Teresa Arijón: «Este libro me volvió a mis épocas más fervorosas»

Teresa Arijón es poeta, traductora y editora. Ha publicado 8 libros de poesía. Su último libro La mujer pintada entrelaza su historia personal con la de reinas, bailarinas, prostitutas y lolitas, que ejercieron el misterioso arte de modelar para pintores.

Por Lala Toutonian.

Lo primero que voy a preguntar es: ¿sos vos la de la tapa?

Sí, la de la tapa soy yo. Es una foto tomada en fines de los años 80, en el taller de escultura de Juan Maffi y la tomó Gabriela Escurra, que era una amiga y además alumna del taller.

Creo que el gran logro literario de tu libro La Mujer Pintada, es adentrarnos a los lectores en el mundo de las “musas”. Mujeres que fueron protagonistas de las grandes obras de arte tanto en pintura como escultura. Por un lado cuenta la historia de una mujer que ha sido modelo y por otro lado brevemente, cuenta tu propia historia como modelo de obras de arte. El poder narrativo y poético tuyo y tu propia experiencia ¿Cuánto hubo de investigación para desarrollar el tema?

Fueron dos años, pero más allá de esa investigación pura y dura, yo ya venía conociendo el tema, primero por la experiencia propia, porque fueron muchos años que estuve trabajando como modelo, pero además, dependiendo para qué artista trabajara o con quiénes me relacionara, también iba conociendo la historia de otras modelos, a través de charlas que surgían. Yo ya tenía un interés en el tema. Tenía una experiencia personal. Después, para hacer mi novela, investigué con los libros que tenía, más búsquedas en internet y sobre todo muchas charlas con Juan Lascano, que es el pintor para el que más posé. 

Juan, es un pintor de desnudos que sabe mucho de modelos y de historias de modelos, aunque él mismo ahora me dijo que yo sé más (risas) Porque aparecieron historias que él desconocía y eso que él sabía muchísimas.

Me ha sorprendido más de una cita sobre los autores que has nombrado en el libro. Nabokov, Baudelaire, Verlaine.

Navokov cuando habla de Freud y dice que es el mago de Viena, por ejemplo. La sonrisa de la Mona Lisa, que para Freud era una sonrisa del propio Leonardo (Da Vinci). También se sospechó –y no solamente Freud– que La Mona Lisa era un autorretrato de Leonardo o bien de un adolescente travestido, o el hermafrodita Borghese. Hay muchas historias sobre La Mona Lisa, pero parece que la modelo fue una mujer llamada Lisa Gherardini, que posó porque su marido había encargado el cuadro. A Leonardo le gustaba poner una orquesta para acompañar la pintura, porque decía que de otro modo la pintura de retrato era un poco lúgubre y sombría. Tiziano también pintaba con orquesta.

Me gustaría que nos cuentes sobre el título del libro. Vos das a conocer a todas estas mujeres que vienen de una suerte de anonimato, que no han sido destacadas por la historia, y “estar pintado” en la jerga de la calle, es como estar “dibujado”, como que se lo ignora o desestima ¿Hay algo de eso?

Sinceramente no tuve esa intención, pero es algo que me fue preguntado en más de una oportunidad. Yo puse el título La Mujer Pintada, porque pese a no ser una gran tituladora de libros, fue el primero que se me vino a la mente y dije: Sí, es éste. Tal vez tiene una reminiscencia de mi primer libro de poesía que se llama La Escrita. La Mujer Pintada soy yo y La Escrita, así me sentía yo, alguien que había sido escrita no la que escribía. Me sentía más escrita que escritora.

En el libro vas mezclando tu historia personal con la de otras mujeres, como Henrietta Moraes o Clara Peeters, por ejemplo, pero sobre tu experiencia ¿Cómo decidiste qué contar y qué no de tu vida? ¿Cómo te resultó rememorar todo eso?

Mis escritos pasaron por varias etapas. Quizás los relatos más escabrosos, te diría que son casi fidedignos, pasados por la escritura, por supuesto, pero las escenas son casi tal cual sucedieron. Rememorar, fue todo un redescubrimiento de mi misma, porque pude recuperar un tiempo de mi vida que parecía borrado. Borrado no por prejuicio u ocultamiento, sino porque empecé a desarrollar otras actividades, dejé de ser modelo y perdí contacto con todo eso. 

Este libro me volvió a mis épocas más fervorosas, a los años 80 y 90 y al teatro, que me di cuenta que me sigue apasionando. Me hizo reencontrar con esa chica que fui, que era bastante osada. Incluso Juan Lascano, me dijo que él no imaginaba que yo podía ser tan atrevida. También me dio a entender que él no sabía que yo hubiera atravesado ciertas situaciones. Juan es un pintor muy caballero y respetuoso, no le va eso de insinuarse a una modelo o sobrepasarse de ningún modo. Porque sería como un abuso de poder, ya que la modelo está en una relación comercial con el pintor, es un trabajo, necesita el dinero y podría creer que si no accede, no la volverían a llamar o no la contrarían. 

Este libro, aparte de la alegría que me brindó saber que tiene tantos lectores y recibir tantas cosas buenas, me dio eso: el poder reencontrarme. Yo me reencontré conmigo y eso me iluminó.

¿Cómo se te ocurrió ser modelo de arte?

Se me ocurrió por recomendación de una amiga. Yo estudiaba teatro y ella danza. En esa época, para ganar un dinero yo vendía libros. Salía con un bolsito con bestsellers y entraba a todo tipo de negocios. Andaba por la zona de San Telmo, Retiro, La Boca y Monserrat que eran mis barrios de siempre. Un día una amiga me contó que hacía ese trabajo de modelo, me contó de qué se trataba, cuánto se podía ganar, me contó que era algo muy relajado, porque lo que yo hacía de vender libros era un poco exigido, porque iba con un bolso bastante pesado.

Creo que ahí el tema de estudiar teatro fue fundamental para decidirme. La relación con el propio cuerpo que te da el teatro, que te hace hacer cosas que no harías, desvestirte, entrar en circunstancias diferentes, te abre mucho la cabeza. Por la relación que tenía con mi cuerpo, para mí desnudarme no era algo así como “!Oh! ¿Cómo lo voy a hacer?”, no me era ajeno por el teatro, básicamente. Así que con la recomendación de mi amiga Alba, fui a poner el cartelito en la Asociación Estímulo de Bellas Artes. Así se hacía en ese momento. No había internet, no podían googlearme, ni yo tampoco a quién quisiera contactarme. No sabíamos ni edad, ni aspecto, nada. Era un poco riesgoso, porque podía ir a cualquier lugar. 

En casi todas las ocasiones, fueron verdaderamente talleres de artistas y allí se entablaba la relación y ya estaba. También te podías llevar algunas sorpresas, porque no sabías a dónde ibas. Pensá que dejabas tu número, te llamaban, vos llamabas, te preguntaban si podías tal día, cuánto cobrabas. Te preguntaban también cuántos años tenías, dependiendo de lo que buscaban. Si buscaban un cuerpo más joven y por ende presumiblemente más firme o también había escuelas en donde eso no importaba, porque el asunto, en el fondo, es estudiar el cuerpo, no que el cuerpo que se estudia sea armonioso o hermoso.

Así que lo hice así, poniendo el aviso. Tenía 20 años. Mi amiga estuvo un tiempo y dejó y yo seguí por muchos años.

(Pregunta de una mujer del público) Yo soy fotógrafa y en la actualidad hay mujeres que me pagan porque las fotografíe. Me gustaría conocer tu opinión ¿Por qué creés que las mujeres desean tener esa experiencia y pagan por eso?

Sin dudas serás una gran fotógrafa y muy amorosa en el tratamiento de las mujeres a las que fotografías, sino no me imagino que deseen eso. Si lo desean es porque reciben una imagen que las refleja y les agrada. Yo creo que es eso. No sabría decirte por qué ellas deciden eso. 

Yo sé que a mí me gustaba verme en determinadas obras. Me gustaba mucho. No siempre, porque también cuando estás en talleres con principiantes quedás como un pescadito (risas), porque es muy difícil dibujar lo que hay debajo de la piel, el hueso, la estructura, lo que sostiene. Es muy difícil “plantarlo”. Eso lo fui aprendiendo de los maestros y también de los alumnos. Es muy dificultoso que este codo que yo apoyo, se vea que está apoyado sobre la mesa y no parezca que está volando. Que este bracito no parezca un tallo, una cosa sin hueso o incluso sin músculo. A mí en me llamaban en los talleres y me preguntaban qué me parecía, y yo les daba mi opinión en lo que creía que les podía ayudar, o sea, en cuanto al estudio del cuerpo que ellos estaban haciendo. Pero ahí no había una cosa de verme reflejada, era otra cosa. 

En donde sí me veía reflejada era en las pinturas de Juan (Lascano) por ejemplo, que me gustaban mucho.

¿Conservás algo de eso?

Conservo cosas pero creo que todos los cuadros se han vendido. Una vez me sorprendí porque fui a posar a la casa de alguien, y cuando me fui a cambiar tuve que pasar por un cuarto en donde encontré un cuadro mío de Juan. Nunca me había pasado. Recuerdo que era un monocromo que me gustaba mucho.

De todas las historias que nos relatás de las mujeres que han sido “musas” de un montón de artistas ¿Cuál es la historia que más te gusta?

A mí Henrietta Moraes me simpatiza enormemente por la vida alocada y agitada que llevó. Fue modelo de Lucian Freud y Francis Bacon. Fue asistente en giras de rock de Marianne Faithfull y fue amiga de ella también. Estuvo en un lugar en el que a mí me hubiera gustado estar. Pero había que ser ella ¿No? Para moverse como ella se supo o pudo mover. Era extraordinaria. Ella decía que sólo posaba para genios, “No sé qué es el glamour, pero tengo de sobra”. Era absolutamente desfachatada. Ella tenía con qué sostener lo que decía y era muy osada.

Terminó queriendo, no sé si decir “borrar” esa etapa de su vida, pero sí se tranquilizó y quería ser una buena abuela para sus nietos (risas) Quiso de algún modo sosegarse. Creo que no lo logró porque murió fumando un cigarrillo. Posó para una mujer de la cual fue amante, Maggi Hambling, en las últimas semanas de su vida. Posaba todos los lunes para esta pintora. Hambling dice que Henrietta no había perdido nada de su desparpajo y de su potencia para posar. Fue Maggi la que la encontró a punto de morirse. Maggi quería llamar al médico para auxiliarla y Henrietta le dijo que no, que lo que necesitaba en ese momento era un abrazo y un cigarrillo.

¿Ella es la que recita la línea de Oscar Wilde?

Sí, eso es lo que se cuenta que dijo Henrietta. Dicen que Oscar Wilde antes de morir, estaba en un hotel y viendo el empapelado que le parecía horrible dijo “Esto es una guerra a muerte. O se va este empapelado o me voy yo” y agregó “Bueno, parece ser que me voy yo”. Ella, en teoría, había dicho eso también.

(Pregunta del público) ¿Cómo te sentías siendo una suerte de objeto al ser observada por los artistas?

Yo nunca me sentí un objeto. O tal vez si me sentí un objeto fue como vi que los artistas tratan a los objetos con los que trabajan. O sea, un objeto amado. No una mujer deseada o amada como tal. Un objeto de arte amado que les interesaba retratar. Nunca me sentí cosificada. Nunca lo viví así. Quizás otras modelos lo sintieron. Yo no.

Hubo un fotógrafo con intenciones algo pornográficas ¿Verdad?

Sí. Ese fotógrafo me quiso hacer firmar un contrato después de unas fotos que no llegaron a ser porno. Yo me di cuenta que eso no era un estudio de fotografía apenas subí. No era nada de nada. Era un departamento en donde habían montado apenas una lámpara para hacer fotos y una tela negra. Había dos gatos siameses que me miraban y que me hicieron sentir acompañada (risas) Porque me decía, tal vez para tranquilizarme: Al menos estos gatos son distintos de él y yo, aportan otra energía. A él le hablaba sobre los gatos cuando me ponía nerviosa. Sobre todo porque era una situación que parecía peligrosa, o que podía llevarme a cosas que no esperaba. 

Cuando él apareció con el contrato con el cual “podía ganar mucha plata” y directamente me proponía hacer fotos porno, obviamente en lo único que yo pensaba era en que quería irme de ahí y por supuesto no firmé nada. En el libro cuento que pasé mucho tiempo teniendo pesadillas y temiendo que esas fotos salieran a la luz. Si bien las fotos que me tomó no eran porno, eran fotos en donde yo estaba desnuda y que yo sabía que tenían otra connotación de parte de este fotógrafo. Él me había dicho que me iba a tomar unas fotos para después pintar, que era algo que se hacía mucho en esa época. No era el caso. Me lo había dicho para que fuera. 

Son los riesgos y momentos que podés vivir. Por suerte viví muchos más momentos buenos.

Contanos de Hedy Lamarr. Me llamó mucho la atención su historia en tu libro.

Ella empezó en el cine mudo y su primera película tiene el primer orgasmo filmado en la historia del cine. La engañaron a Hedy, porque ella en la película pasaba desnuda por unos pastizales y supuestamente esta escena se filmaba de lejos. Eso que lo que le había dicho a ella. Luego salió filmado de cerca. No el desnudo, pero sí las expresiones de la cara de ella. Esa escena es considerada el primer orgasmo filmado en el cine.

Se casó con un multimillonario que “secuestró” esas cintas, en realidad compró todas esas cintas de película, para que nadie viera a su mujer haciendo esa escena. Ella era una gran belleza, pero desdeñaba que la elogiaran solamente por su belleza, porque era una pequeña genio que tenía un gran talento científico, matemático e intelectual y desde niña inventaba cosas, hacía planos, dibujos, diseñaba cosas. 

Todos querían a Hedy “la linda”, pero ella hizo la base de lo que hoy es el wifi y el bluetooth, pero como no los llegó a registrar, no cobró nada por algo que hoy en día todos utilizamos. 

Así que la inventora fue una mujer y fue Hedy Lamarr, una de las divas del cine de los años 40. El único reconocimiento que tiene en la actualidad, es que el día de su cumpleaños, el 9 de noviembre, es el Día del Inventor. Ahora, con todas las nuevas oleadas del feminismo, de golpe han aparecido algunas notas como la inventora que fue y lo que le debemos.

En la jerga editorial, La Mujer Pintada, sería un longseller. De cada una de las historias que contás puede salir un libro o una película. Ojalá te contrate Netflix.

Me encantaría (risas)

Me gustaría que nos cuentes de tu vida de traductora y el premio Konex a la traducción que ganaste.

Mientras aún posaba para Juan Lascano, yo ya estaba trabajado como traductora. Era para el único que posaba una o dos veces por semana. Así que hace muchos años que trabajo como traductora. Es mi medio de vida. Es una tarea muy linda y muy absorbente. A mí me “vino bien la pandemia”, por decirlo de algún modo, para poder escribir mi libro La Mujer Pintada, porque tenía menos trabajo de traducción y pude concentrar mi mente, mis palabras y mi amor en escribir este libro. 

Cuando estoy traduciendo estoy totalmente absorbida por los autores con los que trabajo, me pongo a su servicio y estoy embebida en ellos. Traducir es escribir. Respetar al otro en su idioma original, y expresar lo que dijo de modo que el lector lo pueda sentir y no resulte una cosa disonante, ripiosa, que no te invite a leer. Eso requiere muchísima pasión y a veces es extenuante. He trabajado mucho con Brasil. Ahora estoy traduciendo la poesía completa de Wally Salomão, que es como escalar una loca montaña. Son muchísimas páginas. 

Yo siempre mantuve que para ser traductora hay que ser poeta, y acá te tengo, comprobándolo (risas)

Muchas gracias. Traducir es una experiencia muy enriquecedora. Es la mejor manera de leer. Yo nunca leí como leo cuando traduzco. Nunca aprendí como aprendo cuando traduzco. A la vez, es de una entrega extrema, que a veces requiere de un momento de reposo para poder hacer otras cosas.

(pregunta del público) ¿Cuál era la opinión de tu familia respecto de tu actividad como modelo de artistas?

Mi mamá había muerto cuando yo era chica, así que no sé cuál habría sido su opinión. Mi papá se resignó. Yo al principio vivía un poco en la casa de mi papá y otro poco “por ahí” en casas de amigos o conocidos, pero el teléfono que ponía en los cartelitos era el de mi papá. Así que mi papá era el que recibía los llamados, anotaba el nombre y el número y después me los daba, a veces con cara de rabia, pero jamás me los negó u ocultó. 

No podía decirme que no trabajara de eso aunque tampoco le parecía tan bien. Pero al verme que trabajaba y no me pasaba nada, que a veces venía contenta y que le contaba cosas lindas, creo que se fue adaptando. Funcionaba como un secretario (risas) Me transmitía todo religiosamente.

Las tías que me criaron después que falleció mi mamá, que eran hermanas de mi papá, sí eran un poco más reacias. No querían enterarse mucho. Cuando las iba a visitar y me preguntaban un poquito, yo les contaba pero enseguida me decían “Mejor dejémoslo ahí”. Consideremos que eran otros tiempos. Entre que estudiaba teatro y además modelaba, era una atrevida (risas) Igual todos siempre fueron muy respetuosos conmigo. 

(pregunta del público) ¿Cuánto duraban las poses?

Las sesiones son de 3 o 4 horas. Las poses duran en general 30 minutos y después tenés 10 o 15 minutos de descanso, dependiendo de la exigencia de la pose, si es escultura o pintura, pero sobre todo cómo estás. Si estás de pie y tenés que estar en una posición tensa tal vez estás 20 minutos en lugar de 30, porque te empezás a cansar. 

Yo he hecho poses hasta cabeza abajo, no como en yoga, pero sí inclinada hacia abajo y así podés estar 10 minutos, no más. Entonces siempre depende de la exigencia de la pose. Nunca es problemático el tema del descanso. Si estás recostada pueden durar mucho más, porque es relajado.

Para finalizar, me gustaría que nos cuentes un poco ¿Qué se viene a nivel narrativo o poesía? ¿Ya tenés pensado algo?

Tengo un libro de poesía que va a salir por la editorial Hilos, en algún momento. Si te digo “en algún momento” es por mí, porque doy muchas vueltas para entregarlo (risas). Está ahí hace muchos años, pero ahora lo tengo que revisitar. 

A nivel narrativo, es muy probable que haga otro libro, esta vez sobre el tema de la orfandad. No puedo adelantar mucho, pero es un tema que me afecta desde lo personal y desde ahí se va a disparar. No creo que tenga exactamente la misma estructura de La Mujer Pintada, pero sí va a estar entrelazado con historias y mi vida personal. 

Ahora recuerdo, por ejemplo, una historia de Clarice Lispector sobre este tema. Ella cuenta que su madre quedó embarazada para curarse de una enfermedad que tenía. En aquella época se recomendaba quedar embarazada para tratar esa enfermedad e intentar curarse. La madre quedó embarazada, entonces, con este afán de mejorarse y Clarice nació, pero a los 9 años la madre murió. Clarice dice que ella siempre sintió que no había cumplido “su misión”. Vivió toda la vida con el peso de la muerte de su madre, porque no había conseguido salvarla, mediante su nacimiento. Su elaboración de adulta, como escritora y demás, es que también sentía que los adultos de la casa, si bien no se lo recriminaban, “sabían que estaba en falta”. Esa es una de las anécdotas e historias que estoy trabajando para mi nuevo libro.

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