Mariano Blatt: “La poesía es lenguaje”

—Hace poco volviste de vivir en España, ¿qué tal allá? ¿nos quieren, literariamente?

—Creo que nos ignoran bastante. No les importamos mucho, o tanto como pensábamos que les importábamos. Nos ignoran bastante, lo cual me parece que está bien, que es justo, pero no nos odian.

—Además de tu tarea como editor, sos poeta. ¿Podríamos decir que tus poemas son sobre la poesía?

—Algunos sí, quizás. Yo creo que probablemente toda la poesía sea solamente sobre la poesía. Me parece lo más probable. Pero sí, soy poeta, para mí no soy escritor. Soy poeta nada más: hay una diferencia. Hay muchos que son poetas y escritores, algunos son solo poetas y algunos son solo escritores. Yo soy solo poeta, yo no soy escritor. Por eso sufro tanto cuando me piden un texto, que escriba un texto para algo. Creo que me lo piden pensando que tengo el oficio de escribir, pero no lo tengo. Entonces me cuesta bastante. Al final me termina saliendo, pero lo que me diferencia de un escritor es que yo no controlo nada de mi escritura, y los escritores se dedican a controlar un poco su escritura, la practican. Yo no la practico.

—Entonces… ¿los poetas son unos descontrolados?

—La mayoría de los poetas que conozco son descontrolados, sí (risas). No, pero la realidad es que así soy yo como poeta. No sé cómo son los otros poetas, cuál es su relación con la escritura, pero para mí siempre la relación con la escritura, con la poesía, fue totalmente… No tengo ningún control sobre ella. Yo no soy descontrolado, no la controlo, que es distinto, me parece.

 —En algún momento decís que «la poesía fue inventada por la voz de las personas». ¿Cómo se te ocurrió esa voz?

—Me parece una obviedad. No lo digo como algo despectivo, me parece que la poesía tiende a decir obviedades. No me acuerdo donde lo digo, pero capaz tiene que ver con algo que siempre sostengo cuando me preguntan qué es la poesía: la poesía es un género, nada más. En contra de esas metáforas de que algo lindo es un poema. Un plato de comida no es un poema, es un plato de comida. La poesía solamente es texto, y el texto obviamente es lenguaje, está hablado, o sea, está dicho por alguien, o escrito. Es como una revelación de descubrir lo obvio. La poesía es lenguaje que inventan las personas hablando, básicamente.

—¿Qué opinas de la mala poesía? ¿Hay mala poesía?

—Sí, obviamente supongo que habrá poesía mala, o que a mí me parezca mala. Y lo que opino es que me parece mala, básicamente (risas). Pienso que todos tienen derecho a escribir y ya está: que escriban, está bien. Después algunos tienen la suerte de que los lean y otros no. Y algunos tienen la suerte de que los lean más y otros menos, y eso es todo lo que se puede decir. Después si es bueno o mal va a depender mucho, qué sé yo. Yo intento leer cosas que me parezcan buenas pero eso no significa nada, en el sentido de que creo que todos intentamos lo mismo: leer cosas que nos parezcan buenas. Nadie va a pasarse el tiempo leyendo algo que le parece malo.

—En tu poesía hay mucho de viajes, mismo al interior de tu barrio. ¿Habitás la poesía?

—Yo no me considero una persona que haya viajado mucho. Capaz mis viajes están sobrerrepresentados por la poesía. No creo que haya tanto viaje en mi poesía, pero sí creo que mi poesía es de lugares. Todo el tiempo estoy celebrando los lugares en mi poesía, ya sea el lugar donde vivo o, cuando voy a otro lugar, la sorpresa de estar en otro lado, otro nombre de ciudad. También es más una fascinación por los nombres de los lugares que por los lugares, capaz. La idea de «voy a estar en tal lado» a mí ya eso, antes de viajar, en realidad eso es lo único que me importa. Después, cuando estoy ahí, me arrepiento, por lo general. Siempre que salgo de mi casa, digo ¿para qué salí? En realidad estaba mejor en casa imaginándome que iba a ir a un lugar (risas).

—Hay algo de encierro, de reclusión en tus poesías. ¿Lo disfrutás, lo padecés?

—Lo disfruto, disfruto muchísimo de mi soledad, pero quizás porque tiene que ver con que la soledad es para leer. Necesito tener mucho tiempo solo para leer mucho, porque es lo que más me gusta. Lo cual te lleva a vivir o habitar un lugar que solamente está en tu cabeza, lo cual te lleva a la soledad, al aislamiento social y a todo eso. Pero lo disfruto muchísimo. Mucho tiempo lo viví como la culpa de no estar sociabilizando. Creo que la pandemia ayudó para eso, para que todos digamos «está bien estar solo, lo lamento: no voy a volver a ir a ningún lugar» (risas).

—¡Todos fantaseamos con eso!

—Sí. En mi caso, volvía de un viaje a Madrid, y fue dos días antes de que cerraran las fronteras. En ese momento, los que volvían de viaje de un lugar afectado, tenían que hacer cuarentena. Nadie más. Después se extendió a todo el mundo. Y cuando llegué un amigo me dijo «no conozco a una persona mejor preparada que vos para hacer una cuarentena: ya vivías encuarentenado». Entonces sí, es algo que disfruto mucho, la soledad.

—Otro tema recurrente en tu obra es el agua. 

—Es algo que no puedo explicar, la verdad, en el sentido de que yo tampoco lo sé. Pero sí, siento como una atracción por el agua. No tengo una explicación definida. Encontré explicaciones, por ejemplo, en la poesía de Viel Temperley. Después hay mil explicaciones de lo místico. Pero creo que tiene más que ver con que me gusta nadar. Me gusta mucho nadar y entonces me gusta el agua, pero no sé por qué.

—¿Has vivido en alguna ciudad con mar, con lagos?

—Viví en Montevideo, que tiene un río que es más una playa. Y vivía a dos cuadras de la rambla. Me acuerdo de que yo iba a un colegio que quedaba en otro barrio, bastante lejos, y todo el camino que tenía que hacer para llegar era por la rambla, bordeando el mar, el río. Así iba y volvía, y ahí me atraía bastante ya. Eso fue lo más cercano. Pero cuando viví en Madrid, estos tres años, sufrí mucho la falta de agua. Es una ciudad muy seca y no hay agua alrededor. Después, Buenos Aires, aunque no mira al río, lo sentís todo el tiempo, se siente todo el tiempo la humedad. En Madrid sufría mucho que no haya humedad, por ejemplo, y sentir que no hay ningún espejo de agua cerca. Lo percibís mucho, es muy notorio. En Buenos Aires el agua está en todas partes, está abajo, en todos los arroyos soterrados. La percibís todo el tiempo al agua, y es muy atractiva para mí.

—En tus poesías hay mucho de los barrios de Buenos Aires. ¿Los extrañás cuando te vas?

—Sí, soy muy nostálgico, muy nostálgico. Se me ocurre que seguramente me gusta tanto el agua porque soy una persona de Buenos Aires. Y lo del barrio es eso, lo mismo: soy muy de Buenos Aires, muy porteño. Yo creo que habría sido tanguero si hubiera nacido antes, o sea, soy el típico poeta de Buenos Aires, básicamente. Nostálgico, melancólico, el barrio y todo eso. El barrio me encanta, el barrio donde vivo ahora, que es Villa Pueyrredón, es muy loco. Yo no soy una persona que haya vivido siempre en el mismo barrio, me mudé muchísimo de hecho, pero sí nací en Villa Urquiza, muy cerca de donde vivo ahora. Cuando era chico viví ahí hasta los 6, 7 años, después empezamos a mudarnos. Pero lo que yo veo del barrio donde vivo ahora, es que siento que me gusta tanto porque es como una memoria inconsciente. Veo las mismas calles que veía cuando tenía dos años, que yo no puedo recordarlo pero puedo tener una memoria visual inconsciente de eso. Y creo también que me gusta tanto Villa Pueyrredón porque es un barrio que todavía no se transformó tanto como otros barrios, porque no tiene subte cerca, y porque tiene, por ahora, un código urbanístico que no permite construir en altura más allá de las avenidas. Se preserva bastante bien y se parece mucho, yo creo, al Buenos Aires donde yo nací, Villa Urquiza en la década del ´80. Entonces es como un recuerdo inconsciente que me hace sentir en mi infancia, y me gusta habitar ese recuerdo.

 —¿Y te gusta el tango?

 —Mucho, sí.

 —¿Y escribís tango?

—No, no escribí. Igual, yo creo que tengo algunos poemas que son tangueros, como muy melancólicos. Pero sí, me encanta el tango. Sobre todo la música. Las letras también, son como algo que está preservado arqueológicamente, pero me gusta mucho lo musical.

—Repasemos un poco Mi juventud unida. Mariano, ¿vos sabés que todavía sos joven, no?

—¡Sé que no! (Risas) Acabo de cumplir 40 años. Lo que pasa es que soy un hombre gay de cierta generación. Es muy habitual, en el hombre gay, esa idea de juventud eterna. Entonces por eso parezco joven, pero no lo soy, o sí, capaz sí lo soy, no sé. Pero estoy seguro de que es por eso. Hay, incluso, teorías de por qué los hombres gays buscan ser jóvenes siempre. Hay una teoría que dice que a los que fuimos gays cuando yo era chico, que todavía no estaba bien ser gay, no estaba aceptado, es como si nos hubieran robado la juventud. Porque vos cuando eras joven en la secundaria no podías ser vos, eras una persona que estaba oculta. Entonces, ahora que sos vos y que conoces a gente que es como vos, estás viviendo ese momento que te robaron. Una cosa así.

—Claro, igual vos fuiste el último coletazo.

—Yo fui el último coletazo, sí. Supongo que ahora los chicos gays son más frecuentes. Capaz ellos no van a ser eternamente jóvenes como nosotros (risas).

—Se me ocurre que tenés que haber sido un tipo super libre desde el primer momento ¿o no?

—Yo sí, libre, pero solo. Nadie supo que yo era gay hasta los 19 años. Ya había terminado el secundario. No tenía ni un amigo que supiera que yo era gay. Por el contexto en el que vivía, no había posibilidad en mi época, creo. O sí, chicos más valientes lo hacían, yo no lo hice.

—La sexualidad y el erotismo también están muy presentes en tu poesía. Hay momentos que son como chats de Whatsapp.

—Sí, hay muchas redes sociales porque son muchos años. En el 2004, que los primeros poemas son de ahí, no había Whatsapp. Había otras mensajerías. Pero sí, hay muchas redes sociales.

—¿Puede ser que antes escribías poemas más largos y que después, con el formato red social, se haya empezado a acortar tu poesía?

—Tuve épocas. Hay una época en la que los poemas eran largos, pero creo que antes de eso eran cortos y después fueron cortos de vuelta. Pero sí, hubo una época en que apostaba al poema largo. No me acuerdo bien por qué. Ahora cada tanto algún poema largo tengo, pero son más cortos. Creo que eso va cambiando, depende de muchas cosas que se sintetizan en tus poemas en ese momento.

—Hay distintos registros a lo largo de tu poesía, distintas cadencias.

—Sí, es el paso del tiempo y cómo vas encontrando tu voz con el paso del tiempo. En mi caso, hay poemas de Mi juventud unida que yo no podría leer, porque no podría recitarlos como sabía que los sentía. Me parecen ridículas las cadencias de alguno de esos poemas ahora, básicamente, la música. Son músicas que ahora no puedo tocarlas.

—¿Qué te parece el recitado performático? 

—Hay poetas performáticos que sí me gustan. No me gusta para mí, para hacerlo yo, no es mi forma, capaz alguna vez lo sea. Pero cuando he visto poetas que hacen eso y que es su lenguaje, sí, obvio, me gusta.

—En tu poesía hay muchos aforismos.

—Sí, mi poesía es re aforística. También humorística: para mí poesía, aforismo y chiste están bastante cerca, por lo general. Me gustan mucho los poemas de un verso, tengo varios.

—En Mi juventud unida, aparecen dos poemas que «vas a escribir toda tu vida, hasta que te mueras».

—Sí, muy dramático. Hace un montón que no los escribo. En un momento, para romper el bloqueo del escritor, se me ocurrió esto de unos poemas que todos los versos empiezan igual, y que se les puede ir agregando versos. Uno se llama «No es», y todos los versos empiezan con “parece”. Y otro es «Ahora», y todos los versos empiezan con “que”: “ahora que estamos acá, ahora que estamos hablando en la entrevista…” En su momento me parecía una buena idea, ahora hace más de un año que no escribo un verso en cada uno. Pero bueno, al mismo tiempo están ahí, si un día quiero los sigo, los retomo. Ahora me parece una mala idea. Hace poco pensaba eso: son como tatuajes. Tenés el compromiso de que tenés unos poemas que vas a escribir para toda la vida, supuestamente. Eso creo que es habitual también, cómo las cosas me dejan de gustar. Tengo que aprender que no tengo que decir que voy a hacer algo para siempre.

—¿Cómo te sirve la mirada de poeta a la hora de editar?

—A mí me sirve. Damián (Ríos) siempre me dijo, y para mí es acertado, que se nota cuando un escritor es lector de poesía, porque eso contamina de buena manera su prosa. Yo creo que lo mismo vale para editor. O sea, a mí ser poeta me sirve como editor por la manera en la que leo y en la que me doy cuenta si un libro está bueno o no, para sintetizar. Pero a mí me gusta más leer narrativa, me gusta más leer novelas y cuentos que leer poesía, por eso editamos eso con Damián. También porque hay algo que no podría explicar, o quizás debería desarrollarlo mucho, de que hay una cosa diferente en las editoriales. Así como yo pienso que ser poeta no te hace escritor -vos podés ser poeta y no ser escritor, como es mi caso-, con las editoriales de poesía pasa algo parecido. Ser una editorial de poesía es una cosa, y después de ser una editorial es otra cosa. Hay algo muy específico de las editoriales de poesía y sobre todo las editoriales que solo editan poesía. Son como yo, que solo soy poeta. Y tener una editorial es otra cosa, para mí, que tener una editorial de poesía: tenés más libertad. Para ser editor de poesía para mí tenés que ser editor de poesía y nada más y poner todo ahí. Y yo no soy editor de poesía. Me gusta más editar novelas, cuentos, y me gusta más leer novelas y cuentos, narrativa. Y también el modelo de negocio que me imagino de un editorial, no es un editorial de poesía. Es más de nicho, aunque eso haya cambiado ahora un poco. La cantidad de gente que lee poesía en esta ciudad y que escucha poesía, es increíble.

—Blatt & Ríos apuesta mucho a las primeras obras de los autores.

—Sí, tenemos muchos primeros libros. Eso debo admitir que es en un 90% mérito de Damian, más que mío. Creo que está más en su ADN de editor, lo de primeros libros. Es como un animal de los primeros libros. Yo lo que percibo, trabajando con él, es que en algún momento lo seré, pero todavía no lo soy. Requiere una experticia que él tiene naturalmente y con la experiencia y que yo siento que me estoy preparando para eso. Tiene mucha capacidad para trabajar con gente que está escribiendo y para encaminarla hacia su primer libro, digamos. Es lo que más le gusta hacer también, y lo que mejor le sale. Entonces esa parte de la editorial viene principalmente de él. A mí me resulta más fácil editar libros viejos. Voy a leer libros de segunda mano y a encontrar ahí. Me cuesta más ver en una cosa, que todavía no se editó y que está escribiendo alguien, la gema de un futuro primer libro y ver en esa persona al futuro autor. Damiano lo hace perfecto. Por eso somos dos. Éticamente estoy a favor de eso, una editorial de primeros libros, hay que saber cómo encontrarlos. Y es una marca de la editorial. Somos editores argentinos, el 80% de nuestro catálogo nos gusta que sean de autores y autoras argentinos que estén vivos, que estén escribiendo, porque también es de lo más gratificante y divertido de ser editor. Está la parte de ir a buscar libros viejos, olvidados, que está buenísimo, pero ya hubo un editor que fue el primer editor de eso. Está bueno ser el primer editor de algo.

—¿Hay alguien que te enorgullezca haber editado?

—Se supone que ahí uno tiene que contestar autores que están muertos, no de los vivos porque se van a enterar (risas). Hay un autor colombiano, Fernando Molano Vargas, que es como una joya de la literatura latinoamericana y que me enorgullezco de haberlo editado, y ni siquiera es que lo descubrí yo. Nos lo recomendó un amigo que vivió un tiempo en Colombia y se enteró de esta novela de culto de Fernando Molano Vargas, Un beso de Dick. La leyó, le encantó, me la pasó y yo no la leí durante mucho tiempo, porque no tenía tiempo. Y era un PDF, me cuesta leer de la pantalla. Y un día abrí el documento y lo empecé, mucho tiempo después lo empecé a leer y me atrapó y fue como, ¿qué es esto? Me enorgullezco de haber puesto los recursos para que eso se publique, pero no es que yo lo descubrí. También me parece que los editores no es que tenemos que descubrir cosas, o sea, es una mezcla de mucho. Tenemos muchos libros que vino alguien que nosotros confiábamos y nos dijo «che, esto está bueno». Y uno va, descubre, encuentra valor en eso y lo edita. Uno trabaja en eso también, pone el sello. No todo es lo que «yo descubrí»: es hacer disponible libros.

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