Julián López: “Me parece que está muy bien no saber”

Hablemos de tu última publicación, El bosque infinitesimal publicado por Random Literatura, un libro particularmente distinto al resto de tu obra, con todo un vocabulario lleno de neologismos y más detalles que ahora hablaremos.

—Esto se me ocurrió hace veinte años. Fue raro:a fines de los 90 mi hermana menor antropóloga me regaló un libro de Jorge Salesi, Médicos maleantes y maricas, que se los recomiendo mucho. Es un ensayo, por supuesto, y que aborda entre muchas otras cosas el esplendor del higienismo en la cultura argentina y cómo el erotismo viene a ensuciar la idea de ciencia. Esta tal vez tiene como demasiada lectura propia, pero es así, es un libro que aborda esos años donde la nación era una potencia internacional con mucha vocación de potencia y con las ciencias médicas como de lo más portentoso de esa potencia. Y a mí es una época que siempre me deslumbró, fines del siglo XIX y principios del XX, y ese libro me inspiró. Es un libro extraordinario. En un momento, por ejemplo, habla de las travestis que en el 900 caminaban por los bulevares de la 9 de julio con las faldas esas larguísimas y sombreros, que era absolutamente natural, que era esa zona, pero que eso sucedía hasta que empezó a tallar fuertemente la medicina en conjunción con la policía, el higienismo. Entonces ahí empezaron a perseguir a todo lo que hasta entonces era más natural y empezó a ser tomado como disidencia. Las encarcelaban en galpones de la policía federal, y a todo lo que fuera degenerado. Y también la historia de la inmigración, el discurso patrio del siglo XX por excelencia, una historia también de la crueldad, porque no venía cualquiera. Por supuesto que los que venían eran pobres, pero de entre los pobres mandaban veedores médicos a los puertos europeos para que no embarcaran ni enfermos de tifus, ni enfermos de tuberculosis, porque era un proyecto económico, no era abrir las puertas de la patria para el crisol de razas, no era la idea, era un proyecto económico, era la forja de una nación. No se podían admitir cuerpos enfermos. Y en ese momento las ciencias médicas empezaron a ver como enfermedad un cada vez más amplio abanico de particularidades.

Qué interesante realmente. Para los que no lo han leído, o para los que lo vayan a leer, les cuento un poco: es la historia de un aspirante a galeno, que vamos a usar la palabra florida, el médico propiamente, la asistente, también protagonista y un ser que encuentran el médico y el pretendiente a médico, raro él, su nombre es Gut, Gutmundsdottir, ¿es por Björk?

—Claro, obvio. Y Sindri, Sindri es el hijo de Björk, Sindri Guttmunddottir. Es que también en los noventas yo era un alucinado de Björk. Y cuando me enteré que su hijo se llamaba Sindri pensé, eso es un libro, ahí hay un libro.

—Hay más referencias que apunté, veamos. Virus

—Obvio.

Heimlich, hay muchos guiños freudianos.

—Así es.

—Encontré un detalle, no estaba segura y lo busqué: Alfonsina, la niña.

—Es Alfonsina, en mis tres novelas hay textos de Alfonsina. Y mi plan es que en todas mis novelas haya textos de Alfonsina.

Angelo Paolo, Esperando la carroza, Puta que vale la pena estar vivo, Cristian Castro, Y seguramente más cosas que no comprendí.

—Algunas más. A veces tengo ganas de hacer la lista de todas las referencias y creo que no queda libro. Hay mucho, mucho. Hay cosas medio textuales de Lacan, una canción de  Ornella Vanoni, y más. Hay muchas referencias y es curioso, pues yo odio los libros que están en referencias. Pero para uno como lector, sin embargo, es todo un juego muy divertido. Es como una identificación de un estar en el mundo, el karma, el destino. Detesto  las referencias culturales, trato que sean referencias pop en el sentido menos consagrado, lo más grasa de. pop.

Me atreví a crear un género después de leer esto: le puse neogótico post-pop. (Risas)

—Tiene mucho elemento del gótico realmente, de la literatura gótica a la que estamos habituados de una manera un poco más novedosa. El libro está situado, no sabemos muy bien, en el siglo XIX podemos decir, no sabemos dónde, Europa del Este, con nombres muy raros. Bueno, todos los nombres son, salvo lo de las ciudades que son nombres falopas,

todos inventados, y los demás son nombres de antropólogos o de psicoanalistas. Entonces se crean asociaciones inmensas entre distintas partes y de ese rosario de maneras de nombrar lo que tiene el protagonista a su monstruo.

Y hablando del modo de nombrar al monstruo, cada vez que el protagonista le habla -permitime decir- es un tonto, 

—Porque es un tonto.Pero es un malo, es un tonto, es un absurdo, pero te hace reír de lo bobo que es, se nota cada vez que se dirige, vamos a decirle la bestia.

Anoté algunas palabras, distintos adjetivos que utiliza: bobo, bruto, tonto, bestia, lelo, salvaje, idiota, olfa, y más. Estas palabras son atribuibles, sin embargo, al aspirante a galeno, ¿no?

—Sí, absolutamente.

Que no para de sonreír, es hermoso. Primero lo pensé como un Frankenstein, porque genera mucho afecto, ¿verdad?

—Sí, claro, por supuesto. Y mucha pena también, este igual.

Sin sobreanalizarlo, la novela, hablando de este formato de Frankenstein, en todo caso es un ser a medio crear o mal formado, lo que sea, o sea la intención del superhombre.

—Sí, claro, totalmente. Bueno, ese es como un mito que atraviesa la idea de la cultura que se hace particularmente poderoso. Al menos para mí, justamente en el siglo XIX, a partir de las dos olas del romanticismo alemán, se cristaliza de una manera espantosa en el siglo XX, y después hay como un reverdecer de la idea del hombre nuevo, en los 50, 60 y 70 con las luchas emancipatorias y revolucionarias. Y es una idea tremenda, muy católica, muy cristiana la idea del hombre. Muy conservadora. La idea de que lo bueno siempre es algo por llegar y que finalmente va a encarnar en un superhombre. Y entonces, lo que sucede con este monstruo es que, como todo monstruo, también está puesto en ese lugar. También es una lectura del Pigmalión, ¿no? La bestia que ellos adoptan y quieren humanizar según su propio modelo para que sea un superhombre. En ese sentido es bastante así y para mí Frankenstein fue un modelo.

Otro tópico muy importante es el tema del patriarcado, muy presente en la obra. Te has criado entre mujeres.

—Tengo dos hermanas.

Y tu madre es muy importante, entendemos, por tus otras lecturas, claro.

—Así es. Y mi viejo también, mi viejo era un tipo, si querés, muy femenino. Muy amoroso, un tipo particularmente dulce y hermoso. Una cosa extraordinaria. Y además, mi vieja nos leía poemas de Gabriela Mistral cuando éramos chicos, Alfonsina; entonces, siempre hubo una circulación. Y en mi casa, por supuesto que corría el machismo como en todas partes pero hubo siempre una mirada en contra de eso. Y además, a mí medio no me quedaba alternativa porque mis hermanas me cagaban a trompadas. (Risas) Me acuerdo de una vez una de mis hermanas se sentó arriba de mi pecho y que yo me estaba muriendo, que yo ahí comprendí que no había nada, que era solamente entregarse. Siempre supe que tenía que estar de ese lado o me cagaban a trompadas.

Usás un lenguaje tan barroco, ¿vas a seguir escribiendo así?

—Mira, no sé, porque ahora tengo muchos lectores que están muy confundidos porque es muy distinto a todo lo demás. 

¿Y qué te dicen?

—Cuando lo empecé hace veinte años, escribí un poco, después lo dejé y se lo di a un par de amigas que no les gustó nada. Alguien me escribió hace poco un mensaje bastante largo diciéndome que esta novela es una poesía. Bueno, yo sabía que iba a generar un poco de incertidumbre… que la gente que me sigue, que está acostumbrada a narradores que hablan más al oído y que hablan más cerca contemporáneamente y con intereses más comunes, este libro le iba a resultar un poco más lejano. 

Sí, desestructurante.

—Yo creo que es un libro súper apasionado también. A ver, lo que leo últimamente es como incluso algo que me quedó en mi trabajo de editor, como si hubiera cada vez menos espacio para imaginar. Como que el mundo todo el tiempo, por un lado, te exige que resuelvas y te ofrece todo resuelto. Y que por eso se pierde mucha capacidad de imaginar otros mundos. Y esta es una novela que es de la pura imaginación. Además medio se ríe también de eso. Entonces no hay manera de que te sientas demasiado identificado con nada, por lo menos a priori. Y a mí me gustaba ese ejercicio y además no es que uno hace… Otra vez, uno escribe lo que puede, pero a mí me gusta que mis libros sean distintos. Yo no tengo ninguna intención de la idea de obra. No me interesa la idea de obra. Me parece que eso también es algo que se coló en escritorias y en escritores y que es de otros ámbitos que tienen más que ver con el de la crítica. Y que hubo una apropiación muy extraña de mi obra y yo escribo esto. Me parece que está muy bien no saber. Y en algún sentido defiendo mucho ese no saber.

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