Foto: Daniel Mordzinski
—En tu último libro El tiempo de las moscas le volvés a dar vida a Inés, la protagonista de Tuya.
—Sí, no lo pensé como una saga ni nada. En realidad, en algún momento empecé a escribir una historia con Betibú y con Brena, que me parecían personajes que podían tener una segunda oportunidad, una nueva aventura. Se me ocurrió que podían matar a un fiscal, y justo me despierto una mañana -eran los primeros días del 2019- y había aparecido muerto Nisman. Era tan parecida la historia que dije: este no es el momento.
—¡Una premonición!
—Casualidad absoluta. Y con esta última novela, menos se me había ocurrido. Recuerden que Tuya termina con que Inés va a la cárcel porque mató a la amante del marido, entonces no se me ocurrió de ninguna forma que pudiera haber una continuación de esa historia. Pero un día viene Guillermo Martínez de un curso que fue a dar a Estados Unidos, donde tenía que llevarle a sus alumnos tres novelas latinoamericanas, y una era Tuya. Y cuando vuelve me dice “vos tenés que seguir con este personaje”. Y le digo “pero Guillermo, ¿te parece? Una mujer que va a la cárcel… Tendría que ser una novela carcelaria, que no es algo que me resulta posible, no conozco el mundo, etc.” Y él me dijo que hiciera como Patricia Highsmith con el señor Ripley, que mata, estafa, hace desastre por ahí, y uno quiere que siga zafando para ver qué otras cosas hace. Logra mucha empatía con el lector y la lectora. Entonces en ese momento pensé “qué alta me pone la vara” y quedó ahí… Esas cosas que a veces te dicen y uno no las desecha pero tampoco las tiene en la conciencia. Siguió la vida y en la pandemia, que seguramente todos volvimos a esos lugares a rescatar cosas que me han quedado uno no sabe dónde, apareció esta frase de Guillermo y empecé a hacer cálculos. A mí siempre la verosimilitud de las cosas me afecta. Yo sé que podría no importarme el tema de los años y está muy bien, pero yo tengo como un toc con eso. Entonces calculé los años que debería haber estado en prisión, si podría haber salido, y me di cuenta que sí. Y después, cuando pensé en que esta mujer, que era absolutamente machista, conservadora, muy ajustada al rol de mujer del patriarcado, salía a un mundo donde todo se había reventado en ese sentido, donde habíamos pateado el tablero y ya las cosas que ella tenía aprendidas no funcionaban más, me pareció más interesante. Así que esa fue la historia de la vuelta de Inés.
—¿Podemos considerarla como una novela de iniciación?
—Los títulos que se le ponen a las novelas me dan desconfianza. Pero es interesante, porque esta novela también trata sobre las marcas que se nos ponen: sos padre si tuviste un hijo pero no sos padre si lo adoptaste, si sos mujer, si sos varón, son todas marcas que se nos van poniendo. Y en las novelas también pasa eso, uno escribe una historia y no se pone a pensar desde la escritura “estoy escribiendo una novela de tal cosa”. Yo ni siquiera pienso “estoy escribiendo una novela policial”. Nunca lo pensé, excepto con Betibú. Pero yo no escribo pensando en eso. Creo que la novela de iniciación también es una novela de iniciación para el escritor, me parece. Pero desde el punto de vista de la protagonista, de Inés, uno podría decir que sí, porque es empezar una nueva vida. Hay algunas personas que dicen que se tiene que re-socializar, pero en realidad Inés se empieza a sociabilizar en la cárcel, porque ella tenía una vida de ficción antes, no tenía amigas con las cuales hablaba en confianza. Tenía su cabeza y lo que aparentaba hacia afuera. Entonces su sociabilización empieza en la cárcel, donde conoce un montón de mujeres distintas, con distinta sexualidad, distinta manera de encarar la vida, distintas clases sociales. Ella, en Tuya, cree que todas las mujeres lindas son rubias y de ojos celestes. Bueno, ahí se dio cuenta que no todas las cabezas de las mujeres son iguales, ni por fuera ni por dentro. Entonces empieza realmente una vida nueva. Y cuando se abren esas puertas y estás sola en el mundo, más aún, ¿no?
—¿Creés que tu propia entrega hacia las causas feministas repercutió en la escritura de esta novela?
—Sí, pero no es que yo introduje “temas” la novela, no me dije “este es el listado de temas que quiero introducir” sino que, lo que sucede, es que estos personajes salen al mundo aquí y ahora y se encuentran con los temas que me encontré yo en la militancia, en la conversación con mis amigas, yendo a una presentación de un libro. O sea, estos asuntos están en nuestras vidas. No es que yo haya dicho “voy a traer el tema de la maternidad, el tema de la transición de género, el tema de los cuidados”. Es lo que nos pasa a diario en nuestras conversaciones, en la oficina, en la casa, donde sea. Eso por un lado. Por otro, está la cuestión de cómo elegir un aparato literario que te permita hacer eso. En Tuya, el 90% de la novela pasa en la cabeza de Inés, que es una mujer que está todo el tiempo dándose manija con las cosas que piensa y es obsesiva. Y hay una primera persona del singular que habla en casi toda la novela, si bien hay un capítulo en tercera y varios capítulos con documentación, y después diálogos de la hija con una amiga, en los cuales se escucha solo la voz de la hija y no la de la amiga, donde el lector tiene que reponer qué es lo que le está contestando la amiga, al estilo Puig, si se me permite el homenaje. Pero para esta novela no me iba a alcanzar solo la cabeza de Inés, y dije ¿cómo hago para contar todo esto? Aparte, yo quería sostener la voz de Inés y quería traer el humor, que era algo que yo trabajé mucho en las primeras novelas y que después me fui amargando y lo fui perdiendo (risas). Quería volver un poco con ese humor, pero claro, había chistes que hacía Inés en aquel tiempo que ya no causan ni gracia, que ya ni ella se ríe. Pero ahora le pasa que sale al mundo y hay cosas de este nuevo código para ser mujer que toma porque entiende que sí, hay cosas que toma porque entiende que le conviene, porque es una mujer muy práctica, y hay cosas que no, que no le van, y entonces ahí es cuando le salen esas frases entre paréntesis que es “hasta acá llegué, hasta acá tomé”. Pero la cabeza de ella no me alcanzaba para contar todo lo que quería contar y se me ocurrió recurrir a una primera persona del plural, un nosotras o algo por el estilo. Y entonces de nuevo, como fórmula literaria, me parecía que lo mejor era traer el coro griego, que es la comunidad que sube a escena, y mira y comenta lo que está pasando. En ese sentido, este grupo de mujeres, que no sabemos bien quiénes son, miran lo que le pasa a Inés y a la Manca, y lo comentan. Y luego hay un pasaje hacia lo que les pasa a ellas mismas como coro, un pasaje a lo propio, a lo personal, y de lo personal a lo político, que es en definitiva de lo que se trata. Si estamos hablando de que tengo que cuidar a mis hijos, a mis padres, a mis abuelos, y bueno, pasamos a que no hay leyes de cuidado, a que el 20% del PBI de la Argentina es trabajo gratuito de las mujeres. Entonces ahí hay como una conversación, hay un coro que opina de los personajes y la forma en que lo hacen tiene el mecanismo de la Asamblea de Mujeres, donde todas tienen voz, todas tenemos que escuchar a todas, te puede no gustar lo que dice alguien, pero tenés que escuchar igual y después se consensúa y se saca conclusiones. Por eso también en ese coro hay voces calificadas como puede ser Judith Butler, Rita Segato, Vivian Gornick, Angela Davis, voces que yo pongo remarcadas en negrita para que la gente sepa que no es algo que digo yo, que inventé yo para la novela, sino que es una cita, pero que funciona en el coro con la misma categoría que las otras voces, porque a lo mejor la que habla después de Butler dice “¿qué está diciendo esta mujer?” y dice otra cosa, y a lo mejor las otras le hacen más caso a esta voz anónima que a lo que dijo Butler. Esas cosas pasan en la Asamblea de Mujeres, que funciona de una manera muy distinta a la política tradicional. En la política tradicional en general hay una cosa piramidal en la cual, cuando no se resuelve un tema, alguien que manda dice “vamos para este lado”. Cuando no salió la ley del aborto en el 2020, me acuerdo que me llamaban políticos que hoy son muy conocidos y me decían: “quiero hablar con la que manda, ¿quién es?” Y yo decía, no hay la que manda. Las decisiones se toman de otra manera. También por eso después en los actos tenemos esos documentos que son interminables, porque hay que poner el párrafo de cada una y consensuar un texto que a lo mejor yo pondría tres oraciones y se terminó, pero yo no se puede hacer eso porque no hay la que manda. Todo es consenso, y me parece que eso fue parte del éxito del movimiento feminista y de las cosas que logró.
—¿Esto de ser best-seller te genera presión a la hora de escribir?
—Las presiones sí existen, pero no a la hora de escribir. Para escribir es la misma obsesión y las mismas inseguridades que tenemos todos. Sí me pasa que, por ejemplo, la novela que continúa la anterior generalmente es muy distinta. A Las viudas de los jueves le siguió Elena sabe, que es una novela totalmente diferente. A Catedrales le siguió El tiempo de las moscas, porque yo me aburro y no quiero escribir de nuevo la misma novela que acabo de escribir. Sí me pasa mucho que me mandan un mensaje y me dicen “cómo me gustó Catedrales, es tu mejor novela” y pienso “ah, no le va a gustar El tiempo de las moscas” (risas). Pero bueno, la escribo de todos modos. También pasa que cuando ya sabés que tenés una cantidad de lectores que te acompañan, siempre sentís que la vara está alta. Cuando yo estudiaba dramaturgia con Kartun, él dijo alguna vez -lo cito a él citando a otro- que Bertolt Brecht decía que escribía para Carlos Marx sentado en la tercera fila. Él tenía claro que escribía pensando en eso. Bueno, yo no sé quién es ese Carlos Marx sentado en la tercera fila, no sé quién es el lector que está del otro lado, porque son tantos que seguramente son distintos. En el baño me encontré con una chica joven, con su mamá y su abuela: esas tres personas son totalmente distintas. Por eso no puedo pensar en que hay un lector y es éste para el que escribo, pero sí tengo plena conciencia que del otro lado hay un otro que recibe el mensaje, y en ese sentido yo trato de buscarle la vuelta para que el mensaje llegue.
—Volviste a escribir guiones. ¿Te divierte?
—Me divierte mucho. De todos modos, tuve una charla en la Feria del Libro y mientras hablaba empecé a reflexionar que estuve todo el tiempo yendo de la literatura al guión, a la dramaturgia, etc. Porque yo siempre lo que quise es escribir, y no siempre uno encuentra muy fácilmente el camino para que eso que está escribiendo después llegue a un otro. La gente se frustra mucho a veces porque lleva los manuscritos y no son leídos. Hay muchas editoriales que ya ni siquiera reciben manuscritos. Para mí, en el campo de la literatura, el camino de entrada fueron los concursos. Lo que yo hacía era mandar textos a concursos y en un concurso me fue bien, pero fueron muchos años de trabajar y escribir para concursos. Y como yo lo que quería era escribir, empecé a buscar otras alternativas. Yo estudié ciencias económicas y no quería trabajar más de eso, entonces empecé a buscar alternativas de trabajo más relacionadas con la escritura. El guión apareció de ese modo. Dije “voy a aprender a escribir guiones porque voy a poder trabajar como guionista, en vez de contadora, y entonces voy a estar más cerca de la escritura”. Entonces empecé a estudiar con María Inés Andrés, buenísima directora de cine y televisión. Fue la primera persona con la que hice un taller. Había ido antes con Enrique Medina pero en un plazo muy corto, fue muy bueno para mí porque me abrió muchísimo la cabeza. Pero después, la mayoría de los años, estuve con ella y luego con Guillermo Saccomano, ya en literatura. Y el tiempo que estuve con ella, permanentemente la llamaban para pedir gente para trabajar. Pero yo, que tengo tres hijos, uno atrás del otro, siempre estaba o embarazada o dando la teta. Entonces cada vez que la llamaban a ella para pedirle alguien, no podía ir. Y me acuerdo que cuando Lucía, que es mi última hija, tenía un mes, yo ya había retomado el taller y me dicen que Ricardo Rodríguez estaba buscando guionistas, y que tenía que presentarme. Ricardo Rodriguez en ese momento tenía éxitos televisivos como Grande pá, Amigos son los amigos, esas telecomedias que estaban a la noche mientras cenábamos y que veía todo el mundo. Entonces María Inés me decía “tenés que ir, vos sos la persona para ese trabajo”, y yo le decía que no podía, que Lucía acababa de nacer, que le tenía que dar la teta un año. Y me dijo “no, pero ese no es tu problema, es el problema de él, que vea cómo lo resuelve”. Entonces, como ella me dio el permiso, fui. Y le conté de la nena y él me dijo “sí, sí, bueno: traela”. Esas cosas que pasan a veces, que hay como ciertos mentores en algún momento de la vida, porque esto que cuento no es que le pasa a todas las mujeres. Yo tuve la suerte de que me encontré con una mujer que me dijo “andá igual, el problema es de él” y con un señor que me dijo “traela”. Me gusta contar esta anécdota porque uno muchas veces depende de la amabilidad de los extraños, como dice Tennessee Williams. Esa cosa de que si ella no me hubiera dicho eso y él no me hubiera aceptado, quizás yo no hubiera escrito guiones. Y a partir de ahí empecé a escribir como guionista en Telefé y después cuando gané el premio Clarín ahí ya me dediqué a la novela. Yo ya venía escribiendo novelas, lo que pasa es que no me las publicaban. Vuelvo a decir, no es un camino fácil. Cuando gané el premio Clarín decían “ay, pateó el tablero, escribió una novela para Clarín, se la publicaron y mirá lo que pasó”. ¡Y yo hacía veinte años que venía intentando!
—¿Cómo llevás el tema de los comentarios violentos en internet? A pesar de todo, nunca cerraste tus redes.
—No, pero cambié mucho. Ya no pongo lo que ponía, que no tenía nada de malo, por otra parte. Pero a veces voy a poner una cosa y digo “ay mejor no pongo esto porque me da cierta…” No es como con los lectores, que no pienso y escribo lo que quiero. Twitter es para evitarte problemas. A veces se te ocurre algo que te parece una genialidad pero lo estás escribiendo y ya sabés que te van a decir tal cosa y no, mejor no. Me acuerdo que hace un tiempo alguien se quejaba de las adaptaciones en los colegios, esto de que cuando llevás a los chicos a los primeros días de escuela, te tenés que quedar. Yo siempre era la madre que se iba última, y tenía esta teoría de que la adaptación también es para las maestras jardineras, no solo para los chicos. Porque las maestras no pueden el primer día estar de repente con veinte chicos que lloran, entonces hacen que se queden los padres. Y, como chiste, yo quería poner eso y después dije “¡Se van a poner a decir que estoy en contra de las maestras!” y nada más lejos de eso. Hay mucho que me contengo. No cierro la cuenta porque hay cosas que quiero comunicar, y me sirven las otras cuentas. Hablamos de Twitter, porque en Instagram o Facebook es distinto. La violencia de sentir que te están clavando algo es en Twitter. Y la mayor violencia que tuve en Twitter no fue con el aborto, ni con ninguna de esas cosas. Bah, con el aborto me dijeron que me iban a mandar un falcon verde para mi casa, o me enviaron un video donde a una mujer la violaba un tipo y me dijeron “así vas a quedar”. Un montón de cosas de ese tipo. Pero lo que a mí me hizo cambiar fue hacer un comentario sobre fútbol. Estaba jugando Argentina contra Colombia y había un jugador que se llamaba Buendía, y un amigo mío, Enzo Maqueira, pone una referencia literaria a los Buendía de García Marquez. Y yo le puse “che, demasiado intelectual este comentario”, pero fue contestándole a él, cargándolo a él, que estaba mirando fútbol y se quería hacer el intelectual. Entonces a partir de ahí me escribieron todos diciéndome que cómo yo pensaba que los que miraban fútbol no leían a García Marquez. Me llamaron comentaristas de televisión, sacaron notas en el diario diciendo que yo subestimaba a la gente. ¡Yo no tengo ningún problema con el fútbol! Fue una pavada. Hay gente como agazapada esperando a ver qué pavada decís, y nos pasamos diciendo pavadas. Otra cosa que me pasó en las redes: cuando yo fui al Congreso de la Lengua, en Córdoba, di un discurso e Infobae lo subió a internet. Pusieron el texto con mi fotito como si yo fuera periodista de Infobae, y con el copete que decía “el emotivo discurso de Claudia Piñeiro en la RAE”. Y me empezaron a matar diciendo que yo decía de mí misma qué emotivo discurso había dado. Cualquier persona normal se da cuenta que eso no lo puse yo, estaba la fotito y abajo estaba el copete de la nota que lo puso un editor. Pero mucha gente en las redes no es normal. Eso fue hace cuatro años. En marzo del año pasado yo estoy caminando por las Islas Canarias, por Tenerife, y veo que tengo menciones y menciones de cosas, y dije “¡qué habré dicho!”. Entonces me detengo a mirar y lo que había pasado es que alguien que se había quedado con la fotito, volvió a subirla poniendo: ESTO SON. Les encanta decir “esto son”, que además no sé quiénes somos qué, en qué colectivo me incluyen. Y veo que todos empiezan a decir lo mismo, a retwittear, y como yo soy de la novela noir policial, me puse a investigar (risas). Le pregunté a mis amigas periodistas si podían ver cuál había sido el tuit cero. Y resulta que era de un secretario de Cultura de un municipio de zona norte. Y yo dije: ¿y este señor? no sé ni quién es, por qué se le ocurre hacer esto. Luego, a través de varias personas, logro dar con el señor y resulta que ni sabía quién era yo. El tipo dijo que todas las mañanas le pedía a su equipo que buscara errores de algún periodista, para enseñarles cómo tienen que trabajar. Me quedé helada, directamente. Lo que pasa en las redes es realmente insólito.