Pablo Maurette: “En general me interesa más el pasado que el presente”

—¿Cómo es tu vida con la literatura? 

—Tengo una formación original en filosofía clásica y después en letras renacentistas, pero siempre escribí ficción, empecé escribiendo ficción, todas cosas que no publiqué. Las primeras publicaciones son ensayos y trabajos académicos. El ensayo fue la manera de entrar en el mundo de la publicación de libros. Y de la narrativa, porque mis ensayos los pienso como obras de narrativa. En el fondo es lo que más me interesa, la narración. Así que a veces es ficción, a veces no ficción, a veces es una mezcla de las dos, pero siempre es narrativa.

—¿Y cómo es que llegás a La migración, a la novela?

—La novela en cierto sentido es un producto de los ensayos, porque nace de la idea de la transmigración de las almas. Y el problema que tuve siempre con la investigación es que, si bien me encanta, llega un punto en que no me satisface la evidencia histórica: quiero que las cosas sean distintas, entonces empiezo a inventar y ahí ya estamos en el mundo de la ficción. Me gusta la idea del ensayo ficcionado, en Atlas ilustrado del cuerpo humano los ensayos son muy ficcionados también.

—Hablemos de tu ensayo sobre el tacto El sentido olvidado.

—Es un tema que siempre me interesó y de hecho aparecen muchos de los ensayos del Atlas. El tema de la piel, la mano, el tacto como sentido tradicionalmente relegado, al menos por las tradiciones filosóficas occidentales, que hicieron un enfoque más fuerte en la visión. Y el tacto siempre quedó relacionado con lo más animal del cuerpo, lo más sucio. El tacto es el sentido que nos ensucia. Nosotros podemos mirar algo sin quedarnos con un resabio de aquello que estamos mirando pero cuando tocamos, nos contaminamos. Así que tiene esa mala fama.

—En Atlas ilustrado del cuerpo humano tratás temas muy escatológicos. ¿Cómo se armó ese mapa?

—Son veintidós ensayos pero en realidad es un número totalmente arbitrario, podrían ser 23 o 23.000. Podría ser un libro infinito, porque es un libro sobre no sólo partes del cuerpo humano, sino las funciones del cuerpo humano, sus enfermedades. Entonces, claro, es un libro que podría expandirse hasta el infinito. Y los capítulos en realidad son caprichos, son temas que en algún momento me llamaron la atención y también quizás porque soy docente, me gusta compartir: investigar un tema y compartirlo. Descubrí, por ejemplo, la existencia del músculo cremáster, que no sabía que existía y es un músculo muy importante, fundamental en los mamíferos, porque protege a la inseminación de cualquier amenaza externa. Pero es un atlas mentiroso, porque no van a aprender mucho sobre el cuerpo humano, van a aprender sobre artistas, escritores que hablaron de estas partes del cuerpo. Incluso tiene también tiene mucho autobiográfico. Me parece que no se puede escribir un libro sobre el cuerpo humano sin poner el propio cuerpo, la propia historia, en juego. Pero fueron caprichos los capítulos, no tienen ningún tipo de sistematicidad ni afán de sistematicidad.

—¿Cómo empezó este proyecto? Algunos capítulos ya los venías trabajando en el diario Perfil, ¿verdad?

—Sí, empezó en pandemia. Un editor de Perfil me propuso hacer un atlas del cuerpo humano y publicar cada dos semanas ensayos breves sobre partes del cuerpo sobre esas funciones del cuerpo. Y salieron creo que seis o siete, y después un editor muy amigo, Santiago Gerchunoff, me propuso hacer el libro. Es un libro totalmente ridículo, de tapa dura, con ilustraciones. Los dibujos son de Julio César Pérez, un artista catalán muy bueno. Y es un tanto absurdo porque es un libro que le permitirían publicar, por ejemplo, a un escritor muy famoso que le publican cualquier cosa. Ahora, hace poco, Murakami sacó un libro sobre sus remeras. Son simplemente fotos de sus remeras. Pero yo no soy un escritor muy famoso, y pensé que mi editor me iba a devolver el manuscrito diciendo “esto no va, esto tampoco”. Pero no pasó eso.

—Vamos a Por qué nos creemos los cuentos. Contanos, ¿por qué nos los creemos?

—La respuesta rápida es porque podemos. La idea del libro es que tenemos la capacidad, los seres humanos, de vivir en dos o más dimensiones a la vez. Podemos entrar en un universo ficticio -ya sea un libro, un cuadro, una película- y habitar ese universo, proyectar emociones. Y nos emocionan porque le damos un estatus de verdadero y de real a ese mundo, si bien es ficticio. Uno entiende la diferencia entre la ficción y la realidad y sin embargo le da estatus de realidad y de verdad a ese otro mundo, y se emociona o se asusta, cualquier tipo de reacción emotiva que uno tenga con el arte, pero lo hacemos porque podemos. Por eso a mí no me convence esa idea de la suspensión voluntaria de la incredulidad, la idea de willing suspension of disbelief. Porque creo que no es voluntaria, creo que estamos programados de esa manera. Somos anfibios, estamos constantemente en dos mundos a la vez. No hay un acto de voluntad cuando uno entra en una película y se engancha con la película. Uno no dice “ahora me voy a meter en este mundo ficticio”, simplemente entra en el mundo ficticio o no entra, a veces no pasa. Puede pasar que con la misma película o el mismo libro, en un momento de tu vida te compenetras y en otro no. Cambia constantemente dependiendo del lugar en el que estás en cada momento. En ese sentido somos excepcionales en el reino animal.

—¿Qué personajes en particular te han conmovido o asqueado?

—Muchos. Uno que siempre me conmueve mucho es Emma Bovary. Siempre que leo la novela me afecta y me cuesta creer que no exista en carne y hueso. Tony Soprano también. Son dos ejemplos, podría dar muchos más. Hace poco con mis alumnos leímos a Ana Karenina y una chica escribió un ensayo increíble, que guardé. Ella quería ser una crítica feminista de Ana Karenina y decía que le daba mucha bronca que se suicide, que si no hubiese sido escrito por un hombre, Ana podría haber tenido una buena vida. Ella entró tanto en la ficción, la magia de Tolstoi la envolvió tanto, al punto que ella cree en Ana Karenina más allá de Tolstoi, que es el que inventó al personaje. Para mí es maravilloso ese efecto de compenetración en ella.

—De estas nuevas lecturas neo-feministas o la literatura del yo, ¿hay algo que veas forzado?

 —En términos de géneros o de subgéneros, no. Creo que cualquier género o subgénero puede ser bueno. Me hacen ruido las cosas que están mal escritas. Creo que sí hay problemas cuando los escritores tratan de ser contemporáneos o cuando hacen un esfuerzo por tratar temas que están en boga: eso se nota siempre. Porque todos los escritores son contemporáneos, uno no puede no ser contemporáneo, no existe. Uno escribe desde su tiempo, entonces intentar ser más contemporáneo siempre hace ruido. Eso es lo que no me gusta, cuando veo que un autor está intentando intervenir en una discusión del día. En general son cosas que salen mal, en el sentido de que se olvidan muy rápido, pasan. La coyuntura pasa rápido y si uno hace una sobreactuación de eso en general no queda bien.

—Hay cierta tendencia impuesta por las redes sociales a tener que estar opinando constantemente sobre todo. ¿Te sumás a eso?

—No, ni loco, pero por una cuestión de autopreservación (risas). Me pone mal cuando me insultan, entonces trato de no decir lo que pienso. Siempre hay gente que está de acuerdo y gente que está en contra. En 2004, cuando aparece Facebook, cambia todo porque de pronto estás conversando con miles de millones de personas potencialmente. Eso nunca había pasado en la historia de la humanidad. Antes uno hablaba con un público acotado, pero hoy en día una persona X, cualquiera, con diez seguidores en las redes, potencialmente le habla a millones de personas. Entonces eso cambió todo, creo que todavía nos estamos acostumbrando, es bastante reciente. El tema de las redes aplica a lo que decía antes: intentar ser actual es absurdo. Uno es actual. Estamos en un aquí y ahora en el que no nos podemos escapar. Entonces todo lo que digas de alguna manera va a ser actual. Y por otro lado, todo lo que uno diga en las redes sociales tiene consecuencias. Siempre hablar en público tiene consecuencias. Y al hablar con miles de millones de personas al mismo tiempo, hay gente que te va a insultar, gente que te va a decir sí, tenés razón, gente que te va a decir no entiendo, gente que va a decir yo opino igual por este motivo y vos vas a decir “no, pero yo no quise decir eso”. Hay que estar preparado para eso. Hay una idea que hoy en día ya es un poco anticuada, que es la del artista comprometido con una causa. Ya no hay tales causas, es medio fluido. La gente no se alinea tanto, me parece, en programas dogmáticos muy uniformes. Tiene ciertas ideas sobre una cosa y un poco sobre otra cosa. Las redes por ahí también fomentan que la ideología haya cambiado. Por eso el tema del escritor comprometido también cambia.

—Te trasladás entre Estados Unidos e Italia. ¿Cómo afecta esto a tu escritura? ¿Te marea?

—Escribo más en Estados Unidos, porque vivimos en un lugar muy aislado donde no hay nada para hacer. Es mejor para escribir. En Italia siempre hay algo para hacer, hay más distracciones, pero en general puedo escribir en cualquier lado mientras tenga mi computadora.

—Ahora que estás en Buenos Aires, ¿estás escribiendo?

—Sí, estoy escribiendo una novela sobre Buenos Aires en el siglo XVII. Buenos Aires se funda dos veces en el siglo XVI, y después se funda el Virreinato del Río de la Plata a fines del siglo XVIII. Hay casi 200 años hasta la Revolución de Mayo, y es una historia bastante desconocida, en el colegio no lo aprendemos. Es un periodo que me interesa y que me fascina, diría, por eso mismo: es como una especie de agujero negro. Son más de 100 años de nuestra ciudad que son casi inimaginables. El siglo XIX lo conocemos muy bien, el XVIII un poco más, el XVII nada. Era una ciudad que vivía del contrabando, y había incluso contrabando de esclavos que venían de África y de Brasil e iban a Potosí por tierra, judíos que habían escapado de España y de Portugal, marranos. Buenos Aires era un lugar raro, con una economía totalmente ilegal, centrada en el contrabando. De todas maneras, no es una novela histórica. Está centrada en el siglo XXI: hay un personaje que se entera de un cuento, de una especie de mito folklórico del siglo XVII y empieza a investigar y la novela se va para atrás en el tiempo. Hay como un regreso en el tiempo y después una vuelta al presente.

—Tenés inquietudes particulares. ¿Qué lees, qué ves?

—Leo de manera muy azarosa. Este año leí mucho Tolstoi, Ana Karenina y otras cosas que no había leído. Ahora estoy con libros de historia argentina, para esta novela. Varía mucho lo que leo. Leí una novela muy buena, hace poco, que se llama Tu sueño imperios han sido, de Álvaro Enrique, un escritor mexicano, sobre el encuentro de Moctezuma y Hernán Cortés. Y televisión también, claro. Hace poco vi un documental sobre gente que se sumerge en el océano sin tanques. Son todas mujeres las que tienen récords mundiales. Es inquietante, porque muchas veces tienen lo que llaman el blackout en los últimos diez metros: pierden el conocimiento y si no los rescatan inmediatamente, mueren. En general me interesa más el pasado que el presente, pero por eso mismo que decía antes de que uno ya es demasiado contemporáneo, entonces la necesidad que me nace es escapar. Leer un libro sobre una persona como yo, de mi edad, que creció en Buenos Aires, etcétera, no me interesa demasiado. Una persona que creció en Georgia en el siglo XVII me da más curiosidad.

—¿Planes?

—A principios del año que viene sale una novela. Es un policial, una idea que tenía hace muchos años, que pensé que nunca iba a escribir y en pandemia lo hice. Un policial muy porteño. La protagonista es la secretaria de una fiscalía, hay un crimen de un hombre que es profesor de biología, un tipo muy frustrado que hubiese querido tener carrera académica y terminó dando clases en un secundario, aparece asesinado. El personaje principal, la secretaria de la fiscalía, está a cargo de la investigación. Es una novela muy latinoamericana, muy argentina, en el sentido de que hay esclarecimiento pero no hay justicia. Es bastante pesimista en ese sentido. Y el personaje principal realmente quiere hacer las cosas bien, tiene un compromiso ético con su trabajo y hace todo lo posible para que haya justicia.

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