FILBA celebra la literatura en la librería Eterna Cadencia
—Hablemos de tu última libro La última vez – Una intriga literaria editado por Planeta. ¿Una intriga literaria es una suerte de subtítulo, una aclaración?
—Sí, la verdad es que pensé en incluirlo como subtítulo porque no es una novela policial como quizás mis lectores estén habituados, pero tiene algo de la estructura, la atmósfera y el suspenso del policial, sólo que el misterio a develar es, en todo caso, cuál es la verdadera clave en la obra de un escritor. El personaje es un escritor muy famoso, pero él cree que su fama se debe a un malentendido, que en realidad todos lo han leído en la clave equivocada, y no quiere morir sin que alguien descubra qué es lo que verdaderamente intentó decir a lo largo de tantos libros. Piensa que cada vez lo dice más claro, pero no hay caso. Entonces está terminando una última novela, padeciendo una enfermedad degenerativa y convoca a un joven crítico, con la esperanza de que alguien del futuro pueda entenderlo. Le hace leer el manuscrito de lo que sería su testamento literario. Ese es un poco el marco del libro y dentro de eso también hay una intriga amorosa, porque el otro elemento que aparece en la novela, son las distracciones amorosas de este joven crítico, una vez que llega a la casa del escritor.
—Más allá de que A, el escritor, es el protagonista, por momentos pareciera que Merton, el crítico al que él acude, se vuelve más importante que el protagonista, ¿es así?
—Merton, cuando llega a la casa de este escritor se encuentra con que él está recluido en una habitación en donde lo cuida una enfermera y ese ambiente queda como fuera de la vista, no se sabe qué pasa en esos últimos días o meses, pero queda iluminado por la novela que el escritor le da a Merton. Dentro de la novela, Merton empieza a leer otra novela, de una forma transfigurada, como ocurre en la literatura. Encuentra lo que son las vivencias de una persona que atraviesa una enfermedad terminal y que trata de intentar una última hazaña intelectual. Ese es el costado filosófico de la novela. Para los que leyeron mi primera novela Acerca de Roderer, hay como un eco de esa novela en esta búsqueda final.
—Sos matemático con un doctorado en lógica, ¿sos un poco Merton?
—Yo imagino la figura de Merton como un crítico que se ha dedicado a investigar la literatura latinoamericana, pero que después tuvo un trabajo de colaboración con un lógico matemático en la idea de clasificar las dicotomías que se usan en la crítica literaria. Un poco en la línea de Seis propuestas para el próximo milenio de Calvino. Ahí da algunos atributos como la levedad y le opone el peso y observa que, aunque él prefiere la levedad en la literatura, son buenas también las razones del peso. Analiza así varios pares dicotómicos de atributos. Por ejemplo, él habla de la velocidad como un atributo que le interesa, pero reconoce que existen excelentes novelas del retardo, de la demora, como La bestia en la jungla de Henry James o El desierto de los tártaros de Buzzati. Entonces me interesaba mucho esa idea de la dialéctica que está muy presente en mi novela. En la crítica, también los elogios o los pulgares para arriba y para abajo, corresponden a pares de opuestos dicotómicos, pero hay algo en el fondo que hay que analizar más en concreto en cada caso. Esa especie de lógica de los opuestos es lo que se desarrolla en la búsqueda filosófica del profesor. También hay otro nivel en donde aparece esto, que es en el tema de las relaciones amorosas. Hay dos nudos, como de opuestos, que serían la atracción de Merton por la mujer del escritor y por otro lado la del profesor de filosofía por la enfermera. En los dos casos, aparece un tercer término entre esos opuestos, que termina de volcar la acción hacia un lado u otro.
—El contexto de la novela también me resultó muy interesante. La historia está situada en los 90 en una ciudad como Barcelona pero la otra gran protagonista es la agente literaria, evidentemente.
—Es la primera vez que un personaje mío está estrictamente basado en una persona real. Núria, la agente literaria, está basada en Carmen Balcells, que fue una gran agente literaria. El nombre de Núria Monclús, lo tomo yo de una novela de José Donoso que se llama El Jardín de al lado. La de Donoso es una novela extraordinaria. Si pueden léanla, por cierto. Trata sobre los escritores del boom, pero mirado a través del fracaso. Es un escritor que no forma parte del boom, que quiere ser como la papa chilena del boom pero no lo logra del todo. Allí aparece el personaje de una agente literaria que él llama Núria Monclús y que es como la reina Midas de la literatura de la época. Ese fue el momento en el que Carmen Balcells construye su leyenda, porque fue la agente de Vargas Llosa, García Márquez, Cortázar, Roa Bastos.
—Todos los grandes.
—Se perdió a Saramago. Fue un desliz, porque a los demás los tenía a todos (risas).
—¿Vos conociste personalmente a Balcells?
—La conocí a Carmen Balcells justamente en el año 94. En la novela, Núria le manda a Merton su chofer particular para que lo lleve hasta el Monte Tibidabo. Algo de eso me pasó a mí, porque Balcells me mandó su chofer para que recorriera toda Barcelona antes de verla a ella. Fue muy lindo, porque ella mientras tanto estaba leyendo la novela que yo le había enviado para ver si me representaba.
—Sobre la novela, ¿podemos decir que es una crítica al crítico?
—Yo creo que no. Sí tiene elementos de crítica al panorama de la crítica cultural que había en los 90. En ese sentido sí hay un elemento de sátira, dice algo así como “en aquellos tiempos bárbaros y un poco remotos” como si las cosas que se hicieran antes no se hicieran ahora, que es obviamente una ironía. Me asomé a la literatura en los años 90 y si bien escribo desde siempre, mi práctica profesional venía del lado de la ciencia. Estaba acostumbrado al referato matemático, en donde se envía el trabajo a los más grandes matemáticos de cualquier país, pero es anónimo, nadie te conoce y las observaciones son un poco desapasionadas, porque siendo matemáticas lo que está bien está bien y lo que está mal está mal. Entonces, de pronto me encontré con todo ese mundo de devolución de favores, de intrigas, vendettas, amiguismos, ninguneos. En una entrevista dije: “Me pasó como a Reutemann, vi cosas que no me gustaron”. Que es algo que él contestó cuando le preguntaron por qué se bajaba de la candidatura. Una frase muy famosa en la política argentina.
—El autor es “A” ¿Por qué?
—Ahí había un motivo muy importante, pero no puedo revelarlo sin hacer un spoiler del final de la novela. Se supone que no puedo decir el nombre, porque sería tan famoso que todo el mundo lo debería reconocer. Por eso se guarda el nombre. Se supone que cuando llegaran al final todos sabrían de quién se trata. Por eso omito el nombre pero digo que tiene que tener una A muy mayúscula. De paso, con la letra A disparo ciertas asociaciones en los lectores, como qué escritores comienzan con la letra A, qué escritor tiene una enfermedad terminal, hay varias opciones, también es un escritor del post-boom, todo ese tipo de cosas.
—Me pareció que más allá de la ficción hay ciertas verdades sobre el mundillo literario. Durante la novela, como bien dijiste, hablás de distintas relaciones entre las partes y se revelan cosas que, los que estamos en el mundo editorial, sabemos que son así. ¿Quisiste exponer a alguien?
—No, para nada (risas). De hecho, quiero aclarar que a mí me fue bastante bien con lo que fue la crítica de mis libros. Pero sí es cierto que hay un elemento de impostura intelectual, en algunas cosas. Yo extrañaba un poco los procedimientos más limpios u objetivos que puede tener la ciencia. Es eso. Por supuesto cargo un poco las tintas porque es una novela, para darle ironía y sobre todo para resaltar, por contraste, la honestidad intelectual irreprochable de Merton. Escribo todo ese primer capítulo para que el lector confíe en Merton, que va a ser como un cicerone a lo largo de la novela. El lector va a leer la novela de “A” por sobre el hombro de Merton. Es la figura del detective, Merton. Uno acompaña al detective y confía justamente en esa honestidad intelectual que tiene. A mí me interesaba resaltar eso, que Merton era irreprochable, pero que está sometido a varias tentaciones. Entonces ¿Hasta qué punto puede sostener la imparcialidad acerca de lo que lee? Está medio enamorado de la mujer, distraído por la hija, se aloja en la casa de huéspedes del escritor al que lee, le piden que cuente algo acerca de la novela y él tiene que defenderla de algún modo. Es decir, hay una serie de presiones que recibe de varios lugares, y por eso también el lector quizás puede empezar a sospechar que su lectura no sea del todo imparcial.
—De rigor, la subjetividad siempre entra.
—La subjetividad siempre entra y él mismo empieza a sentir que, justamente, lo que él ve como pistas tal vez sean espejismos. Si te dicen “tenés que encontrar algo” vas a estar mirándolo todo con una lupa que quizás no exista en la realidad.
—Podemos decir entonces que es una forma de revelación a todo lo que ocurre en el mundo literario, al prestigio que te pueden dar los premios y al final. ¿El lector es el que termina siendo un poco el juez acaso?
—Eso sería para mí lo ideal y de algún modo la novela se juega en ese sentido. Puedo comentar un par de cosas al respecto. Esta novela mía tiene bastante que ver con una nouvelle de Henry James que se llama La Próxima Vez. Ahí hay un par de escritores contrapuestos, que serían la Sra. Highmore que tiene un éxito infalible libro tras libro y que quisiera tener tal vez un fracaso espléndido; por otro lado está el escritor llamado Limbert, que es joven, oscuro e incomprendido, que aún no logra salir a la superficie y que lleva fracaso espléndido tras fracaso espléndido. Cada uno quiere algo del otro. Limbert se propone escribir peor, para ver si así logra tener alguna vez ese éxito y piensa que la próxima vez lo hará todavía peor. Ese es el drama personal que tiene Limbert. Yo lo que quise en mi novela es que, en un mismo escritor, en este caso mi personaje “A”, se pudieran ver esas dos figuras a la vez. Fusionar esos dos contrapuestos en un mismo escritor. Porque “A” cree que es famoso por las razones equivocadas, porque hay un malentendido y que si verdaderamente dieran en la clave para leer su obra, posiblemente no tendría tantos lectores. Eso es algo que también ocurre en el mundo literario. Hay libros que se compran pero no se leen después. Tal vez porque nadie logra penetrarlos, pero se han puesto de moda. Hace poco releí El Nombre de la Rosa y era un libro que había leído en la adolescencia y me había encantado. Ahora decidí leerlo, como dice Merton “de verdad” y es impenetrable si uno quiere leerlo así, porque hay tantos detalles que se vuelve un material de estudio, realmente. Hay muchas maneras de leer. Mi novela apunta a ese tema que vengo persiguiendo desde Crímenes Imperceptibles: Yo tengo el texto, pero ¿De cuántas maneras se puede leer? ¿Con cuántas interpretaciones? ¿Son infinitas realmente? ¿Cada lector se apropia y puede apropiarse de la obra? ¿Hasta dónde se sostiene la tesis de la obra abierta de Eco? ¿Da lo mismo cualquier lectura o bien hay lecturas jerarquizadas, privilegiadas, que tienen más argumentos? Esa discusión a mí me parece que es súper interesante y está ligada, para hablar de filosofía y matemáticas, con El Problema de Wittgenstein, de lo que significa interpretar un concepto y seguir una regla. En Crímenes Imperceptibles aparecía bajo la idea de las series lógicas. Acá, en el fondo, es lo mismo. Es la misma idea que está en el Pierre Menard de Borges. El mismo fragmento de El Quijote, leído como si fuera escrito en nuestros días, no sólo tiene un significado diferente sino hasta opuesto al que se propuso Cervantes. Entonces ¿Dónde está el sentido del texto? ¿En dónde ancla?
—A mí la lectura de la novela me llevó a La Muerte de Iván Ilich, de Tolstoi. Vos la nombrás también, así que estaba en la pista correcta.
—Totalmente en la pista correcta. Está presente, claro. Es uno de los textos que doy en la Maestría de Escritura Creativa, y no solamente me parece que es un texto para los que aspiran a ser escritores, un texto formativo a nivel literario, sino incluso te diría que es una preparación para la muerte. Se menciona incluso, si no me equivoco, en Los Buddenbrook (Thomas Mann) cuando el personaje se siente cerca de la muerte.
—Hacés mención a tantos autores y filósofos, ¿Para leer este libro hay que ser un lector avezado?
—Yo creo que no. Hay destellos de poesías cada tanto. Son líneas de poemas muy conocidas de Neruda, Borges, Girondo. Después se menciona La Caída de Camus, El mito de Sísifo. Tiene mucho que ver la biblioteca del escritor con la biblioteca de mi papá. Incluso esa idea del viejo damo indigno, es algo que decía mi papá de sí mismo. Mi papá era medio iconoclasta en su manera de escribir y tenía ese perfil como el escritor de la película Providence, que yo menciono, que grita “fornicación” en el medio de la noche. Tenía un modo un poco histriónico, por así decirlo.
—Es un libro que si bien es de suspenso e intriga, tiene mucha mención filosófica. ¿Cómo llegás a todo ese conocimiento de filosofía, de fenomenología?
—En la adolescencia leí bastante de filosofía, aún sin entenderla demasiado, obviamente, pero siempre me quedó la idea de retomarla en algún momento. Después hice la carrera de matemáticas y elegí la rama de la lógica, que fue como una especie de camino indirecto hacia la filosofía. Me dediqué a estudiar los teoremas de Gödel, lógicas polivalentes y me quedó siempre la idea de hacer algo con la lógica de Hegel. Esto que yo cuento al pasar, sobre la búsqueda final intelectual del Profesor, tiene bastante que ver con una idea que yo tengo de que hay que enderezar un poco el recorrido que hace Hegel por las categorías. Eso es algo que estudié un poco más y lo dejo como “anotado” en la novela, sin profundizarlo para no cambiar el registro de la novela hacia el ensayo. Siempre fui muy consciente de la idea del pulso narrativo y no quería hacer digresiones filosóficas que fueran muy largas.
—Subiste a Twitter un video de una entrevista a Borges en la parte que destaca la literatura como signo, como un álgebra. ¿Qué es eso?
—Le preguntan a Borges si es frío y él dice que de ninguna manera, que lo que pasa es que hay un álgebra en la transformación de los sentimientos en símbolos. Hay un álgebra significa que hay una cantidad de pensamientos, elecciones, balances, procedimientos que hay que transitar de alguna manera. Dice que él lo que tiene es cierto pudor, más bien. Que se sabe sentimental, entonces trata de contenerse. A mí me gusta esa idea de que hay una racionalidad necesaria para expresar los sentimientos de una manera que sea candente, justamente. Si tenés una desesperación inmediata por algo que te conmovió lo más probable es que balbucees, que profieras gritos, llantos. Transformar eso en una obra literaria, que llegue a calar en otra persona con la carga de dolor que vos tenés, hay que saber hacerlo sin que sea puro sentimentalismo. Te imaginás que como matemático recibo toda clase de etiquetas (risas). “Me imagino cómo tendrás de ordenado tu escritorio”, “Sos matemático, haceme estas cuentas” y sobre mis libros lo primero que sale es que mis tramas parecen hechas con tiralíneas, la frialdad, todos esos lugares comunes que menciona Borges y que se descargan sobre los matemáticos. Además los matemáticos se enfurecen, porque hay clases distintas, entonces dicen “Esos serán los algebristas, en cambio nosotros los analistas…”
—¿A vos se te “acusa” de algebrista?
—A mí se me acusa de lógico, que es un suburbio menor que nadie transita (risas)
—Volviendo a la literatura, te quería preguntar cómo ves la literatura hispano o iberoamericana actual con sus distintas corrientes “de moda” por decirlo de alguna forma. ¿Qué es lo que te gusta y lo que no?
—Yo sigo a unos pocos autores, primero porque la vida es finita y segundo porque en general muchas de mis lecturas tienen que ver con la novela en la que esté trabajando. Por decirte algo, ahora estoy leyendo Teorema de Pasolini, que no tiene nada que ver con la matemática, pero tiene mucho que ver la trama con la novela en la estoy escribiendo. Pasolini es un escritor que está fuera de todos los radares contemporáneos. Leí también Alberto Moravia para esta novela, porque para toda la parte de sexo a mí me gusta mucho como él narra las escenas. Cada una de mis novelas requiere alguna lectura particular y un poco también repasar todos los libros que vaya a mencionar en el texto. Respecto de lo contemporáneo, veo una especie de oleada de lo que podemos llamar la música de la época o el espíritu de los tiempos, que es como una marea sociológica, en donde el interés no está tan puesto en lo literario, sino más en las ideas que se quieren transmitir. En los 70 u 80 predominaba una literatura social en la Argentina, había una especie de énfasis en retratar personajes en donde se pudieran ver las relaciones de poder, la novela policial se analizaba bajo la luz de lo que era el dinero y el poder, el marxismo, las relaciones de clases, etc. Ese era el canon de esa época. Actualmente creo que está la cuestión de la identidad de género, el feminismo, la revisión de la maternidad, entonces hay una cantidad de novelas que se refieren más que a cuestiones literarias, a cuestiones ideológicas. Uno tiene que tener alguna clase de empatía con esas ideas, entonces hay cierto solapamiento de planos, en donde muchas veces no sabés si te gusta la novela por la novela en sí, o por la empatía que te pueda generar el tema que trata. Eso es lo que veo que más abunda dentro del panorama contemporáneo. Dentro de ese panorama actual, hay escritoras muy destacadas que yo venía siguiendo desde hace mucho tiempo, como Samanta Schweblin, Liliana Heker, que fue mi maestra de literatura, Mariana Enríquez, y después hay toda una nueva camada que aparece ahora y que me parece muy interesante, como Mariana Travacio, de la cual me gustó mucho la novela que publicó. Creo que hay escritoras que tienen su personalidad más allá de estos temas actuales que te mencionaba. Es como si hubiera muchos nombres, pero muchos de esos nombres orbitan alrededor de estos temas de la época, pero a mí me interesan más las que se pueden desmarcar y tener su propio mundo. Será que me gusta más la literatura de ficción en un sentido de mundo autónomo. La ficción que crea un mundo, más que la literatura que trata de representar el aquí y ahora. Siempre seguí más a los que yo llamo “los escritores de imaginación”. Autores que te meten en un mundo que es claramente ficcional, que tendrá algún tipo de conexión con la realidad, pero es una conexión más vaga, que no trata de decir nada como tesis. Si vamos a escritores que siento más o menos afines, me interesa Ian McEwan por la forma en la que representa el pensamiento científico, los personajes que tienen que ver con la ciencia, me parece que lo hace muy bien con cierto humor e ironía. Tengo que decir que no soy muy lector de policiales. Sí leí mucho en mi adolescencia y cuando escribo novelas policiales es casi como un estado de evocación nostálgica. No me he renovado en cuanto a la lectura de policiales. La única autora que seguí es Patricia Highsmith. De hecho la nueva novela que quiero escribir, tiene algo que ver con las construcciones psicológicas de ella, la idea de la germinación de la idea del mal en una consciencia vista casi en tiempo real.
—¿Un policial más psicológico?
—Claro. En lugar de la idea del policial de intriga, la idea de Highsmith, que se consideraba un poco la continuadora del Dostoievski de Crimen y Castigo. En esa línea, te diría. Aún la estoy escribiendo en mi cabeza. Por cierto, Highsmith tiene un libro extraordinario sobre la escritura, que se llama Suspense, en donde dice que Crimen y Castigo está muy bien, pero que un editor contemporáneo le quitaría un par de cientos de páginas. He leído muchísimas mujeres porque han aparecido muchísimas mujeres escritoras. Te diría que en estos dos últimos años he leído mucho más a escritoras mujeres que a varones. Igualmente, como creo que no podía ser de otra manera, encontré cosas que me resultaron buenísimas, cosas que eran más o menos y cosas que no me gustaron nada. Lo interesante es que hay un balance entre lo que se publica en cuanto a la calidad y cantidad, están todos los matices considerados. Alguien que puedo mencionar dentro de los autores que descubrí recientemente, es Gustavo Ferreyra. Fui jurado del Premio Nacional y leí su novela La Familia y me pareció absolutamente genial. Especialmente sobre esto que hablábamos de la originalidad, porque es una novela de ideas a lo Thomas Mann pero en Argentina y con la idea de familia argentina, en dos o tres épocas distintas. Tiene algo muy ambicioso, en el mejor sentido. Soy una persona que subraya mucho cuando lee y de ese libro tengo subrayadas casi todas las páginas. Fue para mí una gran revelación y de hecho le dimos el segundo premio nacional. El primero fue para otra gran novela que se llama El absoluto de Daniel Guebel.
—¿Qué se viene entonces? ¿Esta novela que me decís que estás todavía escribiendo en tu cabeza o algo diferente?
El Absoluto de Daniel Guebel.Quizás un libro que escriba a partir de la charla que di en FILBA. Una charla que se llama “Once tesis (y antítesis) sobre la escritura de ficción”. Tal vez la publique en forma de libro. No es ficción, pero yo tengo cuatro libros de ensayos ya. Uno sobre Borges y las matemáticas, uno sobre Gödel y dos más sobre literatura y ciencia. Éste basado en la charla de FILBA, sería un libro de ese estilo.