de todos los países hispanohablantes. Bueno, el apretón es un tema que es importante para mí.
―Las ganas de hacer caca, para que quede claro. (Risas)
―¿A alguien aquí no le ha pasado nunca? Es una experiencia universal más que la guerra. ¿La gente aquí ha estado en la guerra? Él (señala a uno de los asistentes, ex combatiente de Malvinas), pero el resto no. ¿Y apretones?
―Creo que todos podemos levantar la mano.
―¡Incluso el de la guerra ha tenido apretones!
―¿Hiciste de eso un género literario?
―Hice de eso un género literario. Tenía una relación compleja con mi control de esfínteres y eso me ha llevado a situaciones muy extremas. He vivido esto de manera tan espantosa que era imposible que no entrara en mi literatura. La gente busca lo biográfico: soy una cagona (risas). Y entonces, yo descubrí que con la personaja del cuento “Subasta” quise generar una heroína y entonces, ¿qué era lo que iba a hacer esta mujer para salvarse de esta subasta de seres humanos? Se iba a cagar encima. Un amigo mío periodista me contó, creía, que en algún país en el que había estado, le habían dicho que había esto: que los taxistas secuestraban y se subastaba a la gente. Cuando ya salió el libro y le dije a mi amigo que había escrito sobre lo que él me contó, me dijo “Jamás he oído hablar de esto. Es la primera vez, en tu cuento”. Ya todo cobra un sentido más sobrenatural, ya me vino en sueños como a los griegos. No lo sé. Pasó una cosa bien dolorosa en México. En una charla con niñas y niños de secundaria, y no sé si saben, pero en México todos los días once chicas -niñas y mujeres- no vuelven a su casa, desaparecen. Todos los días. Lo he dicho mil veces, lo digo siempre y no me acostumbro a la cifra. Luego voy a un escenario donde hay un público con mujeres y pienso: por estadística, van a faltar tres. Entonces, esto era un público muy grande, en la zona de Jalisco, rural, eran unos seres maravillosos, habían hecho representaciones de los cuentos y entonces -claro, México es el verdadero realismo mágico- el profe era gallero: habían decorado el auditorio con dos gallos de peleas reales que cacareaban todo el tiempo. Los gallos de pelea son grandotes y hacen un ruido brutal y estaban hartos de esta señora que hablaba, pobrecitos, hartos de estar ahí exhibidos, tendrían hambre. Y luego hicieron como una especie de representación de algunos de los cuentos y me viene una niña con un cinturón de cabezas de gallo, amigas.
―¡Como en el cuento!
―Sí, esa escena de uno de mis cuentos, en la que se ponen las cabezas entre las piernas. El profe había ido guardando las cabezas, ¡estaban congeladas! En serio les digo, porque el nivel de surrealismo que tiene ese país es inigualable. Y yo pensaba que Ecuador era surrealista. A nadie le parecía, como me parecía a mí, que esta niña desfilara, como en faldas hawaianas, pero con estos hielos de cabeza de gallo. Era como un homenaje, “mire lo que hicimos por usted, escritora, el profe ha estado dos, tres semanas guardando las cabezas y pues la niña aquí, presidenta de la clase, se puso la faldita hawaiana que le hicimos”. Y entonces resulta que ese mismo grupo de chicos y chicas que me hicieron reír a más no poder y que me hicieron unas preguntas que me sacaron de todo contexto y de todo -que yo parezco muy coherente, pero ellos me destriparon-, una de esas niñas me dice: “Maestra, ¿usted escribió “Subasta” para que cuando nos secuestren, nosotras hagamos eso?”
―Wow.
―No pude volver a hablar. Fue que terminara de hablar esta niñita y yo llorar como si estuviera en el funeral del mundo. Subasta, que es el cuento más espantoso del mundo, lo toman como un manual de supervivencia. El mundo es un asco. Tenía ganas de pedirles perdón, de cuidarlas, de decir dios mío. No sé, yo cuando era joven y tenía religión, creía que si le pido a Dios que esa persona nunca le pase nada -tenía ese pensamiento mágico-, me lo iba a cumplir. Eso me ha pasado. De repente, por primera vez en veinte años, tuve ese pensamiento y dije “Por favor, no te pido nada para mí, pero que todas estas niñas vuelvan a su casa todos los días de su vida hasta que mueran de viejas.”
―Hay hiperrealismo en tus textos, ¿es así? Hiper, mega, macro realista.
―Hay un nivel de violencia que no se puede contar en el periodismo. Yo he dedicado mi vida entera al periodismo desde que pues soy muy, muy jovencita y he hecho muchas crónicas, he hablado con inmigrantes, con gente que lo ha perdido todo -yo siempre estoy al lado de las víctimas por supuesto-, y son los temas que creo que urge que sean parte del discurso periodístico pero claro, siempre hay un momento en el que yo no puedo ya decir más. Porque el entrevistado o la entrevistada no me lo ha dicho, porque hay cosas dentro de su corazón que están tan profundas, tapadas y ocultas como este sótano de los monstruos que es imposible que lo digan sin romper un dique, empezar a llorar y no parar nunca más en su vida. Era lo que me pasaba con los inmigrantes y las emigrantes cuando hablaban de sus hijos, por ejemplo. Se les cortaba la voz y cambiaban de tema. O sea, es una cosa que es imposible de contar. Y como eso, millones de historias de femicidios, de niños y niñas supervivientes de femicidios. Un montón de historias que yo cubrí como periodista que no podía llegar a donde sí puede llegar la imaginación, paradójicamente. Entonces sí creo que recurrí a la ficción cuando me di cuenta de que todo esto me desbordaba. Entonces no sé si eso sea lo que tú llamas hiperrealismo, en realidad no lo sé, pero lo que sí me pasaba era que necesitaba entrar a la cabeza de la gente, necesitaba ser muy burra, muy descarnada, muy salvaje, necesitaba que los eufemismos que usa el periodismo de violencia de género desaparezcan. Incluso “femicidio”, que luchamos tanto por incluir a ese concepto y ya se convirtió en un lugar común. No me jodas, ¡quiero saber! Bueno, por lo menos ya no le llaman crimen pasional, que los más jóvenes y las más jóvenes no se lo pueden imaginar, pero eso se llamaba así. Yo quiero saber. Los femicidios suelen tener una violencia y una saña que el periodismo te ahorra, digamos, para no herir la susceptibilidad del lector. Además, estamos en un momento de cancelación, ya lo sabes perfectamente, en el que la sensibilidad del lector o del espectador es una cosa como sagrada y el espectador es como un pendejo. Aquí le dicen pendejo a los jóvenes, pero nosotros le decimos pendejo a la gente que es imbécil. En este momento, bancarse al Marqués de Sade.
―Nabokov.
―Dostoievsky. Entonces, si en la literatura estamos con esta piel fina imagínate en el periodismo. Se han dicho cosas sobre el abuso a niños y niñas de parte de los sacerdotes, por ejemplo, en la iglesia. Esto se ha destapado, se ha dicho, se escribe, pero se dice “abuso a menores”. Entonces ahí tú le quitas que es un adulto con cuerpo de adulto forzando a tener sexo a un niño pequeño.
―Lo está violando.
―Sí, lo está violando. Tremendo. Entonces, si dice “abuso a menores” y lo lees como mil millones de veces, ya da igual. Ya es como abuso a menores, abuso a menores, abuso a menores. ¡No! Para y piensa lo que esa persona le ha hecho a la cabeza y al cuerpo de esa personita. Porque somos cuerpo también. Somos cuerpo primero. Y ahí hay una cosa anatómica, brutal, que no se cuenta en el periodismo, no se puede contar en el periodismo. Por la censura, por no ser amarillista, por no… A mí, por ejemplo, me han dicho que mi literatura es amarillista.
―¿Sensacionalista?
―Sí pero no me importa. Porque la otra opción, que es hacer una literatura estupefaciente, es algo que a mí me parece inmoral. A mí. Con todo respeto a la gente que hace literatura estupefaciente y a los que se llevan a veranear su literatura estupefaciente. Todo bien, todo bien, no importa, pero en este momento de la historia también parece inmoral que tú uses papel, siendo el papel una industria súper contaminante y viniendo de los árboles. Esto lo repito siempre, yo creo que a mis editores se les debe poner la piel de gallina en plan “Nos está boicoteando la industria”. ¿Ustedes creen que se necesitan más libros que árboles en este momento de nuestra historia? Estamos a dos días de la carretera de Corman-McCarthy. O Snowpiercer: de subirnos a un tren, los privilegiados, porque esto se acabó. El apocalipsis del cambio climático. Se acabó. No sé si han visto un ciclón en Perú, lo que está pasando mientras nosotros aquí estamos con un calor que no se ha vivido nunca, que mata a los peces. El otro día contaban que el agua caliente tiene menos oxígeno y los peces mueren ahogados. Nos va a pasar a nosotras. Yo sé que hay gente que se dedica a esto que tiene un discurso muy estético y que tiene una idea sobre hacer su propio canon y la novela total y cambiar las literaturas latinoamericanas. Me da risa. Todo eso me importa un carajo, la verdad, no soy escritora, soy profe, en verdad, aunque ustedes hayan venido a ver la escritora, lo que yo soy es profe, no puedo vivir de la literatura, por lo cual, si hago algo que va a hacer que haya menos árboles, aunque sean tres, no sé cuántos árboles, me encantaría saberlo. Aquí hay mucha gente joven que seguro que ha venido porque escribe, como era yo cuando estudiaba en la universidad. Y que tiene ese sueño de ver su nombre en el libro y claro, es que todos lo tuvimos. Pero un consejo les doy siempre a los jóvenes y no tan jóvenes que van a mis talleres de escritura. No es necesario que publiquen, no es necesario. Si son lo suficientemente buenos y buenas para que su libro exista físicamente en una librería, va a pasar. Pero no publiquen mierda. Es una industria voraz. Y me imagino que Tolstoi y todos esos vivieron tranquilos pero nosotros tenemos urgencia por sacar un libro. No sé, Rulfo publicó dos o tres. Tres: geniales, perfectos, inmortales. Bravo tus cojones, Juan Rulfo, que dijiste “Ya no quiero escribir, ya dije lo que tenía que decir”.