María Sonia Cristoff, nacida en Trelew y graduada en Letras en la UBA, es autora de los libros de no ficción Falsa calma (Seix Barral) y Desubicados (Sudamericana), y de las novelas Bajo influencia (Edhasa) e Inclúyanme afuera (Mardulce). Editó las compilaciones Acento extranjero (Sudamericana), Geografías Literarias (Cántaro), Idea crónica (Beatriz Viterbo), Pasaje a Oriente (Fondo de Cultura Económica) y Escuela de Escritores (Libros del Rojas). Sus textos han aparecido en volúmenes colectivos como Crítica del Testimonio, Buenos Aires. La ciudad como un plano, La Argentina como narración, Viajes y viajeros: un itinerario bibliográfico, Escrito en el viento. Lecturas sobre Sara Gallardo y La última gauchada – Narrativa argentina contemporánea. Escribe regularmente en distintos diarios y revistas. Dicta clases en la Escuela de Escritores del Centro Cultural Ricardo Rojas y en la Maestría de Escritura Creativa de la Universidad Nacional Tres de Febrero. Su libro Inclúyanme afuera fue elegida por la crítica Beatriz Sarlo como “libro del año 2014”.
Por Lala Toutonian.
Empecemos hablando de Derroche, que es lo último que has escrito. Tiene un gran título y la tapa revela muchísimo de lo que es la trama en sí.
Me encanta que te haya gustado el título porque fue muy discutido. En un momento yo estaba leyendo algo que Silvio Mattoni escribió acerca de Bataille, porque quería que Bardo llevara adelante un poco la idea del gasto, y suelta apareció la palabra derroche. Tuve que luchar mucho por esa palabra con los editores, así que disfruto enormemente que te haya parecido un buen título para la novela.
En la novela está Lucrecia, la tía que le deja la herencia ¿Es Lucrecia la protagonista? ¿Es la tía? ¿Hay varios protagonistas en tu libro?
Yo creo que hay tres protagonistas. Incluso, el más importante, para mí es el tercero. Más importante en el sentido de que es casi la voz que lleva puesta esta idea del derroche como explosión de todo sistema. Yo pensé en el derroche como algo contra la idea del límite, lo contenido, lo que debe ser, la producción, el deber. Un espíritu que tiene que ver mucho con salirse de los límites. Puse ese espíritu en el tercer personaje, que es un animal, un chancho salvaje que se llama Bardo y tiene voz, porque pensé que de alguna manera él también acarrea la hipótesis o el deseo de la novela.
Me pareció que esa idea de ir hacia otras formas de entender el mundo que no sean la pura productividad y el cálculo, podía ser llevada adelante sólo si sintonizamos con otro sistema. El sistema animal era una buena forma de decir reconectemos con otro modo de pensar las cosas. Hay algo del derroche que está muy en la voz de Bardo. También en la misma forma de la novela.
Hay distintas voces, diferentes tonos, emails, whatsapps, chats, muchos diálogos, cartas.
Claro, hay muchos géneros como la carta, la biografía, el retrato. Entonces el estallido también va por el lado de la forma de la novela.
Con la tía diciendo tantas cosas en contra del trabajo la sentí una novela anarquista. Tengo subrayado párrafos que me encantaron. “El trabajo es la mejor policía” esa podría ser una letra de The Clash o Los Ramones.
Esa es la letra del chancho jabalí, que además de hablar escribe canciones (risas)
(Del público) La naturaleza está sostenida por el derroche en general. Hay muchos mecanismos naturales que se derrochan. La evolución del sexto dedo del Panda, es un derroche. Stephen Jay Gould escribió un libro sobre eso, que se llama El pulgar del panda (The Panda’s Thumb), y dio una serie de ejemplos de todo lo que es la teoría evolutiva por adaptación. Son ejemplos sobre el derroche evolutivo, que sería como una evolución colateral.
Es extraordinario todo esto que nos sumás.
Con los distintos géneros que mezclás, hablamos de una hibridez literaria. Quería pensar en otros autores y géneros que se entrecruzan y la verdad que me costó. Cómo logras salirte tanto del canon de la novela tradicional? ¿Cómo definirías tu obra?
A mí me pasa algo muy visceral con la novela tradicional. Me encanta leerla y me tomaría un año sabático para leer todo Dickens, Balzac, Flaubert y un montón de clásicos. Pero me pasa que a la hora de escribir no me llevan los tiempos para ese lado, no me importa generar esa causalidad, esa cronología y se me va esa pulsión.
También me pasó un poco algo así como el agotamiento del modo clásico de la novela. Yo venía de escribir novelas clásicas porque es algo que tenemos muy incorporado, que te viene en el ADN y es lo que leímos, y pasan las generaciones y también se sigue manteniendo. Esta estructura tradicional me generó tal nivel de agotamiento, que fue una de las razones por las cuales comencé a trabajar la crónica, la no ficción, aunque sea de modo híbrido como hice en mi primer libro.
Me fui literalmente al fin del mundo, conseguí un trabajo de traductora y estuve encerrada en un lugar en el medio de Tierra del Fuego. Ahí había una biblioteca antiquísima y me puse a leer relatos de viajes, que era un género que nunca me había interesado ni me interesó después, pero que fue como mi puerta de entrada a “esa otra cosa”. Entré con un registro no ficcional que después es de alguna manera lo que yo incorporo en las novelas. La hibridez mía está hecha a partir de ensayos, crónicas, libros de divulgación.
¿Leías relatos de viajes y algo más?
Además de los relatos de viajeros, uno de los escritores que realmente me voló la cabeza, para salir de ese cerco mental que tenía, porque Puan, en donde nací, no te prepara para ser escritora en lo más mínimo (risas) fue un francés del siglo XIX. Charles Marie Georges Huysmans, más conocido como Joris-Karl Huysmans, escribió una novela extraordinaria que está traducida con un título bastante horrible que es A Contrapelo. Era holandés de origen y fue uno de los discípulos de Émile Zola, el maestro de la novela naturalista. Huysmans empieza escribiendo así, sus primeros relatos eran así, pero se va apartando. No quiero con esto desmerecer la novela decimonónica, porque me alucina, sólo me parece una pérdida de tiempo escribirla hoy como si nada hubiera pasado. Cuando la leo de otros un poco también me agobia, pero escribirla yo lo sentiría un despropósito total. Le pasa en el siglo XIX a Huysmans, así que lo mío no es tan original (risas) Esa novela tiene un prólogo en el cual él cuenta que ya no aguantaba más y que está caminando con Émile Zola y le dice a Zola que no tolera más los límites de la novela tradicional, eso de los grandes personajes, la gran historia, el contexto, todo lo que conocemos. Cuando yo lo leí, sentí que estaba “hablando” con ese interlocutor que no encontraba. Fue un encuentro descomunal. Nunca sentí una afinidad así.
¿Huysmans te abrió las puertas a salir de la novela tradicional, a entrar en algo más híbrido?
Huysmans hace esta novela que es la historia de un tipo que se harta de todo y se va y se recluye en las afueras de París y empieza a hacer un catálogo de cosas. Se queda recluido, no quiere ver absolutamente a nadie y tiene un par de criados que le alcanzan las cosas, pero con los cuales no habla. Es maravilloso porque es una entrada en una neurosis descomunal. Pleno Siglo XIX con alergias, con ironía, haciendo un catálogo meticuloso de plantas. Porque en un momento le agarra el frenesí de las plantas y básicamente la novela se pone a describir millones de plantas. En otro momento, se pone a hablar de sus contemporáneos y la novela vira a la crítica de arte, literaria, la filosofía y los clásicos. Hay una cosa de encadenamiento, de una historia que le sigue a la otra, pero sin el entramado de la novela premoderna.
Ahí empezó mi momento “dinamita”. Después de Huysmans. Yo creo que dinamito las novelas. Empiezo a juntar proyectiles. Por ejemplo, este dato que dijeron recién sobre el sexto dedo del Panda y la teoría de Gould, para mí ya es un dato precioso, un nuevo proyectil. Así voy juntando proyectiles en mi cajita. Tengo una historia en mente, voy juntando cosas, voy escribiendo la historia y después empiezo a dinamitarla, a lanzarle proyectiles, que es la parte que más me gusta.
¿Tu novela Derroche es como una sátira social?
Sí, totalmente. No todo debe ser útil ¿No? Creo que los escritores casi nunca sabemos mucho de algo y está bien que así sea. El no saber te pone en un lugar de intemperie y es ahí en donde empieza a surgir la escritura. La relación con el saber no me interesa fomentarla. Sé un montón de cosas que tienen que ver con escribir novelas y leerlas, pero no sé nada sobre tópicos.
Tiene mucha ironía, mucha crítica indirecta al sistema, o a dejar expuestas las cosas que están mal en el sistema. La misma idea del trabajo, de la que hace tanta crítica la tía ¿Vos cómo vivís tu trabajo?
El trabajo de escritor es bien difícil de sostener, tal vez por la necesidad, obsesión y demanda del mundo de hacer cosas útiles. Dentro de esas “cosas útiles” casi no entra la literatura, y si entra, es sólo determinado tipo de literatura, que tiene que ir por un carril muy especial. Hay algo de todo eso que hay que saber llevar. Yo doy clases de escritura en dos Universidades y me encanta, hablo de todos estos formatos en todas mis clases y de que sostener la escritura no es una cuestión de forma. Una de las cosas más complicadas para quienes escribimos, es mantener el equilibrio entre ganar dinero y poder seguir escribiendo. Sobre todo para los que escribimos en América Latina, en donde el mercado -como bien dice Julio Ramos- sigue siendo una gran cuenta pendiente.
El tema del trabajo, siempre fue un terreno resbaladizo para mí, porque tenía algunos trabajos que me encantaban, pero me quitaban tiempo para escribir, pero me he pasado la vida tratando de hacer un buen equilibrio. Tuve muchos trabajos distintos, hasta que un día dije basta, y me quedé con las clases en la Universidad, que es lo que menos compite con mi trabajo de escritora, y por eso doy clases desde hace tantos años.
Hace algunos años, me desbordé y acepté un trabajo que me tuvo durante dos años haciendo otra cosa, que no permitía dedicarme a la escritura y tenía una rabia enorme, de esa rabia que te come. Estaba como loca. Ahí fue cuando empecé a leer sobre anarquismo. Leí ensayos sobre el trabajo, tratando de encontrarle otra entrada al tema y di con un anarquista contemporáneo que me enloqueció.
Es que son los ensayos anarquistas contemporáneos los que hablan sobre el no trabajo, la no democracia, sobre un montón de formas que si uno las dice, suenan espantosas, pero son más profundas ¿Qué escritor anarquista te llamó la atención?
Di con un texto en particular, de un anarquista norteamericano que fue echado de Yale por sus ideas y por eso terminó en una suerte de exilio académico en una Universidad inglesa. Se llamaba David Graeber, murió hace poco en el año 2020. Su libro es Bullshit Jobs, Trabajos de mierda, en castellano. En ese libro propone algo muy interesante. Lo que él llama bullshit jobs no son los trabajos en condiciones de explotación supina, sino todo trabajo que no genere ningún tipo de valor social y que lo haga sea únicamente avalar el peor estado de las cosas, como los responsables de relaciones públicas y los abogados corporativos. Todas las cosas que él dice te hacen pensar en que pueden existir otras formas de abordar el trabajo, de distribuir el trabajo, de pensarlo e incorporarlo en nuestras vidas.
Hay un francés que se llama Christophe Dejours, que me encanta, que tiene un libro que se llama Trabajo y Suicidio en donde lo piensa más desde la sociología, entonces lo que se plantea es ¿Qué hacemos entonces los neuróticos? ¿Qué hacemos las personas a las cuales nos cuesta tanto la vida amorosa y vivimos trabajando? Eso también me pareció genial.
En ese sentido, por mi experiencia, soy una privilegiada porque trabajo de lo que amo, que es escribir. Entonces te das cuenta de la fuerza vital que hay en lo que hacemos. Estuve leyendo mucho también sobre la renta universal y otros modos interesantes de pensar. Mucha más gente con menos horas de trabajo, ya sea que te encante o no tanto tu trabajo, la relación con la producción se podría entender mucho mejor. Una relación que no tenga tanto que ver con el consumo excesivo.
¿Con el derroche?
Con la pérdida de la vitalidad. Ahora hay una economista inglesa muy interesante, que habla del erotismo y la economía. Cómo pensar sistemas económicos que no quemen nuestra libido, que es lo que hace el sistema en el que vivimos. Lo dice bien Silvia Federici: “el sábado es el día de la loca”. Porque además de que estás agotada porque trabajaste toda la semana como una esclava, te tenés que calentar y ponerte toda la lencería encima. Eso ya es un erotismo agotado, no importa la edad que tengas.
Leí otro libro que me voló la cabeza que se llama Gobernar la Utopía de Martín Arboleda, que editó Caja Negra. Hablando de anarquismo, utopía, son grandes nombres que uno tiende a enterrar en el pasado, porque están estigmatizados erróneamente.
Claro, porque hay conceptos que se toman muy erróneamente. Por eso te decía que la novela me resultó anarquista. Lo digo por este sentido de lo que hablás, lo que acabás de explicar acerca del trabajo ¿Cómo llegamos al derroche? ¿Cómo llega en la novela el derroche? A partir de la búsqueda del dinero. Por eso considero que este tipo de literatura, estas ficciones como la tuya, son tan necesarias.
Convivimos con nuestras contradicciones y considero que no se puede hacer otra cosa. No es que porque yo escribí este libro voy a pasar a la clandestinidad y dejar cualquier costado burgués (risas) Convivo con mis contradicciones. Podríamos tener una vida mucho más llena de goce, de tiempo libre, un montón de cosas que pasan cuando no estás permanentemente con el imperativo de producir.
Esto de lo productivo, en la novela, también noté una crítica al poder. Ficcionada obviamente, porque es una narrativa.
David Graeber te diría: Odiás los sistemas de poder, sos anarquista. Pero se puede vivir con esta contradicciones, de que hay también hay que vivir las tentaciones del pequeño micro poder y asumir eso. Pero sí, hay algo desestabilizante, por lo menos en el deseo de la novela.
(Del público) ¿Cómo hacés con el final?
Es curioso, porque deliberadamente justo en el final, el personaje dice: Esta historia no tendrá final. Yo creo que es una novela que podría perfectamente seguir y hay gente que me trae lecturas y cosas, y yo pienso “Esto se lo podría incorporar”. Tiene una cosa proliferante, se abre mucho, es súper digresiva. Mucha gente me dice que pierde pie al leerla. Como algo de tren fantasma “¿A dónde va? ¿Hacia dónde me lleva?” (risas)
¿Cómo es tu relación con los editores?
La verdad es que he tenido mucha suerte. Una suerte tremenda. He tenido realmente interlocutores. Yo soy muy de trabajar sola y callada. Si me preguntás de la próxima novela, no digo nada, pero no por guardar el secreto, sino porque recién me estoy encontrando con el material y siento que nada puede interponerse con eso. Pero después, cuando ya tengo casi armado la novela, se me arma como una hibernación, entro en otra lógica. Mi editora respetó muchísimo eso y solamente cuando me estaba acercando al final hablé con ella. En esa conversación con ella descubrí algo muy interesante sobre el personaje de Bardo. Yo no quería que la novela terminara en Lucrecia. En Lucrecia llevé todas las demandas al extremo el grado de cosificación y saturación del día a día, el lenguaje estallado en niveles de urgencia banal. Por eso, Lucrecia, es realmente la víctima de la novela. Ella no logra salirse de las circunstancias.
Lucrecia es la víctima privilegiada con un nombre extraordinario, además.
Claro. Es la víctima que vista desde afuera nadie lo diría. Es la víctima privilegiada, la exitosa, la cool, que se viste bien. Le puse Lucrecia por “lucre”. Ella ya tiene en su nombre el mandato de lucrar.
Excelente ese detalle. Insisto en que es una de las novelas del año. Resulta una bocanada de aire fresco. Te agradezco muchísimo que hayas venido y te esperamos en cualquier momento.
Muchas gracias por todo, fue un enorme placer.