Maru Ludueña nació en Santa Fe. Es Lic. en Ciencias de la Comunicación, docente, periodista y escritora. Escribió para Página 12, La Nación y Anfibia, entre otros medios y tuvo un ciclo en Radio Nacional. Ha realizado documentales para History Channel y Anima Films. Fue galardonada con el premio Best Feature Story: Writing for Social Impact otorgado por la International Network of Street Papers por una publicación en la revista Hecho en Bs.As. Asimismo, la Asociación de Editores de Diarios y Revistas le otorgó el premio Pleyade al mejor equipo de investigación y la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales (FALGBT) le concedió un diploma de honor en 2006, Orgullo Ciudadano. Escribió el libro de no ficción, Laura. Vida y militancia de Laura Carlotto, que fue declarado de Interés para la Promoción de los DD.HH. por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. En 2017 publicó el libro de cuentos El mundo no necesita más canciones, del sello Ediciones La Parte Maldita.
Por Lala Toutonian
—¿Qué te representa Laura. Vida y militancia de Laura Carlotto? ¿Cómo surgió el libro?
En el año 2009 trabajaba como colaboradora de la revista del diario La Nación, era un momento político muy árido: había salido la ley de ADN para que los nietos supieran si habían sido apropiados, y eso no tenía que ver con una voluntad personal sino con un derecho que nos trasciende, el de la identidad y también el derecho a la verdad. Se debatía eso y La ley de Medios, además, había una gran convulsión política. Yo venía encargándome de temas sociales y culturales y me pidieron una nota en particular: Abuelas de Plaza de Mayo estaba por llegar a la recuperación del nieto número 100. Entrevisté dos veces a Estela de Carlotto: una vez en la sede de Abuelas de Plaza de Mayo y otra en el diario La Nación. Entre las preguntas que le hice, le consulté si ella guardaba algo para el día que encontrara a su nieto. Estela sabía que había sido un varón y estaba probado que su hija había dado a luz un bebé, por los análisis del Equipo Argentino de Antropología Forense. A diferencia de otros padres de desaparecidos, ella sí tuvo el cuerpo de su hija asesinada y pudo enterrar a su hija. Estela me dijo que nunca en su vida se hubiera imaginado que iba a pasar semejante cantidad de años –más de 30 años– buscando a su nieto, y que de cada lugar al que ella iba, se llevaba un pin o una remerita… Así, había ido juntando de todo para que el día en que lo viera, le pudiera decir: “Todo esto es lo que encontré”. Pero eso se desbordó. En ese entonces Estela estaba haciendo reformas en su casa y me contó que tenía que ordenar todo eso para saber qué se quedaba y qué no, y agregó: “Lo que a mí me gustaría es que alguien escribiera un libro con las historias que me cuentan las amigas de Laura cuando me las encuentro y me las voy cruzando por la ciudad de La Plata”. Inmediatamente le dije: “Yo te lo hago”. Así que si bien yo ya tenía escrito el libro de cuentos, el libro de Laura pasó a ser la prioridad, porque tenía la urgencia de nuestros tiempos y la urgencia de cumplir ese compromiso que había asumido.
—¿Cómo fue el trabajo con Estela de Carlotto para el libro?
Fue muy generosa. La contacté después de que salió la nota y me dijo: “Sí, avanzamos”. Ella se manejaba siempre con una libreta porque se resistía al uso del mail y la informática. Así que abría su libretita y me iba compartiendo datos. Siempre digo que para mí era como la suma sacerdotisa que me abrió las puertas de su historia. Empecé a contactarme con sus hijos, porque Laura era la mayor de cuatro hermanos, y esas fuentes me iban abriendo otras. Me pasó teléfonos de amigas de Laura, que a su vez me pasaron otros teléfonos que me pusieron en contacto con otras personas, y así empecé yendo en colectivo a La Plata. Después cuando tuve algo más armado, empecé el camino de la publicación y ¡Acá estoy! Me parece increíble haberlo hecho.
—El libro se publicó antes de que ella encontrara a su nieto.
Sí. Estela buscó muchos años a su nieto. Laura fue desaparecida en noviembre del año 1977, estaba embarazada y su bebé nació en 1978, en la época del mundial de fútbol. Mi libro salió publicado en el año 2013 y Estela encontró a su nieto Ignacio en el 2014. Así que al año siguiente de la publicación del libro, salió otra versión del libro con ese epílogo. Fue muy emocionante. Para mí es como haber estado en el tejido de una historia que me conmovió profundamente. No solo a mí. A todos. A mí me marcó para siempre.
—¿Conociste a Ignacio, el nieto de Estela?
Sí, fue muy emocionante. Abuelas tiene un archivo biográfico para darle en mano a los nietos que están buscando, con objetos, recuerdos y memorias de su mamá y papá. Las pruebas eran las forenses que te mencioné: que la cadera de Laura se había abierto antes de que la mataran y el hecho de que sus compañeras de cautiverio –las que sobrevivieron, porque muchas lamentablemente corrieron la misma suerte que Laura– habían denunciado que Laura estaba embarazada. Inmediatamente surgió la posibilidad de que escribiera sobre Ignacio, pero a mí me pareció que no era el momento, que era mejor esperar. Fue un estallido mediático enorme. Se reveló su nombre, con lo que no se respetó del todo su intimidad y yo creo que es muy importante en todos estos procesos de restitución, de la verdad y de la identidad, que sea respetado el momento de cuándo las personas están en condiciones de salir a dar la cara públicamente. Eso es una parte del proceso que se cuida muchísimo en Abuelas de Plaza de Mayo. En este caso fue prácticamente imposible porque se trataba del nieto de Estela. Fui a Olavarría, a la escuela de música en donde trabaja Ignacio, le entregué el libro y él es una persona muy bella. Al principio no se sabía bien quién era el compañero de Laura, y luego se reveló que era músico. Yo no lo sabía, pero en el libro hay todo el tiempo como una música que resuena en el fondo. Yo misma escuché la música de la época, porque para mí también hacer ese trabajo de investigación fue como deconstruir algunos mitos o prejuicios que tenía sobre esa generación. Fueron épocas muy violentas. Fue terrorismo de estado. No eligieron morir: los mataron. Pero a la vez había una tremenda vitalidad y había mucha alegría en algunos momentos, de juntarse, bailar y cantar. Celebraban la vida. Querían vivir y cambiar el mundo.
—Seguís trabajando mucho dentro de la temática de Derechos Humanos, ¿la Fundación Gabo también tiene que ver con eso?
Sí, tiene que ver con Derechos Humanos. Estoy viajando la semana que viene a Colombia, que es un país que adoro y en donde tengo amigos entrañables, como Patricia Nieto que también es periodista y escritora, y Omar Rincón que un académico que analiza los medios y las culturas populares. Así que estoy invitada a Colombia por la Fundación Gabo, que es la fundación de nuevo periodismo que se arma a partir de Gabriel García Márquez. Su creación tiene que ver con la percepción de que faltaban editores en los medios en América Latina, y hacer entonces una formación periodística. A veces en el periodismo estamos siempre detrás de la nota, de la urgencia, el apuro y no nos sentamos tanto a reflexionar sobre ciertas temáticas. En el año 2000 hice mi primer taller sobre temas sociales en la Fundación Gabo, que por entonces se llamaba Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, y a partir de ese momento hice varios talleres en la Fundación y después empecé a coordinar algunas instancias de charlas y formación. La semana que viene se celebra el Festival Gabo, en donde se premia a lo mejor del periodismo iberoamericano. Ayer se conocieron quiénes son los textos y los ganadores en las distintas categorías, que tienen que ver con fotografía, innovación, cobertura y textos. Lo que voy a hacer yo es dar un taller que tiene que ver con cuidados, géneros y derechos humanos. Esto de los cuidados es un tema que está cobrando relevancia en la gente: cuáles son los cuidados necesarios para que tengamos vidas sostenibles. Es un concepto en construcción teórica. Es una idea que se vincula mucho a la desigualdad de géneros, a la división social del trabajo y las profundas inequidades en los sistemas que tienen que ver con las economías. Las mujeres en general, salvo excepciones, estamos a cargo de las tareas de cuidado. Las tareas de cuidado no solamente se vinculan a lo que hacés en tu casa: preparar la comida, lavar, cocinas, cuidar a los hijos, etc., sino que tienen que ver también con las tareas de las personas que cuidan a personas con discapacidad, los adultos mayores, el cuidado de la vida, de la tierra. Tiene muchas aristas. Cuidado es todo lo que se precisa para que la vida sea sostenible, sea posible. Eso está invisibilizado y también tiene una connotación negativa, porque es un trabajo que ha recaído de manera histórica sobre las mujeres, porque éramos las mujeres las que nos quedábamos en el hogar cuando los hombres salían a trabajar, y en algunos lugares esto sigue ocurriendo. Pensemos en cuántos años hace que las mujeres votamos… Esto se traduce en una serie de inequidades que son muy actuales. Quién se hace cargo de cuidar a tus hijos si vos trabajás, quién cuida a tu mamá si precisa cuidados y qué políticas públicas existen para superar esas brechas de desigualdad que infieren en nuestras vidas y desarrollos. Quisiera sacarle la carga peyorativa que tienen los cuidados, porque está casi como naturalizado.
—¿Cómo creés que estamos en América Latina con respecto a todo esto?
Uruguay es uno de los países de América Latina que está más adelantado, porque tiene políticas públicas para garantizar cuidados. Chile, a partir del nuevo gobierno, está ahora con el objetivo de convertirse en un estado cuidador. En Argentina hay un proyecto de Ley de Cuidados. Esta temática tiene innumerables aristas, sobre todo vinculadas a cuestiones económicas. Cuando hablamos de cuidados, estamos hablando de cómo queremos vivir.
—En la pandemia se evidenciaron mucho más las desigualdades en cuanto a las tareas de cuidado.
Claro, quién cuidaba a los adultos mayores durante la pandemia, quién se hacía cargo cuando no te podías mover, quién iba a buscar sus medicamentos, todo eso se transformaba en un problema, porque las hijas mujeres son históricamente las que se hacen cargo y eso evidenció más la brecha de desigualdad. No es algo ajeno a la realidad de hoy en día. Pero no todo son malas noticias, también hay redes solidarias que se van tejiendo en los feminismos y en los movimientos antipatriarcales. Por ejemplo, el Bachillerato Popular Trans Mocha Celis –que es un bachillerato para personas trans pero en donde también hay madres solteras, trabajadoras sexuales y mujeres migrantes – creó el Teje Solidario, que era una red que nació en pandemia, porque el colectivo travesti y trans vio agravadas sus condiciones de vulnerabilidad habitacional, alimentaria, sanitaria y económica a partir de las acciones de prevención en el marco de la pandemia.
—¿El cuidado debe ser considerado un derecho humano?
Claro, es un derecho humano. Tenés derecho a ser cuidada y también a ver cómo cuidar. Es un derecho complejo. Porque hay que asumirlo como propio y también ver cómo brindarlo. Los derechos humanos son protecciones urgentes para que tengas un desarrollo pleno, y sin cuidados no hay desarrollo pleno de nadie. Incluso hay desigualdad hasta en las contrataciones, porque hay cuidadores varones, pero son los menos. El cuidado no debe ejercerlo únicamente una mujer. Eso no es natural. Es una construcción social. Algo que está arraigado. Entonces el enorme trabajo que tenemos hoy es desnaturalizar y entender que las cosas pueden ser de otra manera.
—Contanos sobre Agencia Presentes.
Nosotras trabajábamos con Ana Fornaro en Infojus Noticias, hasta que nos echaron apenas asumió el gobierno de Macri. A partir de ahí empezamos a pensar en cómo podíamos hacer para seguir dando cobertura a algunos de los temas que veníamos trabajando en Infojus. Entendimos que lo que podíamos hacer era seguir cubriendo el tema de la desigualdad y los derechos humanos de las personas LGTBIQA+ y formamos una agencia de noticias, que es Agencia Presentes. La sigla LGTBIQA+ refiere a lesbianas, gays, transgénero, bisexuales, intragénero, queer, asexuales y, con el + se incluye a otras orientaciones, expresiones e identidades de género diversas que no pueden clasificarse. Es una sigla dinámica en donde a veces algunas siglas van cobrando más importancia en algunos momentos de la historia. Por ejemplo, ahora se habla mucho de TLGBI, porque se considera que el colectivo travesti y trans es en este momento se encuentra más vulnerado, porque sufre una violencia estructural que hace que en América Latina el promedio de edad de una mujer trans sea de 35 o 40 años, entonces se pone la letra T adelante, con la intención de visibilizar más eso. LGBT estaba cuando las lesbianas se pusieron justamente adelante para visibilizar la enorme desigualdad que sufren y las discriminaciones que padecen.
—¿La agencia cubre noticias de América Latina? ¿Tienen una red de colaboradores?
Lo que hacemos es cobertura periodística de derechos humanos en personas LGTBIQA+ en América Latina. Tenemos una sede en Buenos Aires, con una oficina en el Patio del Liceo, que es una zona de la ciudad muy vital, colorida y muy diversa. Desde hace poco, también tenemos personería jurídica en México, entonces eso nos permite tener un equipo allá que está creciendo, En México está Milena Pafundi, que es una argentina que se fue a vivir allá desde hace unos años. También contamos con Geo Alvarez que es una periodista trans. En Argentina tenemos a Lucas Fauno Gutiérrez, que es nuestro Editor de Audiencia. Por supuesto, también hay otras personas que acompañan desde otros lugares. Es un equipo pequeño pero que logra cubrir América Latina a través de una red de corresponsales en Chile, Guatemala, Paraguay, etc. En Paraguay y Argentina, además de tratar violencias y experiencias de personas LGTBIQA+, hace un par de años abrimos la agenda a lo que son las temáticas de mujeres y géneros indígenas. En Argentina hay una gran población indígena, pero sucede que no todas las personas se identifican como indígenas.
—¿Las propias mujeres indígenas no se reconocen como tales?
Algunas. Sobre todo por pensamientos que están construidos desde un profundo racismo, que considera que los argentinos “bajamos de los barcos”, cuando eso no es exclusivamente así. En Argentina hubo un genocidio que tuvo que ver con el exterminio de la población indígena en el sentido físico, pero también en un sentido cultural y social, pero existen enormes culturas indígenas de una riqueza y diversidad notables. Lo estamos viviendo aún, con la detención de las siete mujeres mapuches que sucedió hace poco y hubo un operativo muy violento en Villa Mascardi, en donde hay una Lof, que significa una recuperación ancestral. Hay muy pocas personas que saben lo que eso significa.
—Para la mayoría de los medios, los indígenas “tomaron el espacio”.
Claro. Casi siempre que las personas indígenas salen en los medios, es porque tiene que ver con conflictos de la tierra. No salen nunca en los medios contando sus experiencias como guardianas de la tierra. De hecho, es muy habitual que se pongan siempre rostros de personas jóvenes y blancas como las caras representativas de los movimientos ambientales, cuando las primeras defensoras y guardianas de la tierra –sin subestimar el enorme trabajo de las demás personas–, son las comunidades indígenas, que vienen desde siempre preservando y luchando por esos territorios. Yo estuve hace poco en el encuentro de mujeres en San Luis y me regalaron un libro que habla de esto –que yo no sabía que existía, aunque sigo mucho los temas–, y cuenta que Lof lafken winkul mapu es un proyecto que se llama “reunión” y el contenido del libro son testimonios de la oralidad de lo que pasa en esa recuperación ancestral y también hablan del sentido de justicia. Me pareció súper interesante el libro, porque en un momento dicen que la lucha no es por la tierra, la lucha es por una forma de vida, por cómo quieren vivir, y por eso hablan de la justicia winka. Aclaro que winka es como llaman a las personas blancas, o mejor dicho a las personas no indígenas, más que blancas. Para esta nación mapuche, la justicia es un modo de conocimiento, no es un modo de punitivismo, entonces hay un sentido de justicia comunitaria que busca otras cosas. Esto llegó a mis manos de forma casi azarosa y fortuita, pero así es como supe bien del tema. Yo no digo que haya una obligación de saber, pero sí considero que hay una fuerte campaña mediática que vino instalando el tema de Villa Mascardi en las tapas de los medios hegemónicos. Yo lo veía en las tapas de los diarios online y me preguntaba ¿Por qué está acá, si todavía no es noticia? En el Encuentro Plurinacional de Mujeres, –que por primera vez fue plurinacional– el hecho en sí de que se llamara “plurinacional” fue producto de un montón de discusiones. ¿Eso no nos llama la atención? ¿Qué pasa? ¿Por qué tiene que ser todo un debate que sea plurinacional cuando sabemos que Argentina está habitada por un montón de naciones indígenas? Lo mismo pasa con las trans. Hay problemáticas en común, porque tanto los colectivos de las personas LGTBIQA+ como las comunidades indígenas, sufren lo que la Convención Interamericana de Derechos Humanos llama violencias por prejuicios.
—¿Qué son las violencias por prejuicios?
Son las violencias que se dirigen contra poblaciones específicas, que envían mensajes admonitorios y que a la vez cuentan con una enorme complicidad social. Nosotros tenemos Ley de Matrimonio Igualitario, la Ley de Identidad de Género y sin embargo a diario escuchamos violaciones a los derechos humanos de todos los grados. Desde “se estaban besando y las echaron de una pizzería”, hasta “la mataron porque era trans y estaba en una situación de trabajo sexual y pasó alguien desde un auto y le disparó”, y eso que tenemos leyes y Argentina es un país que está a la vanguardia justamente en materia de leyes. No es algo que se sepa mucho, pero hay solamente 5 países en el mundo que crearon un cargo de Embajadora de Derechos LGTBIQA+. Es un cargo que está vinculado a Cancillería y en Argentina, la embajadora es Alba Rueda. Los otros países, además de Argentina, que tienen esta figura son: Estados Unidos –en donde Biden nombró a Jessica Stern, que es una activista de una organización que se llama OutRight–, Italia, Reino Unido y Alemania.
—¿Ves a futuro cambios reales a nivel social en este sentido? Porque antes hablabas de que los prejuicios –más allá de que tengamos leyes y embajadora y estemos a la vanguardia–, siguen estando muy instalados en la sociedad.
Hoy es el Día de la Diversidad Cultural y hay mujeres mapuches detenidas cuyos derechos fueron vulnerados y ¿Cómo se cortó el hilo? Con la renuncia de Elizabeth Gómez Alcorta, la Ministra de Mujeres, Géneros y Diversidad. Así se cortó el hilo. Es inadmisible porque no sabemos todavía de qué se las acusa a estas mujeres mapuches y no están en libertad. Eso es una violación de los derechos humanos de mujeres y de pueblos originarios, y cuenta con una enorme complicidad social. Es muy compleja la realidad. El otro día en el FILBA dimos una charla acerca de literatura y política, y hablamos de que son tiempos muy oscuros. Había una escritora chilena, Nona Fernández, que estaba muy afectada porque en Chile había perdido el “Yo Apruebo”. Chile iba a convertirse en el país con la primera Constitución que iba a ser plurinacional, diversa y construida equitativamente en término de géneros, y el pueblo votó que no. Entonces ¿Qué puedo decirte? Yo no sé lo que va a pasar, pero lo que veo es un fuerte avance de los movimientos antiderechos y con esto de la ideología de género, los veo apropiarse de las palabras, cosa que me da un poco de miedo.
—¿Y las fake news? Eso también genera mucho miedo.
¡Totalmente! Vivimos en una sociedad que provoca mucho miedo ¿No? Hasta las publicidades están construidas en base al miedo. Miedo de que si no consumís esto te pase no sé qué. Miedo a que te manches la axila. Hay cosas que no las puedo creer. El miedo es una reacción muy fácil de despertar. En San Luis habían generado toda una campaña de noticias falsas adrede. Porque hay noticias falsas de desinformación que pueden ser por ignorancia o por maldad. Estas eran por maldad. Decían que las feministas iban a llegar e iban a romper todo, y que ya había “raptado” a un varón y que lo tenían bajo su poder. También decían que había zonas rojas por donde los varones no iban a poder caminar. Lo que se decía era: “Vienen dispuestas a todo” y eso cuajó, porque hubo muchos negocios que no abrieron por miedo. Estaban los negocios que pusieron el sticker que decía “Este es un negocio amigable con el encuentro”, pero también había gente que sentía pánico y no se animaba a salir a la calle. Las marchas de cierre siempre son largas, pero esta marcha con la que se cerró duró 4 horas caminando, así que fue muy extensa. Lo que veías era que las primeras cuadras había gente que aplaudía, pero fue muy poquito tiempo, después fueron horas caminando solas en el medio de la nada y cada tanto una señora en sillas de ruedas que abrió la puerta de su casa y que nos saludaba –que te lo cuento y se me pone la piel de gallina– o un nenito grabando con su celular, pero fueron muy pocas las personas que interactuaron con nosotras en todas las cuadras que caminamos. Entonces esa campaña de miedo cuajó. Hubo gente que nos dijo: “Está todo en paz, pero acá había mucho miedo”.
—¿Te ha pasado en otras partes, además de San Luis?
Más allá de San Luis, cuando fuimos a dar talleres a Tucumán o cuando viajamos a Paraguay, que son lugares en donde hay profundos movimientos antigénero y antiderechos, noté que lo que hay también –como contrapartida–, es una gran movilización y una gran organización de la diversidad. En Paraguay es tremendo lo que pasa con las diversidades y con las mujeres indígenas, pero las manifestaciones indígenas y campesinas que vienen desde hace años, en los últimos tiempos se han vuelto mucho más protagonistas. Acá en Argentina también. Cada vez que pasa algo también surge una enorme organización y el poder de lo colectivo. Vas a Tucumán y está lleno de gente y de organizaciones y militancia y de activismos y movidas culturales. Así que lo que veo es que en donde existe toda esa represión y conservadurismo, la vitalidad de los movimientos de la diversidad también está muy presente.
—¿El activismo ha virado a cuestiones más artísticas? Tomar las paredes creo que lo visibiliza mucho más.
Sí, la desigualdad se ha profundizado y también la concentración de las empresas, las transnacionales, entonces las luchas son cada vez más desiguales y hay que organizarse cada vez más fuerte y con estrategias cada vez más creativas. El artivismo va cobrando relevancia en todas partes. Lo he visto en Argentina, México y Paraguay, que son los lugares en donde tengo más contacto y a mí me conmueve muchísimo todo eso. La fuerza de las calles es enorme ¿Cómo se logró el aborto acá? Con una fuerte articulación política pero con una constante manifestación en las calles. A favor y en contra, claro está. En Perú también hay fuertes movimientos antigénero y hace cerca de 5 años, un día en Lima amanecieron las calles y los puentes empapelados, con pasacalles y banderas que decían “Con mis hijos no te metas”, en relación a que en las escuelas no había que enseñar los contenidos que alentaran la igualdad de géneros. Acá cuando fue la discusión del aborto pasó lo mismo. Es una constante que cada vez que hay un avance legislativo, los movimientos antiderechos recrudecen y aplican sus estrategias. Lamentablemente, en general, tienen mucho alcance mediático.