Santiago Llach: «Borges estaría perdiendo el tiempo en Twitter como todos nosotros»

Por Lala Toutonian.

Tu obra como escritor es muy amplia, pero también tenés los talleres, clubes, el Mundial de Escritura. Si querés, podés empezar contándonos un poco del tiempo cuando estabas “menos dedicado a ser escritor” ¿Podríamos decirlo así?
La verdad es que yo nunca estuve dedicado a ser escritor. Me autopercibo como el escritor que no escribe. Hay un libro muy consolador de Enrique Vila-Matas que se llama Bartleby y Compañía, basada en un cuento de Melville, que dice “Preferiría no hacerlo”. Yo sería un “Prefería no hacerlo” de la escritura.

Pero has escrito tus poemarios, las crónicas, has publicado mucho.
Sí, en volumen escribí. De joven me pegó la poesía. Me acuerdo de Trilce de César Vallejo, que este año se cumplen 100 años de su publicación, que para mí fue todo un descubrimiento y me quedé tildado en esa búsqueda de abandonar el significado, o de jugar con el significado, que es tan propia de la poesía.
Publiqué poesía y gané varios premios. El más divertido fue uno con Washington Cucurto, el Premio del Diario de Poesía. Era un premio importante y ahí nos conocimos con Cucurto, que es un gran amigo.
Después tuve una editorial. En realidad la había creado Marina Mariasch y yo fui con mi manuscrito, a ella le gustó y terminamos saliendo, nos casamos, tuvimos hijos y yo me incorporé a la editorial.

También fuiste editor en Emecé.
En Emecé trabajé bastante de lector. Fue como mi primer trabajo, recuerdo que con Mercedes Güiraldes. Empecé como lector, después traductor y después en un momento llevé a varios autores, justamente Cucurto, Casas, Mairal y varios más.

¿Cuál fue al principio de todo tu interés por lo literario? ¿Cómo empieza eso?
Para mí era como abrazarse a un fantasma. Era un niño sensible y tímido al principio, después un adolescente torturado, y me abrazaba a mis amigos invisibles, que en mi caso eran Kafka, Dostoyevski, incluso Borges, que también era un poco torturado. Me agarraba de ellos. Leía mucho siempre y no tuve dudas de que me iba a dedicar a eso.

Después de ese tiempo como poeta y editor, empezás con los talleres ¿Verdad?
Casi que fue todo en simultáneo. Los talleres al principio eran una ocupación secundaria y después terminaron siendo una ocupación principal. El primer taller lo di con Marina, en “Belleza y Felicidad”.

¿Cómo tomaron tanta dimensión los talleres? ¿Cómo te organizaste?
Al principio, como todo autor, cuesta tomar dimensión y autorizarse ¿Por qué soy un escritor? ¿Quién dice qué es o no es la literatura? Ser tallerista es igual, porque uno se pregunta ¿Qué saberes tengo para dar? De algún modo, te autorizás vos mismo. Ahí también juega algo mío medio punk, simplemente porque era tímido y no me adaptaba. Fue prepotencia de trabajo y también algo perverso. Perverso en el sentido de ver la vida de los otros.
Era hermoso. Yo ponía la mesa y ellos traían el vino y se ponían a escribir acerca de sus secretos. Hay algo súper interesante en eso. Alguien viene con este deseo medio extraño de ir a un taller literario sin saber bien por qué, busca expresarse, quiere ser escritor o no, y de repente va escribiendo una obra. Encontré ahí algo apasionante, que creo que tiene también una función didáctica. Es un poco la función de un partero. Acompañás y es lindo.

A mí lo marginal me gusta, no le doy ninguna connotación negativa, porque marginal es alguien que va por los márgenes. No te hacía tan punk. Ahora te siento más cercano (risas) Entiendo esto de haber ido por el costado con los talleres, manejar vos tus tiempos, no tener un jefe ¿Cómo llegás a armar esta estructura tan grande? ¿Es un instituto?
Sí, aunque no lo creas tengo mi corazoncito punk (risas) Le decimos Escuela de Escritura, tenemos 900 alumnos, hay 20 docentes en total, algunos son invitados y hay un núcleo de gente que se formó conmigo. Se fue haciendo todo muy sobre la marcha. Tuvo que ver con cierta mítica que se empezó a formar en mi casa de la calle Talcahuano, y de ahí se comenzó a viralizar.

¿Y el Mundial de Escritura? ¿Qué es eso?
El Mundial vino porque en el taller se daba una mezcla de competencia y solidaridad. Hay algo de intimidad, espíritu de equipo y grupo de autoayuda, pero también hay algo de competencia, como en todo grupo humano. Algo de: “A ver cómo me destaco”.
Yo vengo de una familia en la cual mi abuelo fue Vicepresidente de Boca y mi padre Secretario de Programación, así que podemos decir que el mundial se dio por mi veta futbolera y organizativa. El Mundial de Escritura consiste, principalmente, en cumplir con la tarea del día, que es escribir 3000 caracteres, y si no lo hacés, perjudicás a tu equipo. Sos vos solo escribiendo, pero depende de que cumplas tu meta para que tu equipo no te quiera matar (risas). Dura dos o tres semanas.
Mi sueño sería jugar un Mundial que dure todo un año. Que todos los días tengas que escribir 3000 caracteres. Pero la gente es vaga y me pide que dure una semana (risas)

El mundo cultural es un nicho y dentro del nicho pequeño que somos, tenemos distintos sectores o espacios que ocupar. Entiendo que vos tenés bastante cubierto todo y sólo te faltaba hacer algo como “Pez Banana” y lo hiciste también.
“Pez Banana” es un Club de libros que empecé con Florencia Ure, que es una gran amiga y un gran personaje urbano ¿Viste que en una época estaba Borges y todos teníamos “nuestro gran amigo Borges”? (risas) Después fue Quique Fogwill y para mí la sucesora, como personaje literario es Flor Ure. Fabián Casas y Flor, sin dudas. “Nuestra gran amiga Flor” es amiga de medio Buenos Aires (risas)
En “Pez Banana” elegimos la novedad de ficción que más nos guste y nos divertimos con eso. Después tenemos un newsletter que tiene como 5000 suscriptores, en donde charlamos entre nosotros de las novedades que nos gustaron, o no. En general se escribe más de lo que gusta que de lo que no gusta.

Ese es un tema interesante para abrir debate. Yo como crítica literaria no comento libros que no me gustan. Un poco porque no me siento con autoridad moral para hacerlo.
A mí me pasa lo mismo ¿Para qué te la vas a agarrar con un libro? Es como dicen en Twitter: guiensó (¿Quién sos?) A la vez, convengamos, que cuando se desatan polémicas, verlas desde lejos es divertido. Hubo épocas en donde se ejercía más la polémica en el campo literario.

Tal vez es que ahora la corrección política nos está matando, pero siempre hay algo que sacude las aguas un poco, como el discurso de Guillermo Saccomanno en la Feria del Libro.
No me hagás hablar de eso, porque tengo mi opinión pero es censurable (risas) Para mí no fue un discurso disruptivo. No digo que vos hayas dicho eso. Creo que no fue polémico, porque a todos los editores de las grandes editoriales les gustó, y era un discurso en contra de las grandes editoriales ¿Entonces? Me parece cómodo. Todos lo festejaron, pero no me pareció para nada incómodo.

¿Santiago, te considerás el borgeano más “capo” de todos?
No (risas) Me considero Funes el borgeano. Alguien que a fuerza de leer mucho a Borges, igual que Funes, es capaz de memorizar todo y parece que sé. A mí me cuesta mucho hilar. Me dediqué a la literatura porque me cuesta el lenguaje, me es difícil comunicarme. Me topé con mi propia timidez, o con mi dificultad para el diálogo oral, entonces me dediqué a la escritura. Además tengo mi historia personal con Borges, como tenemos todos. Lo leí de muy chico, tenía una tía abuela a la que iba a visitar porque era Profesora de Literatura y me hacía memorizar Las Ruinas Circulares a los diez años, quedé tarumba después de leerla de memoria. “Tarumba habrás quedado”, como le dice Carlos Argentino a Borges.
Borges es una obsesión. Es un gran maestro de literatura, y para los que depositamos nuestra neurosis en pensar la literatura, Borges es un gran crítico literario. Dicho en el mejor de los sentidos. Un crítico literario no del estilo del tipo que anda polemizando en los suplementos literarios, sino alguien que encontró en el acto de leer lo mejor y lo peor de lo humano, y que vio con claridad la potencia que tiene la lectura. Lo cual aplica de manera increíble para esta época.
Twitter, que me parece un dispositivo interesantísimo, es muy literario. Toda gente leyendo y escribiendo en un ágora griega demencial, que ni en la democracia griega era tan divertido, porque, en el fondo, no nos gusta tanto ver lo que opina el otro, así que tal vez no era tan “linda” la casi total libertad de opinión griega. En Twitter lo silenciás o lo bloqueás.

¿Vos le ves, entonces, un perfil literario a las redes sociales?
Ante todo, lo que se ejerce son las prácticas de la lectura y la escritura, que no necesariamente son literarias. Está todo mezclado. Antes estaba de moda el poetuit en Twitter. En el fondo lo que determina que algo sea literario, en un punto, es la intención: “Esto es arte” o “Esto es literatura”, y otro modo de ver lo literario es: “Esto aspira a perdurar en el tiempo”. Eso de perdurar no ocurre en Twitter, pero al mismo tiempo, podemos decir –indudablemente- que el libro ya convive con estos otros formatos.
Yo creo que se puede encontrar lo literario y lo poético en Instagram o en Twitter. Lo que caracteriza a las redes es que tiene una publicación inmediata, y antes había una mediación muy grande que eran los editores, que era una minoría de expertos que determinaba lo que se publicaba. Hoy todos publican, lo cual genera esta especie de angustia de la expresión permanente, que provoca irritación, ansiedad. Si bien no es lo mismo ir a leer un libro para calmar la ansiedad de las identificaciones, al mismo tiempo el herramental de la literatura es aplicable a las redes sociales, porque la misma estrategia de retóricas y demás están ahí. Es súper interesante.
Algo que me gusta decir ahora, es que el smartphone es el libro de arena. El libro de arena de Borges, en donde todo el tiempo cambiaban las páginas y no volvías a encontrar la misma página. El smartphone es un invento muy parecido al libro de arena. Es maravilloso en un sentido. Es un “librito” que estamos leyendo todo el tiempo y que nunca volvemos a encontrar la misma página, sino que saltamos todo el tiempo hacia otra.

¿Qué pensaría Borges ahora con todo esto? Si no fuera ciego y viviera en esta época.
Estaría perdiendo el tiempo en Twitter como todos nosotros (risas)

¿Qué se viene ahora? Vas a seguir con los talleres, obviamente, pero ¿No vas a seguir escribiendo?
Soy como el colmo del escritor. Hace 4 años que tengo firmado un contrato con Penguin Random House por un libro de consejos de escritura, así que es muy paradójico (risas) Ya cuando pasaron dos o tres años, dije: “Bueno, no va a ser un libro de consejos de escritura” (risas) pero mi editora todavía me tiene fe.

Es que vos tenés que escribir un libro sobre consejos de escritura, definitivamente.
En realidad, ahora hablando en serio, el libro ya está. Hace tres años que está escrito, pero bueno, todavía no lo presento. A mí lo que me salió bien es enseñar lo que no sé hacer. Enseñar a hacer lo que no sé hacer. La verdad es que pude habilitar a otros, entendiendo muy bien cuál era el problema, porque yo lo tenía también. Publiqué libros pero siempre hubo algo muy neurótico en ese sentido, y por eso conocía muy bien cuáles eran las dificultades, la exposición, la excesiva autocrítica y todos esos aspectos más psicológicos de la creación que son difíciles, y supe acompañarlos para otros.
Los talleres se confundieron con mi vida. No tenía vida afuera de los talleres. Conocí muchos amigos y gente hermosa en los talleres. Para algunos no fue necesariamente convertirse en escritores, también era estar ahí para leer o escribir, y muchos publicaron libros y otros tantos dan talleres propios ahora.

¿Podemos concluir que le estás enseñando a escribir a la gente?
Así como “enseñar a escribir” no creo. Es coachear, acompañar o ser “partero”, como te decía. Por un lado en la parte psicológica de la creación y por otro lado en el texto propiamente dicho. Adquirí un expertise por mi recorrido poético, editorial, como traductor y mi gran obsesión con la literatura. Aprendí muchísimo y hoy sí me siento autorizado, sé explicar cómo funciona una trama. Porque eso no diría que enseñé a escribir, pero sí diría “habilité”.

Por último ¿Qué estás leyendo ahora?
Un amigo dice que tiene un mail que yo le mandé en 2006 en donde afirmo que no hay que leer a los clásicos (risas) Ahora me ve haciendo cursos de tragedia griega y de Borges –que sería un clásico contemporáneo- y me dice: “¿Y? ¿Qué pasó?”. Uno cae en el cliché. Así que leo clásicos, pero también novedades contemporáneas por “Pez Banana” y por amigos escritores.

Tirame cinco autores de ahora, de lo que estés leyendo últimamente.
Hoy empecé el de Julian Barnes, que está muy bueno, porque es de un médico que atendió a Proust (El Hombre de la Bata Roja). Barnes, para nombrar algún autor contemporáneo, siempre está bueno. Después, a mí la poesía me gusta mucho, así que Juan L. Ortiz siempre lo tengo muy presente.
En realidad, en este momento estoy con Borges y Proust todo el tiempo. Leyéndolos todo el tiempo. Estoy obsesivo y creo que voy a seguir releyendo a Proust porque creo que cada relectura es mejor aún. Una alumna me dijo que doy cursos para releer a Borges y en algunos casos es así (risas) el grupo que está hace más tiempo conmigo, que leímos todo, me obligan a leer cosas diferentes, o que tal vez no hubiéramos leído nunca, y ahora estamos con la tragedia griega que es espectacular. Así que estamos descubriendo un mundo, ellos, yo, todos.

Si no hubieras tenido esta oportunidad de estar en el mundo cultural ¿Te hubieras dedicado a otra cosa?
Sí, a ser paciente de un psiquiátrico (risas)

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