Sonia Budassi: “Me interesa el tema de lo animal por fuera de lo snob y del mandato de lo políticamente correcto”

—En tu último libro Animales de compañía, la construcción de los personajes está realmente muy trabajada. Son seres solitarios, sufren, hay desesperanza, desilusión. ¿Es el eje de tus cuentos?

—Sí, los personajes y los escenarios. Es un lugar común de la crítica decir que los escenarios son personajes, y no: los escenarios son escenarios y los personajes se mueven ahí. Uno y otro se influyen: generan sus códigos, sus dinámicas. Me interesa esta separación. Creo que los personajes tienen un lugar central y van avanzando por distintos territorios, pero tienen todos que ver con ciertos mandatos sociales y ciertas cuestiones del entorno. Incorporan distintos planos y a partir de ahí se da una cuestión de resistencia o de sometimiento o de distancia crítica. Alguien me hizo notar que el libro se llama Animales de Compañía y que en realidad es como vos decís: todos los personajes están solos o en búsqueda de tener o afianzar una relación, ya sea laboral, familiar, de pareja, o ya sea seduciendo al dueño de la inmobiliaria para poder alquilar un departamento. Y el título, en realidad, no corresponde a mi persona. Ese era el título de uno de los cuentos. Cuando le dí a leer el libro, entre otra gente, a una escritora que admiro, que es Mariana Skiadaressis, me dijo: “No, este tiene que ser el título del libro”. Entonces, al final, el título quedó y ese cuento no entró, quedó olvidado al fondo del CPU.

—Hay muchos animales en tus cuentos. ¿Los animales son aquí compañías o estamos hablando de la animalidad de los humanos? ¿Cómo trabajaste esa relación?

—Me di cuenta después del hilo que subyacía y que unía todos los cuentos. Algunos animales aparecen de manera simbólica, algunos como peluches, otros como un elemento disruptivo, como es una laucha en una determinada ocasión que viene a significar otra cosa, algo de lo que está sucediendo en la trama, pero tiene un trasfondo más simbólico. Tiene que ver con la extrañeza. John Berger dice esto de la extrañeza: los animales te miran a ojos y eso es como una impresión que se te devuelve y les devuelve a los personajes como una ajenidad, una otredad, y al mismo tiempo una pregunta por la propia identidad. Y también muchas veces estos animales de compañía son los propios seres humanos. Javier Arroyuelo, que es otro escritor que me encanta, me dijo, hablando coloquialmente: “se llama Animales de compañía: es un libro sobre chongos” (risas). Y la verdad que no tanto, pero son funciones que van mutando. Me interesa el tema de lo animal por fuera de lo snob, por fuera del mandato de lo políticamente correcto. Es más, hay cuentos que tienen que ver con el proteccionismo, donde se ven varias grietas en esas causas. También me interesa salirme de esto de la moda de lo pet friendly sin ningunear que tenemos interacciones reales con los animales, nos preocupan. Y por otro lado, hay una situación muy incómoda. A mí me interesa narrar desde la incomodidad: yo me crié en el campo y le hacíamos unas crueldades a los animales… La yerra, el rebencazo. Son cosas que yo hice y tengo una relación algo traumática con eso. En el fondo, se trata de ver qué vidas valen más que otras. ¿Las de las ballenas, que son lindas? ¿Las de los monstruos del fondo del mar, que son feos y a nadie les importa?

—Claramente hay una posición política. ¿Tenés bichos?

—Sí, sí, tengo incluso una relación biográfica con los animales. De pronto son temas que uno rearma y recrea a la hora de hacer literatura. Tuve una relación súper normal que hoy podría ser considerada salvaje, cruel, condenable. Mis hermanos les cortaban las alas a los teros para tenerlos en el patio. Se hacía eso. Yo tenía una lechuza en un patiecito de cemento. Y tenía una relación muy natural con los caballos, con las vacas, y también con los gatos, con los perros, a lo que estamos acostumbrados. Y toda esta problematización de esas relaciones -y vuelvo a esto- de poder y de dominación, me resultan hoy muy interesantes. Me parece también que hay una cuestión del animal ahora que antes no lo notaba. Lo estuve pensando, también releyendo a Donna Haraway. Ella habla de las comunidades y habla de las comunidades con los animales y de cómo hay una noción de los animales como objeto de consumo, objeto de alardeo y de estatus. Tenés el perrito de la raza tal y eso te coloca en un nivel que no es el mismo que un rescatista de perros de la calle. La simbología y los roles sociales de los animales son super interesantes.

—Hay un elemento común en tus cuentos que es la búsqueda de la identidad, la necesidad de pertenecer. ¿Es así? ¿Desde qué mirada lo trabajaste?

—Sí, yo creo quizás que es un descubrimiento posterior, una preocupación permanente en mi narrativa que tiene que ver con la inadecuación. Incluso con la inadecuación con el propio cuerpo, hay muchos cuentos en que los personajes se cuestionan eso y tratan de encajar en esos mandatos sociales que cuestionan, porque los incorporaron. Eso es algo que lo atraviesa todo. También los animales de Disney, las historias de Disney romantizadas. Creo que ese es el hilo conductor: la resistencia a los mandatos. Hay un personaje que se resiste a que le amputen una pierna porque es lo que el sistema de salud dice, pero él prefiere vivir hasta lo que dé, con la pierna. También tiene que ver con esto de la necesidad de pertenecer. Antes se miraba al vecino y decías “quiero ser como él”, y ahora pasa en las redes sociales. Los imperativos siguen estando en el formato que sea y, como vos bien decías, hay una cuestión de identidad de los personajes preguntándose qué aspiran a ser.

—Como una indecisión a la hora de definirse, ¿no?

—Sí, sí, una tarea de descubrimiento, un viaje interior y exterior con todas sus dificultades. Y por más que tienen una visión crítica, los personajes lo siguen intentando. Por eso no son del todo cínicos, me parece.

—Quería hablar un poco del órden, de la cronología de los cuentos. El primero, “Kilómetro de distancia”, es desgarrador y nos deja con mucha avidez de seguir leyendo. Es una muy buena puerta de entrada al libro.

—Hay una cosa cartográfica, de distancia, que tiene que ver con el viaje, con el desplazamiento que involucra un objetivo a conseguir. Y también lo que sucede en la micro cartografía de las relaciones, como esta familia que va en el auto. Y después, en “Mapas de relación”, van influyendo estos viajes en colectivo, estos viajes soñados a Barcelona que hace esta pareja, y ahí entra también la aparición del gato con una carga simbólica que se pierde y que habla mucho de la crisis de la pareja y de la tilinguería de uno de los personajes. Esa tensión me gusta, porque hay como una falsa dicotomía de que la realidad es lo virtual y después está lo real de lo real. Lo mismo con lo rural y lo urbano. Hay una convivencia entre la realidad de un pueblo que sigue funcionando como hace 100 años más o menos y la de, qué sé yo, la inteligencia artificial.

—Los relatos, cada uno de ellos, de entrada parecen historias simples, cotidianas, pero condensan un gran pesar, arman nudos en el estómago. ¿Esto es una herramienta narrativa tuya, un juego que hacés?

—Yo creo que hay una intención de hacer una crítica social sin bajada de línea, saliéndome del discurso institucional, del discurso de la militancia, que está buenísimo, pero no es lo que me interesa para la literatura. Entonces, a partir de ahí, creo que mis personajes tienen compromisos, tienen deseos y tienen profundas angustias cuando las cosas se les frustran. Pero tiene mucho sentido del humor, también. Cuando ningunean a esta parejita que no puede conseguir el departamento porque viven en una pensión, y juntan los recibos de sueldo y no llegan y se imaginan como un grupo comando, arman como una estrategia para parecer más solventes de lo que son, tienen como esas salidas que, por más que el trasfondo pueda ser un poco amargo, me interesan. No sé si lo logro, pero intento salir del lugar de lo solemne y de esa cosa existencial, dramática, a lo Sábato, y cruzarlo con cuestiones triviales, contemporáneas. Y también con problemas graves: a uno le corta una pata, otros se tienen que mudar, otros migran, otros se enamoran, como en “Perfecta”. En ese cuento me interesaba el desenmascaramiento. Está esta idealización de que ella tiene que ser perfecta y él le traza como intrigas y se hace muy el profundo y ella cae en ese intelectualismo, y al mismo tiempo van apareciendo distintos indicios de lo monstruoso que hay debajo de este personaje de ánimo controlador. En los detalles se va condensando lo enfermo de ese vínculo y después, bueno, ella intenta zafar de una manera, digamos, desde un feminismo no convencional, no teórico.

—Dejás mucho para leer entre líneas. ¿Qué leés?

—Al igual que vos, trabajo de leer y eso es maravilloso, porque en esa restricción de la libertad descubrí distintas cosas. Es arduo detectar las influencias o cómo operan. Hay autoras que me encantan, pero que me hago el auto “no lo intentes en tu casa”, como con Clarice Lispector. Con respecto a lo de la literatura extranjera: me parece que ahí lo que debe llamar la atención es que se corre el eje de los escenarios, que desde Latinoamérica está puesto en la propia Latinoamérica, y en Europa hay más esta cosa entre ombliguista y aspiracional. Y yo, instintivamente, corro ese eje hacia otros horizontes: Asia, Australia… Y los personajes son cosmopolitas pero son buscas también, no tienen una cuestión de tilinguería. Sí quizá tienen una fantasía aspiracional y tienen preguntas. En uno de mis cuentos hay un personaje que es un estadounidense con rasgos asiáticos que va a una ONG proteccionista en Shanghai, y cuando llega a China todos lo piensan chino, aunque él no hable una palabra de chino. Me interesan esos cruces de este mundo que es tan complejo, tan global, y el contrapunto con lo local. Y esa inadecuación por ahí sí tiene que ver con lecturas de ciertos autores de afuera, como son Amélie Nothomb, Lorrie Moore, Delphine De Vigan.

—¿Nos contás un poco de tu nuevo libro? Sos periodista y escribís no ficción, hablemos de eso.

—Bien, es un libro de ensayos y crónicas. Hice textos nuevos y también reescribí artículos que tenía sobre literatura: desde Madame Bovary hasta la madre de César Aira, que era escritora también. A veces te sirve ser de pueblo, yo soy de Bahía Blanca y tengo a Coronel Pringles cerquita, entonces conocía estas revistitas literarias donde ella hablaba legitimando a su hijo. Una belleza, la entrevisté. Bueno, revisité esos textos y muchos de literatura rusa, y también otros más teóricos sobre el vínculo entre la literatura de ficción y no ficción. En otro apartado traté de llevar adelante los cruces que implican escribir, no diría periodismo sino narraciones, que tienen vínculos con lo real, cómo ahí también se maneja el registro literario. Hay algunas crónicas de viajes siempre cruzadas por la crítica cultural: una crónica de arte contemporáneo sobre la isla de Naoshima. Hay algo que dice Sarlo y es que el periodismo cultural son las buenas noticias del diario. En la tapa tenés la inflación, las internas políticas, todo mala onda. Y somos pocos los que podemos aprovechar esas grietas del periodismo cultural. Esta isla es maravillosa, un poco tiene que ver con el greenwashing: es una isla llena de industrias y fue un millonario y dijo “bueno, voy a poner arte” y medio que con eso lava dinero, pero al mismo tiempo es fascinante cómo está lleno de obras en función de esos espacios. Entonces, bueno, me divertí con ese cruce entre el viaje, el comercio, el arte, otra vez tratando de generar preguntas, porque para mí la literatura de no ficción y la de ficción se trata de lidiar con los problemas. Es como una herramienta de conocimiento, de exploración.

—¿Y tenés pensado algo de ficción para más adelante?

—Sí, estoy terminando una novela que se llama Realidad Artificial y también tiene que ver con el mundo de lo corporativo, con las imágenes idealizadas, con las nostalgias, con las distintas estrategias que atraviesan el arte y el comercio. El tema del conflicto de las relaciones laborales también lo trabajé en mi libro de cuentos Periodismo y me interesa. Sobre todo las situaciones de hipocresía en donde quienes trabajan con herramientas intelectuales, simbólicas, artísticas, se auto idealizan demasiado y al mismo tiempo están cruzados por el mercado. Hay ahí una tensión entre creerse que van a cambiar el mundo y tener que acceder a cosas para sobrevivir. No hago ningún juicio de valor, solo me parece interesante estos conflictos de poder entre los propios empleados. Y bueno, ellos desarrollan una consultora con todo un sistema parecido a la película “Eterno resplandor de una mente sin recuerdo”, pero que sería para recordar todo aquello en lo que te fue bien y repetirlo y repetirlo.

—Podemos decir que en esta nueva novela el cinismo también es un factor.

—Sí, igual los personajes sufren, pero sí, sigue con esta cuestión entre nostálgica y cínica.

—Decinos, Sonia, qué autores, qué libros tenemos que leer. Clásicos, contemporáneos, lo que sea.

—Puedo decir libros que a mí me cambiaron cierta forma de concebir la literatura, que después quizá no se refleja, pero te cambian la mirada y eso está buenísimo. La obra de Lobo Antunes, que es un portugués eterno candidato al Nobel, antes de que lo ganara Saramago. Después poesía, siempre. Anna Akhmatova, que es tremenda dramática. O sea, digo, soy argentina, tana, con antecedentes rusos, pero esto es como: ¡Pare de sufrir, señora! Hay unas traducciones preciosas que lo hacen todo sufriente, hermoso, bello, sin caer en la cursilería, con una precisión. También Lorrie Moore, ya hablé de ella. Y bueno, para ver el cruce de ficción y no ficción, Emmanuel Carrére. Svetlana Alexievich también, con ese trabajo de manufactura que tiene con el lenguaje, ese trabajo de edición de testimonios.

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