Maximiliano Barrientos: “Hay un gesto político de disenso en la novela que el rock perdió”

Eterna Social Club, de la mano de Caja Negra Editora, presentó la novela del autor boliviano Maximiliano Barrientos, Miles de ojos, para su colección de ficción Efectos Colaterales. La escritora Mariana Enriquez, de algún modo, la descubridora de este libro, dedicó precisas palabras sobre el libro, y con Eterna Cadencia a punto de estallar, esta fue la charla que presentó Malena Rey, editora y representante de la editorial. 

Por Lala Toutonian.

Mariana Enriquez: “Quiero contarles qué me pasó con el libro de Maximiliano, a quien tengo muy leído. Nos conocimos en una Feria del Libro en La Paz y estamos juntos en una foto histórica que nos muestra con absoluto sorocho pero hablamos, de todos modos (risas), no sé cómo ni tengo recuerdo de qué, pero hablamos (más risas). No podría decir que tenemos una amistad pero sí un entendimiento en común, que creo nos pasa a muchos escritores latinoamericanos de cierta edad, cierta formación, cierto bagaje de lecturas y cierto pensamiento sobre el mundo que es súper dark, aunque nosotros no somos muy dark, o más o menos (risas). Creo que somos más bien realistas. 

Quizá fue por eso que Maximiliano me mandó Miles de Ojos en word, en plan: “Escribí algo muy loco, me parece que lo vas a entender, leelo”. Recuerdo que a las veinticinco páginas me dije: “Nunca leí algo así antes, en castellano y menos en América Latina”. De verdad. La originalidad, en general, no me parece un valor muy importante. Pero esto tenía esa rarísima cualidad que pasa muy pocas veces, era algo que no había leído nunca antes y además era absolutamente bueno en todo sentido: Bien escrito, sorprendente, actual, me daba miedo, me desconcertaba y no sabía bien qué estaba leyendo.

El recorrido del libro fue así: primero se publicó en Bolivia, con un editor que tenemos en común, El Cuervo -para mí es una de las editoriales más interesantes del continente-; luego, cuando Caja Negra me comentó de su colección, les pasé Miles de Ojos y les dije: “Tienen que tener esto porque no hay nada como este libro”. Lo volví a leer un poco, cuando lo publicó Caja Negra y creo que ya había una especie de curva que había empezado a tomar en En el cuerpo una voz (Eterna Cadencia Editora), un libro terrible. También en algunos relatos, especialmente en “Gringo”, un cuento quiebre: está al borde del terror y viene a ser eso que se denomina weird fiction y no se entiende muy bien qué es en realidad, pero que sería algo así como un diálogo entre el terror y lo fantástico. 

Creo que ese es nuestro “realismo mágico”, el de nuestra generación, en todo el mundo, tiene algo de post apocalíptico, pero no tanto porque hable de temas post apocalípticos, sino mucho más porque somos una generación que está viviendo en un mundo que se muere y eso se nota en todas estas ficciones. Estamos viviendo a través de dispositivos todo el tiempo, es como una ortopedia permanente y eso también se nota. Es una ortopedia real. Si pierdo el celular me muero, además de que me vacían la cuenta (risas), pierdo fotos y recuerdos. Esta especie de fragilidad de la existencia está presente en muchas de nuestras ficciones, sean del tipo que sean. El cuento “Gringo” me llamó mucho la atención porque -se los arruino un poco con spoilers-, trata de un tipo que encuentra las fotos de un tío europeo con una joven indígena a la que está abusando, y el sobrino empieza a sentir que de alguna manera se está transformando en ese tío, aunque no llega a ocurrir. Es un cuento que abre una puerta hacia todo un montón de cuestiones que nunca son solemnes en la literatura de Maximiliano, pero que siempre están hablando de otra cosa.

Hablar de Miles de Ojos es bastante difícil… ¿Por qué digo que el weird es nuestro realismo mágico? El realismo mágico, para mí, es de un único autor, que es Gabriel García Márquez, no más que él, pero sí creo que también es un estado de ánimo en la literatura latinoamericana de la revolución cubana, de los 60, de lo posible. Nosotros somos los que estamos escribiendo en lo imposible, en la crisis permanente de todos los países, de diferentes maneras, cada cual con su estilo de crisis y escritura, así que básicamente somos escritores que venimos de la desesperanza. Me lo preguntan cuando viajo: “¿Cuál es la diferencia con el realismo mágico?”, y digo: “Los años setenta”. En el medio pasaron los 70 y casualmente es cuando yo nací. Entonces, ¿qué quieren que escriba? ¿Sobre gente que vuela y es feliz? No, la gente nuestra que vuela es porque se la llevó puesta un auto (risas) A mí me gusta García Márquez, no es una crítica. Sólo me da una nostalgia particular de una posibilidad de futuro que ya no es la misma.

Entonces, como decía, Miles de Ojos es increíblemente original e increíblemente bueno y se los dice una persona a la cual lo original le interesa muy poco. Es especialmente notable lo bien que pudieron hacer el resumen del libro en la contratapa: “Un viaje a través de carreteras en las que árboles y cuerpos se funden con el acero y el cromo”. Esto me parece muy particular, porque el fundirse del acero y el cromo rápidamente nos lleva a Crash de Ballard y a Cronenberg, pero con la introducción de la naturaleza, también nos está hablando de un mundo que se muere, o un mundo en donde ya la misma naturaleza es la que se vuelve cromo. 

En la contratapa también dice: “La novela tiene como epicentro a una subcultura de adoradores de la velocidad y el black metal que pretenden utilizar un automóvil deportivo de 1970 como instrumento ritual para liberar a una misteriosa entidad capaz de transfigurar el mundo”. Eso lo dice todo. 

El black metal fue un movimiento, sobre todo noruego, de fines de los 80 y principio de los 90, de chicos muy jóvenes ya en una sociedad muy acomodada, que sin embargo empiezan a tocar este heavy metal muy extremo y muy rápido, cuya característica principal es que es “a propósito” de menos calidad. Es muy místico. Ellos oscilaban entre el paganismo vikingo y el satanismo entendido como lo contrario a Dios. Después se fue un poco todo al diablo, porque aparece en escena un personaje muy particualr: el cantante de Burzum, Varg Vikernes, que luego entra a Mayhem. Un tipo neonazi, estaba muy en otra cosa, y ahí empiezan a matarse entre ellos en forma real. Lo que quiero decir es que para mí es la última subcultura juvenil mística y extrema del mundo occidental blanco. Después hubo otras subculturas, ¿pero con este sonido tan diferente y nacida antes de internet? Es la última subcultura analógica. Estaba formada por chicos que necesitaban creer en algo y eso se volvió rápidamente muy oscuro, pero muy rápidamente… Porque si uno piensa en los hippies que estuvieron mucho tiempo tomando ácido y haciendo pavadas hasta que llegan a Charles Manson y ahí se va todo al diablo, pero son como diez años hasta que pasa eso. En cambio, estos chicos apenas en dos años ya se estaban asesinando entre ellos, suicidándose, prendiendo fuego iglesias medievales y además, hay que decirlo: sacando discos fantásticos en una sociedad totalmente afluente. 

Les recomiendo a los que puedan leer en inglés, porque aún no está traducida en español, a una chica noruega que no hace algo como lo de Maximiliano pero que sí tiene un poco que ver con esto que estamos hablando. Ella tiene también más o menos nuestra edad, se llama Jenny Hval y su novela es Girls Against God (Chicas contra Dios). El libro es sobre una banda de chicas, ya post black metal porque son muy jóvenes, que de alguna manera están tratando de despertar un espíritu y para eso lo que hacen es lanzar un olor muy feo sobre Oslo. Tiene cosas muy interesantes porque habla de la internet de los 90, del misticismo y ya el título en sí mismo habla un poco de una necesidad de cierta devoción. Uno puede decir: ¿es bien diferente nuestra generación en diferentes lugares? ¡Por supuesto! No vamos a comparar Latinoamérica con Escandinavia, pero esa cierta necesidad de devoción también se refleja en el libro de Maximiliano. Una devoción que no puede ser la misma de antes, porque todos esos grandes relatos ya están destruidos, entonces el gran relato que nos queda es el de la velocidad, del automóvil, del combustible, del petróleo que causa guerras. 

Hay un libro que a mí me gusta mucho, y que seguramente Maxi leyó, que se llama Ciclonopedia, de Reza Negarestani, que dice muchas cosas, tantas cosas que probablemente no entendí todo (risas) pero recuerdo muy bien en un momento donde escribe que el capitalismo está hecho a base muerte, porque el petróleo ya es fósil, es aquello que murió, y el petróleo es lo que termina impulsando al capitalismo. Todo esto en el desierto, con la maquinaria de guerra de esa zona, que además estuvo poblada por dioses-demonios durante mucho tiempo. Es una zona en donde viven del combustible y ninguna generación tiene futuro si se está alimentando de la muerte negra (el petróleo).Hay mucho más en Ciclonopedia, pero me quedé pensando en eso, y en el libro de Maxi también está el culto de los autos, del combustible. 

Pero el libro no es solamente eso: Miles de Ojos también es una historia de amor entre hermanos, una historia de amor intergeneracional, una historia de un intento desesperado de conseguir un lazo que quizás ya no exista, en medio de toda esa distopía guitarrística y con mucho volumen. Vuelvo a la desesperanza, a la necesidad del ritual y a toda esta literatura de la incertidumbre y del fin de los tiempos. Los elementos que junta Maximiliano en su libro, que son cosas que le gustan y seguramente le obsesionan, los junta de una manera que funciona, porque es un autor que tiene un estilo impresionante. 

La contratapa del libro continúa diciendo: “Altares con restos fósiles y fotografías de accidentes”, lo que remite a Ballard pero también al culto a los ancestros, los fósiles, el petróleo. “Tribus postapocalípticas guiadas por mutantes que remiten al imaginario cyberpunk”, y obviamente todo lo que hablamos es cyberpunk, nuestro presente es cyberpunk: “Una postal de la adolescencia en la ciudad boliviana de Santa Cruz contaminada por visiones del más allá”. 

Hombre y la máquina. Naturaleza y la máquina. No les voy a contar de dónde salen los miles de ojos del título porque la tienen que leer. Por supuesto hay una idea de dioses antiguos lovecraftiana pero tratada de una manera absolutamente diferente. Usa un epígrafe muy interesante, Maxi, de un creador de videojuegos, Miyazaki, que cuenta mundos, no historias. Justamente eso es lo que hace Maximiliano, cuenta mundos. La trama existe y está, pero lo que importa es que te presenta un mundo que no conocías.

Voy a leer una cita de El gran dios Pan, de Arthur Machen, que inaugura lo que después se terminó llamando ficción weird. El gran dios Pan es de alguna manera esta devoción pagana y esto que está detrás del velo. Este mundo nuestro que no conocemos, pero que una vez que lo conocemos, como en el libro de Maximiliano, resulta totalmente inolvidable y se convierte en una nueva realidad: “Ambos sabemos lo que le ocurre a aquellos que llegan a conocer al gran dios Pan, y aquellos que son prudentes saben que todos los símbolos son símbolo de algo, no de nada. De hecho, fue bajo un símbolo exquisito que los hombres velaron, hace mucho tiempo, su conocimiento de las fuerzas más terribles y más secretas, fuerzas que se encuentran en el corazón de todas las cosas; fuerzas ante las cuales el alma de los hombres se marchita y muere, y se ennegrece, como sus cuerpos al electrocutarse. Tales fuerzas no pueden ser nombradas, no se puede hablar de ellas, no pueden ser imaginadas excepto bajo un velo y un símbolo, un símbolo que a la mayoría nos parece una imagen exótica y poética, mientras para otros es un disparate. De todos modos, tú y yo hemos conocido algo del terror que debe habitar en el secreto lugar de la vida, manifestado en carne humana; aquello que no tiene forma tomando para sí una forma”.

De alguna forma, en el libro de Maxi hay un mundo que toma forma por sí mismo. Un mundo que estaba oculto detrás del velo. Para mí, Miles de Ojos es de los mejores libros que leí en mucho tiempo. Me alegro y me congratulo de habérselo marcado a Caja Negra y de decirles: “Lo tienen que publicar porque soy muy fan”. 

Veo en el libro sobre todo una road movie, pero además, y sin ser necesariamente herramientas propias y exclusivas de la poesía, noto que hay pequeños tópicos como la ensoñación, las voces de la muerte, el horror, esta desmesura, la soledad… ¿Sos poeta, Maxi?

No creo (risas). Sí soy un gran lector de poesía. Últimamente lo que hice fue releer a ciertos poetas que me gustan mucho y siento que eso tiene que cruzar la ficción. Me interesa que lo lírico aparezca en la narrativa como una ruptura, como algo que corte la historia. Esas interrupciones son como estallidos, que yo los agradezco mucho como lector, y trato de cultivarlos cuando escribo en la historia que estoy intentando contar. 

Ese lirismo, como bien decís, se nota en Miles de Ojos. Hay una frase que dice: “La sangre tenía la misma textura del aceite” y me pareció muy visible y muy real. En el libro hay mucha velocidad, por supuesto, hediondez, mugre, abusos, todo eso a la hora de sentarte a narrarlo, usando estos tópicos, ¿podés nadar en aguas tranquilas? Me refiero a si lo vivís así naturalmente, ¿son tus obsesiones?

No sé si esto refiere a mi estado mental cuando estoy escribiendo (risas) Lo cierto es que hay un tema de fascinación de todas estas cosas que mencionas, que hacen alusión a cierta alteridad. Lo abyecto está vinculado con esa alteridad. Creo que mi obsesión por aproximarme a eso que no puede ser representado, que es lo completamente “otro”, está vinculado de algún modo con esa zona de abyección. Pero por otro lado, para poder escribir, necesito cierta tranquilidad o serenidad para poder conectarme con todo eso. Cuando empiezo a escribir estoy como en un estado zen, nunca estoy en un estado de alteración. La escritura también tiene que ver con eso que decía Virginia Woolf hace muchos años: Una habitación propia. Sin ninguna interrupción. Eso se traduce en cierta serenidad y solamente cuando llego a ese estado de paz mental me permito abrir la puerta para imaginarme todas estas cosas, que representan ciertos niveles de intensidad que producen fascinación.

Weird fiction es un término bastante ambiguo. Un término anglosajón que usamos para tratar de determinar una literatura que tiene elementos del terror, pero no es terror, tiene elementos de la ciencia ficción, pero no es ciencia ficción y también tiene elementos de fantasía oscura. Así que esta cosa tan mutante, tan monstruosa, ¿qué cosa es sino la ruptura de los géneros? 

Esa abyección que tan bien mencionas, es algo que esta literatura persigue sin poder representar del todo. Ese espacio de no representación es lo verdaderamente importante en esta literatura.

La novela está dividida en cuatro partes. ¿Cómo armaste este “cronograma narrativo”?

Fui improvisando algunas cosas, pero la estructura de la novela arranca en los años 70, sigue en los años 90, después hace un salto en esta cuestión postapocalíptica y luego con la voz, no podemos identificar demasiado bien el lugar de la voz, y esa cosa también me interesó. Si bien la novela trabaja con la tecnología, en el sentido de que busca esa fusión de la carne, el metal del auto y la naturaleza del árbol, por ejemplo, toda la tecnología del presente, que es toda esta virtualidad que da internet, está completamente ausente. Me parece que la novela trabaja con un imaginario que ya no es el nuestro. El imaginario de la tecnología de los años 70 u 80, pre internet y pre virtual. Eso por un lado. Por otro lado, está el tema de la voz. A mí siempre me interesa el lugar de la voz, porque es un lugar bastante ambiguo. Porque la voz está entre el cuerpo, representado por la materialidad, y el sujeto, representado por todo este constructo psicológico, cultural, social, ideológico, etc. La voz siempre está como mediadora de estas dos realidades, por decirlo de algún modo.  En la novela, la voz tiene dos funciones. Primero la de interrumpir la historia, cuando aparecen estos monólogos de las personas que murieron corriendo en sus autos. Por otro lado, sin dar muchos spoilers, en el último capítulo está el monólogo en donde hay una transformación total y ya no se distingue qué cosa es el sujeto y qué cosa es el cuerpo, y me parece que ese borramiento del límite se vive como una especie de éxtasis. No sé si eso lo planeé o forma parte de ciertas obsesiones que tengo. Yo en este momento puedo tratar de describir y hacer el mapa de lo que es la novela, pero la génesis misma también es un misterio para mí.

Hay obsesiones y un fetichismo muy grande, también. Esto de ir siempre a lo extremo y por eso, también la música tenía que ser extrema. Sobre el black metal todo lo que describís es de verdad. Todos los discos y la gente que nombrás son reales. Mientras estabas en el proceso creativo de la novela, ¿escuchabas black metal?

Siempre estoy escuchando black metal (risas). No es la única música que escucho, porque también me gusta mucho el jazz y el rock, pero durante la escritura de esta novela sí estaba escuchando principalmente black metal, porque es una música muy de atmósfera y creo que eso es lo que diferencia el black metal de otros géneros del metal. Por ejemplo, el death metal no tiene atmósfera, tiene cierta intensidad, distorsión, ruido, pero en el black metal hay atmósfera y eso conecta muy bien con la escritura particular de una novela como esta. Por otro lado, me interesaba recrear un poco los años de mi adolescencia, que fueron los 90 en una ciudad que en ese momento era muy pequeña. Creo que tendría como un millón de habitantes. Era una ciudad que se abría a la modernidad, pero mantenía siempre esta mentalidad muy provinciana en donde había una sola forma de vivir, que era convertirte en una especie de emprendedor o empresario. Ese culto al emprendedurismo era muy típico de la cultura cruceña, entonces el metalero era siempre un disidente, al menos en ese momento. Lastimosamente muchos de mis amigos metaleros cuando envejecieron se adaptaron a esa maquinaria, toda esa disidencia se transformó en otra cosa. En ese momento los metaleros éramos muy pocos y éramos siempre los bichos raros. Yo comencé a escuchar black metal porque éramos pequeñas tribus, yo pertenecía a un grupo que se llama distorsión y allí conocí a un amigo que era el que traía discos de black metal. El tipo era una persona fascinante. Había quedado huérfano hacía muy poco, primero había muerto el padre unos años atrás y luego la madre acababa de morir, entonces tenía todo ese dolor tremendo y toda esa rabia. Además su tía lo había echado de su propia casa, laburaba desde los catorce años, tenía su propia banda y en esa época sería unos cuatro años mayor que yo. Para mí era fascinante, así que empecé a escuchar esas bandas, comencé a comprarle discos a él y en Santa Cruz eso era como una especie de anomalía, y es algo que yo traté de rescatar en la novela. Me parece que es un gesto político, de algún modo. El gesto del disenso que luego en el rock se fue perdiendo. El metal, en ese entonces, si bien no tenía un discurso político, sí tenía eso de no pactar con el sistema, o mantenerse al margen del sistema. Había un orgullo en esa cuestión de periferia que luego se perdió. Ahora, incluso en ciertas músicas alternativas, vemos que tampoco está más eso. En las músicas marginales que puedan aparecer hoy, existe el sueño de ser millonario y eso era algo que en el metal no había, al contrario, había como un rechazo a todo. Me interesaba, entonces, hablar un poco de todo eso en la novela. Representar ese espacio de disenso que había en una ciudad, como la mía, en donde no había muchas más alternativas.

Es un homenaje a esos tiempos tuyos, a la adolescencia de los 90 y su música, sin la parte de melancolía. 

Claro. En la novela a mí me interesaba que no hubiera esa nostalgia, justamente. No quería la nostalgia como en la mirada de un viejo tratando de recordar, porque cuando se da eso se rompe esa cuestión política del disenso. Yo quería que esos jóvenes fueran eso: disidentes.

Los fetichismos que mencionaba, el sentido de la carne, la velocidad, la pulsión de vida y de muerte, el deseo, todo está muy desarrollado a lo largo de la novela. ¿Vas a seguir con esa intensidad?

La verdad es que no lo sé (risas). Estoy de acuerdo con todo eso del fetiche que dices. Yo siento que ese fetiche está en todo el metal. El filósofo Walter Benjamin habla de la obra de arte en la época de la reproducción tecnológica, y dice que cuando se pierde el aura en estas obras de arte, la modernidad la ha tratado de intentar de forma artificial, y eso ha abierto la puerta a la estetización de la política, que lleva al fascismo, o el uso político del arte, que puede llevar a la revolución. La adoración de los tanques, de las máquinas de guerra, el futurismo… La guerra ya no se ve como algo moralmente repudiable, sino como algo bello, y esa anulación de algo que debería ser algo crítico es lo que lleva a la estetización de la política. El heavy metal es todo eso en cierta medida. Es una cultura que trata de estetizar cosas que en realidad no deberían ser estetizadas (risas). En cierta medida, eso también está en la novela, como objetos de fascinación, pero al mismo tiempo siento que están elementos que vinculan con esa otredad que no puede ser representada, esa persecución de esa otredad que se va a vivir como liberación o se va a vivir como catástrofe, es el verdadero motivo de las búsquedas de los personajes. Vendría a ser como la ruptura de todo ese orden simbólico en donde están viviendo. 

Tomás el futurismo y lo hacés ficción. ¿Ves que el futurismo como movimiento social, si se quiere, se mete con la ficción y el terror? Porque si miramos hacia adelante, la verdad es que se ve todo muy negro.

Me pareció muy increíble lo que dijo Mariana al principio, cuando comparaba a nuestra situación con el realismo mágico, con todo ese optimismo que tenía la generación de García Márquez, y que es un optimismo que lastimosamente ya no compartimos. Venimos de una generación de cierta resignación y eso resulta problemático en muchos sentidos. Esa resignación, en un plano político es ideológica, es un: Tenés que aceptar esto porque es lo que hay y es el único sistema posible. Esa renuncia al futuro tiene un problema político e ideológico muy serio. Creo que deberíamos tratar de no renunciar a esa imagen de futuro. Eso como ciudadano, como persona, es algo que sostengo, pero la literatura siempre se mueve por otros lados, no siempre se mueve bajo las intenciones que tengamos como seres humanos, sino que responde a otro tipo de procesos inconscientes y culturales que están ahí. Toda esta literatura catastrófica que se está escribiendo, obviamente tiene mucho que ver con el lugar en el que estamos como sociedad ¿Esto se va a seguir escribiendo? Probablemente así sea. No lo sé.

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