Cecilia Fanti: “Hay una permanencia innegable de los clásicos en la memoria”

Cecilia Fanti, escritora y librera, es dueña de la librería Céspedes y además ha publicado dos libros con la editorial independiente Rosa Iceberg: La chica del milagro, y A esta hora de la noche. Invitada al #EternaSocialClub, se explayó sobre la literatura como una entendida erudita y con un criterio narrativo como pocos. Aquí sus palabras.

Por Lala Toutonian.

Tu libro de 2017, La chica del milagro, por más poético que pueda resultar el título, cuenta una historia tremenda que es la suya propia. ¿Cómo se generó este libro? ¿Por qué la chica del milagro?

Los títulos de mis libros no son mérito propio porque soy muy mala titulando; en cambio mi editora es genial. Escribo sin título y nunca sé lo que tengo entre manos, por eso me dan mucha envidia esos autores que dicen “yo voy a escribir una novela sobre algo” y tienen un plan, se lo arman, se levantan todos los días a la mañana, etc. Yo no tenía un libro, el libro lo vio mi editora Marina Yuszczuk. Lo que tenía era un montón de papeles acumulados durante años, entre mediados de 2012 y 2016, y algunos pequeños textos circulaban por internet. Hasta que en 2016 comenzó a gestarse la editorial Rosa Iceberg que ahora ya lleva como más de 20 títulos publicados, pero en aquel entonces salimos con una preventa de 350 ejemplares y la gente hizo un voto de fe conmigo, compró algo que no existía de una editorial que no existía. Con Marina empezamos a hacer un juego de collage y montaje de mis textos. Limpiamos mucho, porque cuando hablamos de literatura del yo o autoficción, al trabajar el material notamos que los textos que estaban más pegados al hecho narrado en el libro, eran puramente documentales, sin ningún valor estético. No había ahí un valor literario, sino más bien una pulsión de registro mía de no querer olvidar. El tiempo, la distancia y las lecturas me fueron ayudando a retrabajar esos textos. Entonces para mí, este libro tiene el valor del documento (por ejemplo la historia clínica, los estudios, los certificados que firmé) que se va formando hasta que uno ve emerger la literatura. Hay una tradición de esto con Sontag, Didion, Mansfield, Woolf, por nombrar algunas, y esta tradición genial me ayudó mucho en la escritura del libro. Algunas lecturas no las hice. Como me pasó cuando estábamos en la etapa de corrección y salió a la venta Acá todavía, de Romina Paula, en donde la primera parte del libro transcurre en un hospital. Recuerdo que era verano, lo abrí y para leer en la pileta y dije “No” porque no quería pegarme a eso. Después sí lo leí y me pareció precioso.

La importancia del trabajo con un buen editor.

Trabajar con un gran editor es uno de los más grandes placeres que tenemos los escritores. Cuando el libro estaba en sus etapas finales, Marina comenzó a encontrar los huecos, las fallas, esas cosas que sentíamos que faltaban y que lo podían enriquecer. Empezamos a pensar y trabajar textos nuevos y también desarrollamos otros personajes. Marina me dijo: “Hay puro cuerpo de la protagonista, pero ella está todo el día con un novio que es apenas un nombre. ¿Qué pasa con ese cuerpo del otro?”. Ahí fueron cayendo un montón de situaciones y me enfrenté con algo que fue un gran aprendizaje: con pudor no se puede escribir. Es algo que dijo Carrere. Cuando me animé a escribir el libro, me agarré de una frase que dice Emmanuel Carrere en De vidas ajenas, que refiere especialmente a la no ficción, un género en donde las personas reales se sienten reconocidas, ofendidas, etc. Carrere cuenta que a su gente cercana, a conocidos que menciona en sus libros de no ficción, les envía los textos o capítulos en donde los nombra y que si alguno le hubiera dicho que borrara un párrafo o una oración lo habría hecho, no así con el adversario porque es un monstruo y del monstruo está bien exponerlo todo. Aunque, por supuesto, puede ser mentira que Carrere se los envíe. El tema es qué hacer cuando tenés gente involucrada. Sylvia Molloy, que trabaja mucho a caballo entre la novela, la crítica, la memoria, etc., tiene una conferencia hermosa que dio en la Universidad Diego Portales, sobre vida privada y literatura. Tiene una serie de anécdotas y para mí la más impactante es una que cuenta sobre un momento en donde le escribe una crítica venezolana acerca de su primera novela, En breve cárcel, que es sobre un amor homosexual entre dos mujeres, un libro muy claustrofóbico y muy poético que acá estuvo censurado muchísimos años, y le dice que no tiene ninguna duda de que el libros está basado en la vida de Alejandra Pizarnik. Sylvia dice que cuando leyó ese mail se llenó de ira porque ella sabía que la novela estaba basada en su propia vida, y se pregunta ¿Qué hago? ¿De quién es esta vida? ¿Qué reclamo puedo hacer sobre este texto y la lectura autobiográfica que cualquier lector tiene derecho a hacer? Cuenta también otra anécdota que sucede en una cena, en donde se encontraban Olga Orozco y Girondo, y días atrás Olga le había contado a Girondo una anécdota sobre su abuela: durante la cena ,Girondo cuenta la anécdota como si le hubiera pasado a SU abuela y Olga le dice: ¡!Pero Oliverio! ¡Eso le pasó a MI abuela!” y Girondo responde: “No importa Olguita, lo que importa es que le pasó a alguien”.

Extraordinario Girondo y la anécdota. Fuiste de las pioneras en este tipo de género.

Es que ahí creo que está el “carozo” de estos géneros híbridos de no ficción, de memoria, que genera algo con la literatura del yo que hay un punto en el que el planteo es qué hace uno al contar esa vida. Qué hacés con ese material que es la vida, la mía, la tuya, la de quien la lea. 

Más allá del valor literario, es que en tus dos libros son tu propia historia. El detonador en el primero es una situación que no es muy habitual y que parece como una crónica, mucho más literaria y detallada, sobre algo que te ocurrió y que vale la pena contar. Escribir como trabajando el trauma, si lo querés mirar desde un costado psicoanalítico. ¿Te sirvió? ¿Te salvó la literatura en este caso?

La literatura me salvó desde todo punto de vista, porque si no leyera me muero. No sé si en este caso en particular con el libro, sino siempre. En estos libros el truco es que cuando uno hace este trabajo desde un lugar un poco más independiente, sin tanto reconocimiento, cuando estás empezando un recorrido y te decís “este es el género que a mí me interesa trabajar” y en este tipo de estilo me voy a desarrollar en la literatura. Hay cierta pereza por un lado y por otro lado está eso imposible de capturar que es el tipo de lectura que te hacen. En este caso y en este tipo de libros lo veo mucho en la prensa, en donde la entrevista está concentrada en el hecho en sí mismo, más que en el libro. Entonces muchas veces pasa que si fuiste a un programa de tv o de radio, tal vez el periodista no leyó el libro entonces hablar “del hecho” es una gran anécdota.

¿Te entrevistan sin haber leído el libro o es un mito urbano?

Pasa. Porque este tipo de historias pegan en otro aspecto, entonces hasta te quieren entrevistar de programas que no son literarios, sino que son de actualidad y vos pasás a ser la noticia positiva del día. Sos la chica del milagro, Que ese es un gran pelotazo, en el buen sentido, que vino con el libro. La cantidad de lectores que se sintieron cercanos a la historia porque padecían algún tipo de dolencia similar o completamente distinta, pero que el universo de los hospitales, las enfermeras, los miedos, la espera, todo lo que está de alguna manera condensado en el libro, los interpeló desde su historia. Se sintieron reconocidos. Tuve un rebote como de libro de autoayuda, pero porque te salva leer, te hace muy bien leer, aunque no estés buscando reconocerte en un libro. Ese universo que se le abre al lector nunca lo sabés cuando estás escribiendo un libro. Así que después te pasa que ves al autor entrevistado no tanto por el libro sino mucho más por la anécdota.

Recién me dijiste una frase que me gustaría que desarrolles: “La literatura contemporánea es mucho más olvidable”. ¿Cómo es eso?

Creo que si leés El entenado, de Juan José Saer, no se te olvida nunca más en la vida, o Madame Bovary, cosas que tienen tal vez más con el estilo. En la librería la oferta es constante entonces: me llevo un libro, lo leo y vuelvo a la semana y no me acuerdo una palabra de lo que leí. 

¿No estamos generando clásicos?

Hay una parte que sí, pero hay una parte que incluso a mí me gusta justamente trabajar, que tiene que ver con lo mínimo de las historias, la transparencia del lenguaje, algo así como la conversación al ritmo de la caminata. Me encanta la literatura contemporánea, no es algo en contra de ella, pero sí creo que hay una exigencia en la lectura de los clásicos que hace que tengas que apagar el celular, enfocar el cerebro y estar en el libro. En cambio, La chica del milagro se lee mientras esperás que te llegue un mail. Tiene algo positivo sin lugar a dudas, pero lo que perdura esa lectura es más breve. Aunque reconozco que recordás algunas cosas, subrayás un montón y en algún lugar quedan. En la comparativa con los clásicos, no es que difícil sea mejor, porque a veces cierta escritura no es para algunos. Uno no es lector de algunos libros y está bien. Pero hay una permanencia innegable de los clásicos en la memoria. Un cuento como “La Buena Gente del Campo” de Flannery O’Connor, se lee y no se olvida nunca más. En lo personal, me cuesta encontrarlo en la literatura contemporánea. Pero después me veo  prendida a un libro como Nuestra Parte de Noche, de Mariana Enriquez, me meto en ese mundo y no puedo parar, y será por una cuestión de género, pero la narrativa de Mariana tiene unas imágenes que te acompañan y no se ovidan

Me parece que la actualidad del mercado editorial hace que empiecen a surgir más mujeres como protagonistas. 

En octubre, cuando fue la FED, tuvimos un conversatorio con Martín Kohan y  Ana Ojeda sobre si lo personal era político en la literatura y en la discusión acerca de la relectura de ciertos libros tomamos a Lolita de Nabokov, y Martín rescataba algo sobre el libro, que Lolita no es puramente pasiva en el libro, no está narrada desde ese punto de vista, y esa decisión de darle algo de poder a esa protagonista  pedían una lectura más cuidadosa y con más atención. No podemos pedirle a la literatura lo mismo que…

…No podemos pedirle lo mismo que a la vida. Por eso es ficción.

Es eso. Se está rescatando mucha literatura de las pequeñas cosas y virtudes. Se está releyendo mucho a Natalia Ginzburg, se reeditó Crónica de mi familia de Vasco Pratolini. Hay todo un universo de esa narrativa de lo pequeño que en gran medida siempre estuvo reservado para las mujeres, por esto de dedicarnos a la casa, a los chicos, a lo cotidiano. Cuando las mujeres escribían sobre eso parecía un género menor. Pero ahora tenés estas masculinidades sensibles que escriben desde un costado más intimista, como Zambra en Poeta chileno y se lo alaba mucho más. Más allá de que el libro sea divino, creo que si lo hubiera escrito una chica, por ahí hubieran dicho “¡Ay! estas chicas siempre escribiendo cosas tan sensibles”. Es interesante para discutir, porque estamos en un momento en el cual está todo tan agrietado y si no estás conmigo estás contra mí, que cuesta tener una conversación sobre literatura en serio, pensando distinto y enriqueciéndonos. No solo sobre libros, también la profesionalización de la distribución que han tenido las editoriales en los últimos cuatro años. Las editoriales crecieron lo suficiente como para poder entrar en distribuidoras y eso repercute también en una mayor profesionalización con los autores.

También tiene mucho que ver el auge de los Clubes de Lectura como Carbono, Pez Banana, entre otros, que le dieron mucha impronta a la literatura contemporánea y a la distribución y al verdadero significado de cultura que es dar a conocer, que eso es la cultura realmente: mostrar.

Totalmente. Alguien eligió un libro para vos y te cuenta por qué lo eligió y te llega a tu casa. Lo más lindo de todo eso no es solamente acercar nuevos autores a tu casa, en la librería tenemos mucho rebote de los Clubes de Lectura. Nos llega mucha gente pidiendo autores o más libros de los autores que estuvieron leyendo en los Clubes de Lectura o te piden que les recomiendes algo similar. Así se genera algo de ping-pong, de triangulación, que es muy interesante. Todo esto le agrega valor y recobra algo de lo tradicional que en una época nos brindaba El Círculo de Lectores.

En la librería hay una relación especial con el lector.

En cualquier librería independiente los libros se venden uno a uno con el lector a partir del diálogo y de la danza y el recorrido que hacés con esa persona. Lo más gratificante del trabajo como librera es ser promotor de lectura. Todos los libros son para todos, pero siempre hace falta un recorrido. Es muy hermoso acompañar ese recorrido de un libro a otro como librero. No da lo mismo vender cualquier cosa. Esto podrá ofender a algunos, muchos o pocos, hoy que las redes sociales son un poco violentas y lo que decís puede ser tomado para cualquier lado, pero yo me siento contenta con lo que hago y representa lo que quiero ser con mi parte dentro de la cadena de la industria.  

Para terminar, la pregunta temida: ¿qué se viene?

Se viene un libro que me debo desde hace cuatro años y que ganó una beca del Fondo Nacional de las Artes en 2018. Es la historia de la familia de mi madre que vivió en una colonia rural. Esa memoria oral de esa generación de inmigrantes que verdaderamente no hicieron nada para ser memorables. Vinieron, trabajaron la tierra, tuvieron hijos y murieron. Lentamente los habitantes de esa colonia se iban muriendo, incluida mi madre, y me dije: Cuando ellos se mueran, todo esto, todo este universo que fue como mi infancia, todos los relatos, todo va a morir con ellos. Entonces me obsesioné con eso y empecé a grabar enloquecidamente a mi madre y estaba muy contenta con el proyecto, pero el medio mi madre muere y ese es el tema de trabajar con la realidad. Y luego de eso lo difícil ¿Cómo hago para volver a escuchar este audio de mi mamá? ¿Cuándo voy a poder volver a escucharlo? Y por eso se fue demorando. Y la verdad que le tengo un poco de miedo al proyecto. Pero saldrá. 

Suena muy interesante y un poco me recuerda al libro de Cristian Alarcón que ganó el premio de Alfaguara, donde rememora su vida como chileno y como argentino, yendo de un lado al otro, sobre su identidad cultural que es muy importante.

Es nuestro acervo más fundamental. Estoy con eso entonces y también estoy con esto, con el valor de lo chiquito, de las historias mínimas, y el desafío es volverlo valioso. Recuerdo cuando empecé a leer “Una historia sencilla” de Leila Guerriero, me dije: ¡A mí el malambo no me importa para nada! Y después estaba llorando a mares en el tren, diciéndome: “La puta, vale la pena estar vivo”. Esa capacidad de ir a algo excepcional pero que nadie mira, muy chiquito, y convertirlo en un libro chiquito y aun así grandioso. Por eso digo, volverlo valioso. Tengo un poco de miedo con el proyecto, pero sé que cuando los dedos entren en calor, se me va a pasar. 

Entrevista a CECILIA FANTI.

“Hay una permanencia innegable de los clásicos en la memoria”

Cecilia Fanti, escritora y librera, es dueña de la librería Céspedes y además ha publicado dos libros con la editorial independiente Rosa Iceberg: La chica del milagro, y A esta hora de la noche. Invitada al #EternaSocialClub, se explayó sobre la literatura como una entendida erudita y con un criterio narrativo como pocos. Aquí sus palabras.

Tu libro de 2017, La chica del milagro, por más poético que pueda resultar el título, cuenta una historia tremenda que es la suya propia. ¿Cómo se generó este libro? ¿Por qué la chica del milagro?

Los títulos de mis libros no son mérito propio porque soy muy mala titulando; en cambio mi editora es genial. Escribo sin título y nunca sé lo que tengo entre manos, por eso me dan mucha envidia esos autores que dicen “yo voy a escribir una novela sobre algo” y tienen un plan, se lo arman, se levantan todos los días a la mañana, etc. Yo no tenía un libro, el libro lo vio mi editora Marina Yuszczuk. Lo que tenía era un montón de papeles acumulados durante años, entre mediados de 2012 y 2016, y algunos pequeños textos circulaban por internet. Hasta que en 2016 comenzó a gestarse la editorial Rosa Iceberg que ahora ya lleva como más de 20 títulos publicados, pero en aquel entonces salimos con una preventa de 350 ejemplares y la gente hizo un voto de fe conmigo, compró algo que no existía de una editorial que no existía. Con Marina empezamos a hacer un juego de collage y montaje de mis textos. Limpiamos mucho, porque cuando hablamos de literatura del yo o autoficción, al trabajar el material notamos que los textos que estaban más pegados al hecho narrado en el libro, eran puramente documentales, sin ningún valor estético. No había ahí un valor literario, sino más bien una pulsión de registro mía de no querer olvidar. El tiempo, la distancia y las lecturas me fueron ayudando a retrabajar esos textos. Entonces para mí, este libro tiene el valor del documento (por ejemplo la historia clínica, los estudios, los certificados que firmé) que se va formando hasta que uno ve emerger la literatura. Hay una tradición de esto con Sontag, Didion, Mansfield, Woolf, por nombrar algunas, y esta tradición genial me ayudó mucho en la escritura del libro. Algunas lecturas no las hice. Como me pasó cuando estábamos en la etapa de corrección y salió a la venta Acá todavía, de Romina Paula, en donde la primera parte del libro transcurre en un hospital. Recuerdo que era verano, lo abrí y para leer en la pileta y dije “No” porque no quería pegarme a eso. Después sí lo leí y me pareció precioso.

La importancia del trabajo con un buen editor.

Trabajar con un gran editor es uno de los más grandes placeres que tenemos los escritores. Cuando el libro estaba en sus etapas finales, Marina comenzó a encontrar los huecos, las fallas, esas cosas que sentíamos que faltaban y que lo podían enriquecer. Empezamos a pensar y trabajar textos nuevos y también desarrollamos otros personajes. Marina me dijo: “Hay puro cuerpo de la protagonista, pero ella está todo el día con un novio que es apenas un nombre. ¿Qué pasa con ese cuerpo del otro?”. Ahí fueron cayendo un montón de situaciones y me enfrenté con algo que fue un gran aprendizaje: con pudor no se puede escribir. Es algo que dijo Carrere. Cuando me animé a escribir el libro, me agarré de una frase que dice Emmanuel Carrere en De vidas ajenas, que refiere especialmente a la no ficción, un género en donde las personas reales se sienten reconocidas, ofendidas, etc. Carrere cuenta que a su gente cercana, a conocidos que menciona en sus libros de no ficción, les envía los textos o capítulos en donde los nombra y que si alguno le hubiera dicho que borrara un párrafo o una oración lo habría hecho, no así con el adversario porque es un monstruo y del monstruo está bien exponerlo todo. Aunque, por supuesto, puede ser mentira que Carrere se los envíe. El tema es qué hacer cuando tenés gente involucrada. Sylvia Molloy, que trabaja mucho a caballo entre la novela, la crítica, la memoria, etc., tiene una conferencia hermosa que dio en la Universidad Diego Portales, sobre vida privada y literatura. Tiene una serie de anécdotas y para mí la más impactante es una que cuenta sobre un momento en donde le escribe una crítica venezolana acerca de su primera novela, En breve cárcel, que es sobre un amor homosexual entre dos mujeres, un libro muy claustrofóbico y muy poético que acá estuvo censurado muchísimos años, y le dice que no tiene ninguna duda de que el libros está basado en la vida de Alejandra Pizarnik. Sylvia dice que cuando leyó ese mail se llenó de ira porque ella sabía que la novela estaba basada en su propia vida, y se pregunta ¿Qué hago? ¿De quién es esta vida? ¿Qué reclamo puedo hacer sobre este texto y la lectura autobiográfica que cualquier lector tiene derecho a hacer? Cuenta también otra anécdota que sucede en una cena, en donde se encontraban Olga Orozco y Girondo, y días atrás Olga le había contado a Girondo una anécdota sobre su abuela: durante la cena ,Girondo cuenta la anécdota como si le hubiera pasado a SU abuela y Olga le dice: ¡!Pero Oliverio! ¡Eso le pasó a MI abuela!” y Girondo responde: “No importa Olguita, lo que importa es que le pasó a alguien”.

Extraordinario Girondo y la anécdota. Fuiste de las pioneras en este tipo de género.

Es que ahí creo que está el “carozo” de estos géneros híbridos de no ficción, de memoria, que genera algo con la literatura del yo que hay un punto en el que el planteo es qué hace uno al contar esa vida. Qué hacés con ese material que es la vida, la mía, la tuya, la de quien la lea. 

Más allá del valor literario, es que en tus dos libros son tu propia historia. El detonador en el primero es una situación que no es muy habitual y que parece como una crónica, mucho más literaria y detallada, sobre algo que te ocurrió y que vale la pena contar. Escribir como trabajando el trauma, si lo querés mirar desde un costado psicoanalítico. ¿Te sirvió? ¿Te salvó la literatura en este caso?

La literatura me salvó desde todo punto de vista, porque si no leyera me muero. No sé si en este caso en particular con el libro, sino siempre. En estos libros el truco es que cuando uno hace este trabajo desde un lugar un poco más independiente, sin tanto reconocimiento, cuando estás empezando un recorrido y te decís “este es el género que a mí me interesa trabajar” y en este tipo de estilo me voy a desarrollar en la literatura. Hay cierta pereza por un lado y por otro lado está eso imposible de capturar que es el tipo de lectura que te hacen. En este caso y en este tipo de libros lo veo mucho en la prensa, en donde la entrevista está concentrada en el hecho en sí mismo, más que en el libro. Entonces muchas veces pasa que si fuiste a un programa de tv o de radio, tal vez el periodista no leyó el libro entonces hablar “del hecho” es una gran anécdota.

¿Te entrevistan sin haber leído el libro o es un mito urbano?

Pasa. Porque este tipo de historias pegan en otro aspecto, entonces hasta te quieren entrevistar de programas que no son literarios, sino que son de actualidad y vos pasás a ser la noticia positiva del día. Sos la chica del milagro, Que ese es un gran pelotazo, en el buen sentido, que vino con el libro. La cantidad de lectores que se sintieron cercanos a la historia porque padecían algún tipo de dolencia similar o completamente distinta, pero que el universo de los hospitales, las enfermeras, los miedos, la espera, todo lo que está de alguna manera condensado en el libro, los interpeló desde su historia. Se sintieron reconocidos. Tuve un rebote como de libro de autoayuda, pero porque te salva leer, te hace muy bien leer, aunque no estés buscando reconocerte en un libro. Ese universo que se le abre al lector nunca lo sabés cuando estás escribiendo un libro. Así que después te pasa que ves al autor entrevistado no tanto por el libro sino mucho más por la anécdota.

Recién me dijiste una frase que me gustaría que desarrolles: “La literatura contemporánea es mucho más olvidable”. ¿Cómo es eso?

Creo que si leés El entenado, de Juan José Saer, no se te olvida nunca más en la vida, o Madame Bovary, cosas que tienen tal vez más con el estilo. En la librería la oferta es constante entonces: me llevo un libro, lo leo y vuelvo a la semana y no me acuerdo una palabra de lo que leí. 

¿No estamos generando clásicos?

Hay una parte que sí, pero hay una parte que incluso a mí me gusta justamente trabajar, que tiene que ver con lo mínimo de las historias, la transparencia del lenguaje, algo así como la conversación al ritmo de la caminata. Me encanta la literatura contemporánea, no es algo en contra de ella, pero sí creo que hay una exigencia en la lectura de los clásicos que hace que tengas que apagar el celular, enfocar el cerebro y estar en el libro. En cambio, La chica del milagro se lee mientras esperás que te llegue un mail. Tiene algo positivo sin lugar a dudas, pero lo que perdura esa lectura es más breve. Aunque reconozco que recordás algunas cosas, subrayás un montón y en algún lugar quedan. En la comparativa con los clásicos, no es que difícil sea mejor, porque a veces cierta escritura no es para algunos. Uno no es lector de algunos libros y está bien. Pero hay una permanencia innegable de los clásicos en la memoria. Un cuento como “La Buena Gente del Campo” de Flannery O’Connor, se lee y no se olvida nunca más. En lo personal, me cuesta encontrarlo en la literatura contemporánea. Pero después me veo  prendida a un libro como Nuestra Parte de Noche, de Mariana Enriquez, me meto en ese mundo y no puedo parar, y será por una cuestión de género, pero la narrativa de Mariana tiene unas imágenes que te acompañan y no se ovidan

Me parece que la actualidad del mercado editorial hace que empiecen a surgir más mujeres como protagonistas. 

En octubre, cuando fue la FED, tuvimos un conversatorio con Martín Kohan y  Ana Ojeda sobre si lo personal era político en la literatura y en la discusión acerca de la relectura de ciertos libros tomamos a Lolita de Nabokov, y Martín rescataba algo sobre el libro, que Lolita no es puramente pasiva en el libro, no está narrada desde ese punto de vista, y esa decisión de darle algo de poder a esa protagonista  pedían una lectura más cuidadosa y con más atención. No podemos pedirle a la literatura lo mismo que…

…No podemos pedirle lo mismo que a la vida. Por eso es ficción.

Es eso. Se está rescatando mucha literatura de las pequeñas cosas y virtudes. Se está releyendo mucho a Natalia Ginzburg, se reeditó Crónica de mi familia de Vasco Pratolini. Hay todo un universo de esa narrativa de lo pequeño que en gran medida siempre estuvo reservado para las mujeres, por esto de dedicarnos a la casa, a los chicos, a lo cotidiano. Cuando las mujeres escribían sobre eso parecía un género menor. Pero ahora tenés estas masculinidades sensibles que escriben desde un costado más intimista, como Zambra en Poeta chileno y se lo alaba mucho más. Más allá de que el libro sea divino, creo que si lo hubiera escrito una chica, por ahí hubieran dicho “¡Ay! estas chicas siempre escribiendo cosas tan sensibles”. Es interesante para discutir, porque estamos en un momento en el cual está todo tan agrietado y si no estás conmigo estás contra mí, que cuesta tener una conversación sobre literatura en serio, pensando distinto y enriqueciéndonos. No solo sobre libros, también la profesionalización de la distribución que han tenido las editoriales en los últimos cuatro años. Las editoriales crecieron lo suficiente como para poder entrar en distribuidoras y eso repercute también en una mayor profesionalización con los autores.

También tiene mucho que ver el auge de los Clubes de Lectura como Carbono, Pez Banana, entre otros, que le dieron mucha impronta a la literatura contemporánea y a la distribución y al verdadero significado de cultura que es dar a conocer, que eso es la cultura realmente: mostrar.

Totalmente. Alguien eligió un libro para vos y te cuenta por qué lo eligió y te llega a tu casa. Lo más lindo de todo eso no es solamente acercar nuevos autores a tu casa, en la librería tenemos mucho rebote de los Clubes de Lectura. Nos llega mucha gente pidiendo autores o más libros de los autores que estuvieron leyendo en los Clubes de Lectura o te piden que les recomiendes algo similar. Así se genera algo de ping-pong, de triangulación, que es muy interesante. Todo esto le agrega valor y recobra algo de lo tradicional que en una época nos brindaba El Círculo de Lectores.

En la librería hay una relación especial con el lector.

En cualquier librería independiente los libros se venden uno a uno con el lector a partir del diálogo y de la danza y el recorrido que hacés con esa persona. Lo más gratificante del trabajo como librera es ser promotor de lectura. Todos los libros son para todos, pero siempre hace falta un recorrido. Es muy hermoso acompañar ese recorrido de un libro a otro como librero. No da lo mismo vender cualquier cosa. Esto podrá ofender a algunos, muchos o pocos, hoy que las redes sociales son un poco violentas y lo que decís puede ser tomado para cualquier lado, pero yo me siento contenta con lo que hago y representa lo que quiero ser con mi parte dentro de la cadena de la industria.  

Para terminar, la pregunta temida: ¿qué se viene?

Se viene un libro que me debo desde hace cuatro años y que ganó una beca del Fondo Nacional de las Artes en 2018. Es la historia de la familia de mi madre que vivió en una colonia rural. Esa memoria oral de esa generación de inmigrantes que verdaderamente no hicieron nada para ser memorables. Vinieron, trabajaron la tierra, tuvieron hijos y murieron. Lentamente los habitantes de esa colonia se iban muriendo, incluida mi madre, y me dije: Cuando ellos se mueran, todo esto, todo este universo que fue como mi infancia, todos los relatos, todo va a morir con ellos. Entonces me obsesioné con eso y empecé a grabar enloquecidamente a mi madre y estaba muy contenta con el proyecto, pero el medio mi madre muere y ese es el tema de trabajar con la realidad. Y luego de eso lo difícil ¿Cómo hago para volver a escuchar este audio de mi mamá? ¿Cuándo voy a poder volver a escucharlo? Y por eso se fue demorando. Y la verdad que le tengo un poco de miedo al proyecto. Pero saldrá. 

Suena muy interesante y un poco me recuerda al libro de Cristian Alarcón que ganó el premio de Alfaguara, donde rememora su vida como chileno y como argentino, yendo de un lado al otro, sobre su identidad cultural que es muy importante.

Es nuestro acervo más fundamental. Estoy con eso entonces y también estoy con esto, con el valor de lo chiquito, de las historias mínimas, y el desafío es volverlo valioso. Recuerdo cuando empecé a leer “Una historia sencilla” de Leila Guerriero, me dije: ¡A mí el malambo no me importa para nada! Y después estaba llorando a mares en el tren, diciéndome: “La puta, vale la pena estar vivo”. Esa capacidad de ir a algo excepcional pero que nadie mira, muy chiquito, y convertirlo en un libro chiquito y aun así grandioso. Por eso digo, volverlo valioso. Tengo un poco de miedo con el proyecto, pero sé que cuando los dedos entren en calor, se me va a pasar. 

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